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Hace justo dos meses y medio, más de 600 voluntarios dedicaron la soleada mañana del último domingo de octubre a recoger basura esparcida en el entorno de la desembocadura del Guadalhorce. La implicación de estos malagueños dio como resultado la retirada de casi cuatro toneladas ... de residuos que tapaban las vergüenzas de los servicios públicos, y eso que apenas recorrieron la playa y la explanada de los antiguos depósitos de Sacaba Beach, que es lo que más se ve. Pero basta con adentrarse un poco más por los senderos del tramo final del río para comprobar que el motivo de sonrojo es muchísimo más voluminoso y pesado. Si el cauce del río más importante de la provincia es el sumidero al que van a parar las aguas fecales de buena parte de la comarca a la que baña, en tierra firme el escenario tampoco es mejor.
A las puertas del paraje natural, frigoríficos, colchones, neumáticos, televisores y garrafas de aceite de motor bloquean el paso y dan una bofetada de realidad a la estampa que dibujan varios flamencos que sobrevuelan el cauce apenas unos metros más abajo de donde se erige la pasarela peatonal de 270 metros (la más larga de Europa) que permitirá cruzar el río. Para transportar hasta ese punto semejante cantidad de materiales hace falta al menos una furgoneta, así que al incivismo se une la entrada a un espacio restringido a vehículos motorizados. En los accesos hay cadenas para impedir el paso, pero duran poco cada vez que se reponen. La alternativa de los agentes medioambientales es colocar grandes piedras para ponérlo más difícil, pero aún así son retiradas.
Continuando el recorrido río arriba, a la altura del estadio de atletismo y camufladas bajo una palmera y otros árboles hay dos tiendas de campaña y, ya pegados al cauce, varios chambaos que sirven de techo para un grupo de personas que llevan tiempo asentadas allí. Una de ellas, un joven que acaba de marcharse en bicicleta. En esta zona son varios los vertidos de escombros localizados durante el recorrido realizado ayer por SUR, pero nada que ver con lo que los eucaliptos esconden por encima de la antigua N-340, en la zona donde el arroyo de las Cañas desemboca en el Guadalhorce, a espaldas de la depuradora. Allí afloran las vergüenzas en forma de toallitas higiénicas tiradas por los inodoros que taponan un aliviadero de la planta de tratamiento que mide unos 3 metros de alto por 6 de ancho que vierte al canal de pluviales que discurre en paralelo al río.
Pero también una enorme escombrera usada por empresas de chapuzas y talleres como la alternativa gratuita y clandestina al vertedero de Los Ruíces, donde los negocios (pagando una tasa de entre 11 y 23 euros por tonelada) y los ciudadanos (sin pasar por caja) pueden llevar los restos de obra, muebles y demás enseres sin exponerse a una multa de hasta 1.500 euros. Aunque para cazarles haría falta más vigilancia tanto por parte de la Junta en la zona de dominio público como del Ayuntamiento.
A pocos metros del acceso desde la carretera de Azucarera-Intelhorce ubicado en la trasera de la depuradora, que difícilmente puede ser transitado por un turismo sin dejarse los bajos se amontonan, decenas de aparatos de aire acondicionado, frigoríficos desguazados, sacos repletos de material de obra, una montaña de neumáticos, paragolpes de coches e incluso piezas de motores. También hay varios sofás, juguetes, sillas para bebés y ropa esparcida, además de la huella de los incendios que se han registrado en los últimos meses en este enclave.
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