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Se enamoró de los tiburones de pequeño, con los fascículos y los documentales de Jacques Cousteau. Aunque le fascinaba el mar, Paco Pinto confiesa que ... no estudió Ciencias porque le asustaban las matemáticas. De manera que lo que ha aprendido a lo largo de toda una vida investigando sobre estos animales ha sido de manera autodidacta. «Cuando era niño, me iba a la Diputación y a la Casa de la Cultura, que tenían bibliotecas, buscaba libros de tiburones y me los empapaba. Por entonces no existía internet ni apenas había ordenadores».
En los 90 se fue a Estados Unidos y durante dos meses recorrió todo el país para ver los acuarios donde había escualos en cautividad, y se entrevistó con los responsables de su cuidado. «Ahí es donde aprendí de verdad, porque hablo inglés, y eso me sirvió de empuje». Por esa época también hizo el curso de submarinista, y fue durante un viaje a Kenia cuando tuvo la oportunidad de sumergirse con ellos por primera vez.
¿Y por qué esa fascinación? A Pinto le cautiva el hecho de que tengan siete sentidos. «Además de los cinco nuestros, tienen dos más». Se trata de la «línea lateral», a ambos lados del cuerpo, que les permite sentir las ondas; por ejemplo, los coletazos de un pez que pica un anzuelo a una distancia de unos 100 metros.
Y las ampollas de Lorenzini, «unos puntitos que tienen en el morro y que les permiten localizar las cargas eléctricas de los animales, incluso enterrados en la arena, a unos 50 centímetros. Es algo fascinante», asegura. A ello, se suma un oído capaz de escuchar los sonidos en el agua a kilómetros de distancia; mientras que su olfato tiene un alcance de cientos de metros, y también pueden ver a decenas de metros.
Esa fascinación se convirtió en su modo de vida. Aunque ya está prejubilado (tiene 61 años), Paco Pinto ha trabajado siempre en contacto con ellos. Estuvo en el Aula del Mar casi desde sus inicios, en 1989, primero como voluntario y luego como empleado. Por medio, también participó en la puesta en marcha de Sea Life en Puerto Marina (Benalmádena).
«Allí llegamos a tener hasta 20 especies y cada vez que me metía a limpiar los cristales de las algas buceaba con ellos, y nunca tuvimos ningún problema». También convivió con tiburones en libertad en Bahamas... Hasta que llegó lo que califica como: «El sueño de mi vida». En el año 2010, el investigador viajó a Sudáfrica para bucear con el gran tiburón blanco. «Esa es la única especie con la que hay que utilizar jaula de seguridad».
Aquella etapa en Benalmádena le abrió las puertas de congresos internacionales de especialistas a los que acudía en representación del acuario malagueño. Además, se integró en las principales asociaciones de especialistas de España y Europa. De hecho, tiene en su haber numerosas conferencias en ciudades españolas y europeas.
Después de medio siglo conviviendo con ellos, Paco Pinto trata de desmontar los mitos sobre su supuesta peligrosidad. «El problema viene de la película Tiburón, que exageró las imágenes. Nunca siguen a los barcos ni se suben encima a comerse a nadie. Todo eso es falso pero es la imagen que tiene el público, para los que nos dedicamos a esto es muy distinto».
En todo el mundo se producen unos 75 ataques, que él prefiere llamar «accidentes», del tiburón al ser humano, y de estos solamente mueren diez personas. «Mira las estadísticas de las muertes producidas a consecuencia de mosquitos, hipopótamos, elefantes, serpientes, que son miles. Incluso el mejor amigo del hombre, el perro, mata cada año a 20 personas...»
Ahora, este malagueño enamorado de los tiburones ha sintetizado todo ese conocimiento en una enciclopedia, que ha tardado cinco años y que comenzó a escribir durante la pandemia del Covid. Tiene dos volúmenes y describe las 536 especies que ya están catalogadas, aunque cada año se descubren otras nuevas. «Ya estaremos en torno a las 550, pero las últimas todavía la comunidad científica no las ha descrito». Es un trabajo que Pinto no hace por afán de lucro, sino por la satisfacción de divulgar todo ese conocimiento acumulado a los ciudadanos.
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