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Hussein, su esposa Samsa, Muna, y sus hijos, fundadores de la Asociación Palmira, Lama y Wassim. Salvador Salas
«Nuestros hijos ahora han visto la alegría del pueblo y cómo era la tiranía de Al Assad»

«Nuestros hijos ahora han visto la alegría del pueblo y cómo era la tiranía de Al Assad»

Refugiados sirios en Málaga comparten con SUR sus vivencias durante la dictadura, la guerra y la caída del régimen

Viernes, 13 de diciembre 2024, 00:14

Cae una dictadura, el pueblo defenestra a un tirano, nadie sabe lo que vendrá a partir de ahora para Siria, pero las redes sociales se llenan de vídeos con las celebraciones de la gente y con las miserias que se van descubriendo y que sabemos que conlleva todo régimen autoritario. Por eso, Hiba, de 37 años, viuda como consecuencia de la guerra y madre de tres hijos de 16, 14 y 11 años, dice que no le hace falta explicarles nada a sus vástagos: «Cuando murió el padre eran muy niños, así que sólo les conté lo que había sucedido cuando estaban un poco más crecidos. Únicamente sabían que había guerra, no el porqué. Pero ahora ya no hace falta explicarles nada, porque todo está en las redes, cómo la gente está saliendo de la cárcel, cómo hay celebraciones por muchas ciudades. Ahora han visto la alegría del pueblo y cómo era la tiranía de Al Assad. Son ellos ahora quienes nos explican lo que pasa».

Aquí en Málaga también tuvieron la oportunidad de compartir la alegría de sus compatriotas, el pasado lunes, cuando la plaza de la Merced fue escenario de su modesta celebración improvisada entre gritos de «Siria está libre», «Viva Siria libre y con dignidad» o el que más popular se hizo durante la revolución: «Uno, uno, el pueblo sirio, uno», apelando a su unidad, independientemente de la religión y de la etnia de pertenencia.

«La gente estaba esperando una chispa que prendiera la llama de la revolución. Pensábamos que le había llegado el turno a Al Assad»

Hussein y Samsa, marido y mujer de 43 y 37 años, respectivamente, tienen cuatro hijos. Uno de estos pequeños nació en un campo de refugiados del Líbano. Allí llegó la familia en el año 2013 procedente de los suburbios de Alepo. Hicieron la travesía a pie. Dos años antes había estallado la primavera árabe en Siria, como en muchos países del área, con la población demandando democracia y libertades. Sólo que en ése la represión del ejército de Al Assad fue brutal y se desató un conflicto civil. «La gente estaba esperando una chispa que prendiera la llama de la revolución. Pensábamos que había llegado el turno a Al Assad. La primera ciudad que se rebeló fue Daráa, en el sur, y a partir de ahí, más ciudades se fueron sumando en solidaridad. Nosotros no estábamos de acuerdo con la policía secreta ni con el ejército represor», recuerda Hussein.

Diez años en tiendas de campaña

Pero el conflicto civil, que también ha sido escenario de peleas geoestratégicas entre las principales potencias globales, va camino de durar prácticamente tres lustros. Así que, dice, ninguno de sus hijos conoce Siria de verdad. Porque en ese campo de refugiados cercano a Beirut pasó la familia prácticamente diez años, con el solo apoyo de la agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, y en tiendas de campaña, porque las autoridades libanesas, al contrario de lo que sucedió hace décadas cuando acogió a los refugiados palestinos, no les permitió levantar viviendas. Allí sufrieron todos los rigores de la climatología: pasaban del calor abrasador a tener los colchones inundados de agua; «en verano, fuego; en invierno, ríos», sintetiza Hussein. «Para calentarnos, quemábamos lo que fuera, hasta chatarra que iban a recoger los niños», rememora.

El grupo posa ante la nueva bandera oficial de Siria, la de la liberación. Salvador Salas

Apuntados en la lista para venir a Europa como refugiados, en virtud de un programa de reubicación de los ciudadanos sirios instalados en campos del Líbano, Turquía y Jordania entre los países de la UE, sólo hace un año que lograron pisar suelo malagueño tras montarse en un avión que iba repleto de personas como ellos. Y aquí viven en un centro de acogida, los cinco en una habitación con baño compartido, y sin ninguna intimidad de pareja, bromea Hussein. Comparten su vida con desplazados no sólo sirios, también de Ucrania y de países africanos en conflicto.

