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La Isla es un núcleo poblacional de Campanillas. Unas 20 familias viven en casas de una y dos plantas. Todas las casas cuentan con una extensión de terreno añadido. En algunos casos sirve como jardín, en otros para alojar a animales. Perros, gatos, gallinas y algunos caballos. La Isla está separada del corazón de Campanillas por el río que lleva el mismo nombre.
En las últimas horas, como ha pasado tantas veces, está alcanzando un nivel que amenaza a desborde. A las seis de la tarde, la orden de desalojo, impulsado por la Junta de Andalucía, ha llegado hasta aquí. Agentes de la Policía Local y Protección Oficial recorren las casas avisando a los vecinos. El pabellón en Ciudad Jardín está listo para ejercer de refugio temporal. Algunos vecinos asisten resignados y se marchan. La mayoría rechaza y prefiere quedarse «guardando las cosas y los animales».
Lo que tienen en común todos es el malestar y la sensación de indefensión ante episodios de lluvia fuerte. Javier es uno de los vecinos que sí ha aceptado el desalojo temporal. La cara es reflejo del cabreo acumulado. Las pocas ganas de atender a medios de comunicación, también. No quiere dar sus apellidos, pero hace el esfuerzo de intercambiar algunas impresiones: «Llevamos años pidiendo soluciones y nada».
Javier señala con su mano a una pasarela que por la que pasa el río con velocidad. Minutos antes, ha pasado por ahí con su Opel Vivaro. En el interior de la furgoneta, sus dos niños pequeños y su mujer. La maniobra de cruzar parecía arriesgada. Él asegura que no, que la clave está en aprovechar la inercia y no titubear. Este problema no existiría, denuncia, si en vez de una pasarela se hubiera construido un puente. «Es otra de las obras que hemos reclamado. Pero a nadie le interesamos hasta que sube el río. Como ahora con lo que ha pasado en Valencia están cagados, pues hacen como que hacen algo», sentencia.
Ir a Ciudad Jardín a pasar la noche en un pabellón no es una opción para Javier. Prefiere tirar para Córdoba, que ahí viven sus padres. «He hablado con ellos y me han dicho que le tire. Otros no tienen esa posibilidad», señala. Si se le pregunta por lo que le dice la intuición, aleja los escenarios catastróficos. «No creo que el río se vaya a desbordar. Lo hemos visto mucho peor y no han desalojado», precisa. Con dos niños pequeños no prefiere jugársela. Que el pantano de Casasola esté hasta arriba añade otro factor de riesgo.
Eva es otra de las vecinas desalojadas. Como casi todo el mundo por esta zona, conduce un 4x4. «La fuerza del agua se subestima muchas veces», dice. Un poco más tarde, añade, no sabe si se hubiera atrevido a cruzar el río Campanillas para conectar luego con la carretera que lleva a Málaga. Eva, como Javier, tampoco quiere dar su apellido. Con las inundaciones de noviembre, atendió a un matinal de una cadena de televisión con que lleva el cinco en su nombre. «No me gustó nada, fue puro sensacionalismo», se queja de la experiencia.
Este desalojo, asegura, no se lo esperaba. Eva, como Javier, prefiere pecar de prudente. Luego se queja de la falta de información. «Llegan aquí, nos dicen que nos vayamos, pero no nos dicen nada más», lamenta.
Lo del pabellón de Ciudad Jardín, promete, no lo sabía. Primera vez que habría tenido esta información. En su caso, buscará refugio con algún familiar. Al otro lado del río, las familias que han preferido quedarse en sus casas, ya se preparan para una noche que promete ser de poco sueño. Algo así como una triste rutina en Campanillas.
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