Gonzalo Fuentes ha sido el presidente del comité de empresa del Málaga Palacio desde 1977 hasta este año, en el que se ha jubilado. Salvador Salas

Secretario sectorial de Hostelería y Turismo de CC OO a nivel estatal

Gonzalo Fuentes: «Nadie está contra el turismo, al revés: quiero que mis nietos puedan seguir viviendo de él»

El histórico dirigente sindical se jubila, pero seguirá «metido en todos los charcos» de los movimientos sociales que buscan una Málaga «más sostenible»

Nuria Triguero

Málaga

Lunes, 8 de julio 2024, 00:37

Llegó a Málaga a los 14 años con una maleta de cartón, desde Teba. Gonzalo Fuentes pertenece a esa generación de jóvenes de pueblos del ... interior de Andalucía que integraron las plantillas de los hoteles de la Costa en el boom turístico. Se declara «camarero orgulloso de serlo» aunque lleve sin coger una bandeja más de 30 años, desde que se centró en su labor sindical. Fuentes lo ha sido todo en el Sindicato de Hostelería y Turismo de CC OO, desde secretario provincial hasta responsable estatal, cargo que deja ahora, a los 66 años, para jubilarse.

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–Después de más de 40 años de lucha sindical, ¿qué planes tiene para esta nueva etapa?

–Primero tengo que terminar de jubilarme, que no me dejan... En el hotel ya estoy jubilado y mis responsabilidades en el sindicato las quiero dejar este mes. Son diez años como responsable de hostelería y turismo en Madrid y hay muchos flecos, cosas por terminar. ¿Después? Es momento de estar con mi familia, porque esta dedicación que he tenido al sindicato ha sido posible gracias a mi pareja, Lola, y a mi hijo. A mí me gusta mucho andar, leer... Voy a seguir implicado en los movimientos sociales en Málaga y, por supuesto, en el sindicato, pero en segunda línea, a echar una manita en lo que a uno le pidan.

–¿Qué recuerdos le vienen cuando cruza la puerta del Málaga Palacio? Aquí aprendió su oficio y empezó su trayectoria sindical.

–Me acuerdo como si fuera ayer, hace 48 años y medio. Parece que estoy entrando por la puerta, con 18 años recién cumplidos. Esto era un icono de la hostelería malagueña. Fue como hacer un máster. En aquellos años había una cosa buena, que era que nos formábamos aquí. Un día aprendíamos a trinchar un pollo, otro a limpiar las copas, otro a montar una mesa... Al máximo nivel, esto era un hotel de cinco estrellas y se daba un servicio espectacular. El problema era que no teníamos derechos. Por eso me hice sindicalista.

–¿Recuerda su primera batalla?

–Una cosa que me llamó mucho la atención y contra la que me rebelé es que la propina se repartía por puntos: el maitre tenía 5 puntos y yo, que era ayudante de camarero, 1,75. Así que a mí me daban mucho menos dinero, cuando las propinas las cogíamos los ayudantes y los camareros. La propina era fundamental porque cobrábamos muy poco. Así que los jóvenes nos movilizamos para conseguir que el reparto fuera igualitario. Luego estaban los horarios: tú sabías cuándo entrabas a trabajar, pero no cuándo salías. Había un día de descanso nada más. Y a mí, como era de los últimos en llegar, me ponían los lunes. Con el Estatuto de los Trabajadores del 80 conseguimos un día y medio. Y en el 82 convocamos una huelga en el hotel para exigir los dos días. Fue en vísperas del Mundial de Fútbol, Málaga era subsede y el hotel estaba lleno de escoceses. Un compañero, Pedrín, que después ha sido pintor de renombre, hizo una pancarta que dio la vuelta al mundo: Naranjito vestido de camarero, con dos lagrimones cayéndole. Lo conseguimos: no llegamos a hacer la huelga.

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Relevo generacional

«No es que los jóvenes no quieran trabajar en hostelería, es que quieren trabajar y vivir»

–¿Tomó conciencia de clase aquí o ya venía concienciado de casa?

–Yo venía de Teba, un pueblo de izquierdas. Y de una familia humilde: mi padre trabajó en el campo y emigró. Yo no fui una excepción, mi generación es la de la maleta de cartón. En mi pueblo no había hombres, mi recuerdo es de las madres llorando en la estación, despidiendo a los jóvenes. En el Málaga Palacio había gente del PC y se dieron cuenta de que yo me movía, que peleaba contra las injusticias. Conocí a Gloria Fernández, que fue la primera secretaria general del PC de Málaga, y fui entrando. Empezamos a movernos dentro del Sindicato Vertical porque todavía no se habían legalizado los sindicatos y CC OO tomó una estrategia muy inteligente: cambiar las cosas desde dentro. En 1977 ya montamos una movilización contra el convenio. Hubo una gran asamblea en Los Pinares, en Torremolinos, todos éramos jovencísimos, y nos organizamos. Conseguimos tres cosas fundamentales: primero, una subida salarial lineal; segundo, elecciones sindicales democráticas para cambiar los enlaces que teníamos del Vertical, que eran todos jefes; y tercero, comedor único de empresa y comida sana y abundante.