Los fundadores de la Asociación Palmira, Lama y Wassim Zabad, calculan que en Málaga hay alrededor de 300 refugiados sirios en apartamentos o centros que gestionan Cruz Roja, CEAR o Accem. Después la idea es que puedan vivir por su cuenta en pisos que alquilan con una pequeña ayuda pública, pero sobre sus espaldas se deja sentir la carestía de la vivienda en Málaga, así que su estancia en las residencias de las ONG, pensada para seis meses o un año, se prolonga sine die. Además, desde la Asociación Palmira lamentan que los programas de integración sociolaboral para los refugiados en España no sean todo lo útiles y completos que debieran.

Antes de la guerra: «Poco trabajo y mucho sufrimiento»

La vida antes de la guerra en Siria no la recuerdan feliz: «Había poco trabajo y para conseguir cualquier cosa había que sufrir mucho», señala Hussein. Pero no sólo eso. Era una dictadura. No había libertad. Había persecución. Y de eso va el testimonio de Muna, la madre de Lama y Wassim Zabad. Ella regentaba una tienda de artesanía siria en el centro de Damasco. Se trataba de un lugar muy popular. Hacía las veces de centro de reunión de los vecinos. Un día de la primavera de 2011 se enteraron de que alguien había elaborado un dossier sobre ella, que no era simpatizante del régimen de Al Assad, sino lo contrario, y la policía se pasó por la tienda. La gente la llamó por teléfono para avisarle de que no se acercara a su establecimiento. La señora lo que hizo fue cogerse el primer avión en dirección a España, donde ya sus hijos llevaban viviendo varios años por razón de estudios y trabajo. Llegó con lo puesto y un bolso. Ella recuerda una Siria democrática previa al golpe de Estado del patriarca de los Al Assad. Y sus hijos, mientras tanto, comentan: «Nosotros no conocemos Siria, sólo la dictadura».

Las familias sirias con las que se reúne SUR son la muestra de la riqueza étnica del país: los brillantes ojos claros de la familia Zabad y el pelo rojo al viento de Lama contrastan con la tez más oscura de Hussein y con los hiyabs que lucen Samsa y Hiba. Y ahí está una de las claves de lo que quieren para la Siria post-Al Assad: un país en el que puedan convivir todos los pueblos en libertad y en el que no se imponga el velo obligatorio para las mujeres y coerción de sus libertades. Hiba es clara al respecto: «Las mujeres de Siria son moderadas y no van a aceptar que les tapen la cara. Si sucede, habrá otra revolución. Es normal ahora que haya conflictos por el poder. Pero lo que queremos es que los sirios continuemos todos juntos hacia un Estado democrático». «Uno, uno, el pueblo sirio, uno», recuerdan. Wassim Zabad apunta también: «Todo el mundo en España está preocupado por si en Siria se instaura un régimen islamista, pero ningún sistema que se establezca en el país será peor que Al Assad».

«No hay nada claro todavía, la vida allí continúa siendo muy precaria. También nos da miedo lo que pueda hacer Israel en Siria»

¿Se plantean volver? «No hay nada claro todavía, la vida allí continúa siendo muy precaria. También nos da miedo lo que pueda hacer Israel en Siria», continúa Hiba, que añade que, de momento, quiere que sus hijos puedan seguir creciendo en España con seguridad y estabilidad. Y es que, como añade Hussein, aún es muy pronto para pensar en regresar al país, con casas y ciudades aún destruidas. «Les preguntamos a los niños si quieren ir a Siria, pero nos dicen que no, porque no lo conocen», agrega Samsa. Y, mientras tanto, los fundadores de la Asociación Palmira lamentan que éstas son familias que acaban de llegar a España después de haber estado años viviendo en tiendas y en campos de refugiados y a las que se les está diciendo que tienen que irse.

No saben qué pasará en Siria a partir de ahora. Ni ellos ni nadie. Pero sí tienen claro lo que quieren para ese país del que se despidieron hace ya más de una década y al que desconocen cuándo podrán volver: «Que sea como un país europeo, democrático y con derechos», sintetiza Hiba.

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