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En el silencio del barrio de El Molinillo de Málaga, obligado por el confinamiento, en el patio de un conjunto de viviendas, suena la que parece la campana de un trono que manda a los portadores levantarlo. Los vecinos se extrañan pero al segundo comprenden ... que debe ser alguien que echa de menos ese característico sonido de la Semana Santa de Málaga que este año no se puede disfrutar en las calles. El autor de los toques es Carlos que, con solo ocho años, está hecho todo un experto en lo que se refiere a las cofradías malagueñas e incluso de otras localidades. ¡Tang, tang! ¡tang!. «Empieza el Martes Santo», grita Carlitos.
Su afición por todo lo que esté relacionado con el mundo de las hermandades le viene de sangre. Sus padres son Esperanza Zumaquero, abogada de 42 años vinculada durante toda su vida a la Archicofradía de la Pasión, que debería haber salido con su Virgen del Amor Doloroso este pasado lunes, y Carlos Jiménez, cofrade de la Hermandad de las Penas, que ayer martes debería haber formado parte del cortejo de la Dolorosa del manto de flores. «Gracias a nuestro hijo tenemos montada la Semana Santa en casa», confiesa Esperanza, que estos días procura atender la mayor parte de sus obligaciones laborales por teletrabajo durante las mañanas para dedicar las tardes a ver las retransmisiones de las procesiones de años anteriores que emiten en televisión.
«Intentamos vivir la Semana Santa tan intensamente como si estuviéramos en la calle. El Domingo de Ramos pusimos marchas en el balcón, e incluso nos vestimos como si fuéramos a salir a ver procesiones», relata esta cofrade que se emociona al recordar los momentos que vive cada año en directo en su cofradía de la Pasión y que este año se encargan de recordarle por WhatsApp: el rezo del Ángelus con el encendido de las velas del trono de la Virgen del Amor Doloroso, la estación de penitencia en la Catedral...
Carlitos también se siente apenado, no solo por no poder salir de monaguillo en la Pasión y en las Penas, sino porque este año tampoco ha procesionado el Cristo Coronado de Espinas de la Cofradía de los Estudiantes. «Le llama mucho la atención esa imagen y eso que nosotros no se lo hemos inculcado», apunta Esperanza.
Pero en su casa apenas si hay tiempo para reparar en tristezas. «Siempre intentamos motivarlo de algún modo. Así que para esta tarde le hemos dicho que organice una procesión magna por el pasillo con los tronitos pequeños que tiene. Casi no vamos a poder pasar porque es una buena colección», resalta esta cofrade, a la que no termina de convencer la idea de celebrar procesiones de Semana Santa en septiembre, como ha apuntado el Vaticano. «Una procesión de acción de gracias sí, pero es que ya el año que viene vamos a tener varias extraordinarias con el centenario de la Agrupación de Cofradías», argumenta, aunque asegura a renglón seguido que, si hay procesión este próximo otoño, «si Dios quiere, estaré en la calle».
Hasta que llegue ese momento se conforma con vivir una Semana Santa de recuerdos, redes sociales, reposiciones de televisión y el espíritu cofrade que le contagian a diario su marido y su hijo, los dos Carlos que la animan a seguir adelante en estas circunstancias tan duras para todos. «Aunque ya nos lo esperábamos, esta semana nos han comunicado que se suspendía la primera comunión de nuestro hijo, que estaba prevista para el 23 de mayo. Nos ha dado pena, pero esperamos poder celebrarla cuando pase todo esto», añade.
Mientras llega ese esperado momento en el que las cofradías y la sociedad en general puedan retomar su actividad habitual, viven un confinamiento sin renunciar a su ilusión y su pasión por la Semana Santa. Cae la tarde. ¡Tang, tang! ¡Tang! «Se acaba el Martes Santo», exclama Carlitos en el patio tras hacer sonar su campana. Pues eso.
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