–Lo del comedor único supongo que fue una victoria simbólica.

–Había dos comedores en el hotel: uno de jefes y otro de indios. Yo servía a los jefes y veía la diferencia. Ellos tenían sus manteles, su comida calentita, todo perfecto. En nuestro comedor la comida estaba fría y era bazofia. El mismo día que se publicó en el Boletín Oficial el convenio, mientras estaban todos los jefes sentados comiendo, llegamos un compañero y yo y cambiamos la plaquita donde ponía 'Comedor de jefes' por una que decía 'Comedor único de empresa'. A alguno se le quedó la comida atascada en el gaznate...

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–¿Qué balance hace de los más de 40 años que lleva en el sindicalismo? ¿De qué avances se siente más orgulloso?

–Hoy el convenio de hostelería de Málaga es un convenio decente, pero las reformas laborales nos hicieron muchísimo daño porque antes nadie podía ganar menos de lo que decía el convenio, pero la reforma de 2012 introduce que el convenio de empresa puede ser inferior al convenio sectorial. ¿Qué hicieron muchas empresas? Externalizar los servicios. De hecho, la última huelga que se convocó en Málaga, hace cinco años, fue para que las camareras de piso cobraran lo mismo que marca el convenio de hostelería. Y se consiguió. Málaga ha sido pionera en eso. La lucha ha sido permanente y se han conseguido muchas cosas. Pero evidentemente no hay el mismo cumplimiento del convenio en los hoteles que en los bares. Puedes hacer una encuesta en los bares de Málaga: en la mayoría dan un día de descanso y el otro te lo pagan en B... o no. Faltan inspecciones de trabajo y falta voluntad de una parte de los empresarios para que se cumpla el convenio.

–¿Qué retos se quedan para los que continuarán su labor?

–Estamos en una bonanza turística sin precedentes. Récord de turistas, récord de beneficios. Es el momento de invertir: de invertir en las personas, que tienen que cobrar más; de invertir en las instalaciones y en prevención de riesgos laborales. Y el problema de las cargas de trabajo está por solucionar, se me queda la espinita clavada. Con la pandemia hicimos un esfuerzo tremendo para salvar el empleo y si antes una camarera de piso hacía 20 habitaciones, se subió a 23 ó 24 porque era una situación excepcional. Pero después no se volvió a lo de antes y hay un aumento de las cargas de trabajo espectacular. Eso produce un malestar en las plantillas, produce peores condiciones laborales y produce peor servicio.

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Turistificación

«Estamos convirtiéndonos en una ciudad de cartón piedra»

–Hablemos del modelo turístico. ¿Hay que cambiar el chip?

–Yo no quiero presumir de nada, pero llevo mucho tiempo diciéndolo: este modelo es insostenible. Hay algo que nunca he entendido de una parte de los empresarios y los políticos, que es el cortoplacismo. Tenemos que tener unas luces más largas. Este ritmo no puede mantenerse en un contexto de emergencia climática y en el que se está perjudicando a una parte de la sociedad, de los malagueños. Ya en otras comunidades autónomas se están tomando medidas. En Málaga hemos luchado por tener un puerto abierto a la ciudad, por tener un AVE, por tener un Museo en la Aduana... Estamos orgullosos de nuestra ciudad. Pero ahora resulta que a cualquier persona que hace una crítica constructiva la tachan de turismofobia.

–¿Fue a la manifestación del 29J por el derecho a la vivienda?

–Claro que fui. Allí había más de 20.000 personas de todas las edades, pidiendo un cambio de modelo. Viviendas para que la gente pueda vivir en su ciudad. Porque yo, con mi nómina de camarero y con mucho sacrificio, me compré mi piso de Eugenio Gross. Hoy eso es imposible. Y el alquiler, peor. Estamos convirtiéndonos en una ciudad de cartón de piedra. Y aquí no hay turismofobia, repito: lo que hay es una voluntad de ir a otro modelo turístico distinto, más sostenible. No sólo desde el punto de vista medioambiental, sino social: la gente tiene que ganar más dinero. Un camarero en el Málaga Palacio no puede ganar 1.245 euros. Este modelo no aporta el valor añadido que tiene que aportar a la economía de la ciudad.

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–Los hosteleros se quejan de que los jóvenes no quieren ser camareros. ¿Les entiende?

–Los jóvenes quieren lo que yo no tuve: quieren vivir y trabajar. Yo vivía para trabajar. Ahora quieren tener jornada continua, tener al menos un fin de semana al mes para poder disfrutar de sus hijos, de su pareja o sus amigos. Hay que fidelizar a las personas para que ésta no sea una profesión de paso.

–¿Cómo recuperar el equilibrio?

–Primero, reconocer el problema. Y bajar un poquito al suelo, escuchar, convocar a las partes con voluntad política y buscar acuerdos. Que aquí nadie está contra el turismo; al revés: yo lo que quiero es que mis nietos puedan seguir viviendo del turismo. Lo que defendemos es un modelo a largo plazo para que siga generando empleo y riqueza. Lo otro es pan para hoy y hambre para mañana. Debería haber un pacto de Estado en defensa de un modelo de turismo que no nos estalle. Una cosa que yo echo de menos es el consenso con el que se decidía la política de turismo antes en Andalucía.

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«A muchos les gustaría que no existieran los sindicatos, pero si no existieran habría que inventarlos»

–¿Por qué cree que una parte de la sociedad ha desarrollado desafección contra los sindicatos? ¿Algo se ha hecho mal?

–Yo mismo soy autocrítico con el sindicato. Pero hay una derecha mediática y unos poderes fácticos con mucho interés por desprestigiar a los sindicatos, porque a mucha gente le gustaría que no existieran. Mi vida habría sido más fácil sin ser sindicalista, pero también me ha dado más satisfacción. En 2012, durante la huelga general contra la reforma laboral, más de 400 personas fuimos encausadas por participar en piquetes informativos en Málaga. A Lola Villalba y a mí nos pedían tres años y seis meses de cárcel. En el juicio fuimos absueltos. También fui imputado en el caso ERE, sin ningún tipo de indicio. La jueza que sustituyó a Alaya declaró que yo era una persona inocente y que me habían tratado como a un delincuente. Aquello formaba parte de la campaña mediática para desprestigiar a los sindicatos. Yo entiendo que hay una generación que lleva toda su vida laboral en crisis. Tienen una desafección hacia la política y los sindicatos y nosotros tenemos que bajar a la tierra y estar con los jóvenes y con sus problemas. Pero los sindicatos, si no existieran, habría que inventarlos. Y en España tenemos un modelo de sindicalismo muy bueno. Cuando negociamos el convenio de hostelería no lo hacemos sólo para los afiliados, sino para el conjunto de los trabajadores. Y el sindicato tiene ahora más afiliados que nunca y más delegados que nunca.

–¿Nunca se ha planteado dar el salto a la política?

–Me lo ofrecieron.

-¿Cuándo?

–Cuando Rafael Rodríguez fue nombrado consejero de turismo de la Junta, en el gobierno de coalición de PSOE e IU. Yo estaba de responsable de Hostelería de CC OO Andalucía y me llamó para decirme que contaba conmigo. Le dije que no, me parecía un error siendo yo un dirigente destacado del sindicato.

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–¿Y si le llamaran ahora?

–No. Yo ahora voy a meterme en todos los charcos. Estaré en los movimientos sociales: en la Plataforma contra la Torre del Puerto, por ejemplo. Y en el sindicato, para lo que me pidan.

«A negociar no se aprende en los libros»

-Ha vivido conflictos muy duros con los empresarios hosteleros. ¿Cómo es su relación personal con la patronal? ¿El roce hace el cariño?

-Si alguien no es capaz, cuando termina una negociación, por muy dura que sea, de irse a tomar un café, que se dedique a otra cosa. Con Miguel Sánchez, por ejemplo, he coincidido mucho tiempo siendo yo responsable de hostelería de CCOO y él de la patronal, primero a nivel de Málaga y luego de Andalucía. Y tenemos muchas anécdotas él y yo. Recuerdo una vez, con una huelga que iba a empezar el domingo a las 12 de la noche. La última reunión había terminado sin acuerdo. Yo no había dormido, me levanté y me fui a comprar los periódicos. Yo salía poniendo verde a Miguel y él a mí, igual. Había una cabina al lado, eché una monedita y le llamé. «Oye, ¿te has pasado, eh?». Quedamos en vernos. Nos fuimos al Parador de Golf, empezamos a hablar vimos que podía haber una salida... La prensa se enteró y se juntaron 50 periodistas en la puerta. La foto fue Miguel Sánchez saltando por la ventana... Bueno, pues a las 12 y 10 de la noche estábamos firmando el convenio. Cuando me dieron el Premio Andalucía Turismo, en 2021, había muchas personas que me querían dar el premio. Y me lo dio Miguel Sánchez.

-¿A negociar se aprende o es una cualidad innata?

-Eso no viene en los libros ni se aprende en la Universidad. Se aprende a negociar con muchas horas en las mesas, escuchando, para saber lo que tu gente quiere, dónde están los mínimos y cuál es el punto de equilibrio. Son reuniones duras, tensas, porque cuando estás defendiendo el pan de 150.000 personas y tú tienes la última palabra, esa noche no duermes con el peso de la responsabilidad. Y yo en ningún convenio colectivo he salido satisfecho al 100%.

-¿Eso es lo peor?

-No. Al final te acostumbras. Y es lo mejor, porque si salimos las dos partes insatisfechas es que ha habido un acuerdo equilibrado..

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