Rafael Pascual muestra un periódico que contaba su fuga: él y sus compañeros se dieron prisa para huir antes del final de la dictadura y mostrar que escapaban de Pinochet, no de la democracia recuperada. Josele
'Pacto de Fuga'

Se fugó de una cárcel de Pinochet y vive en Estepona

Los padres de Rafael Pascual llegaron a Chile escapando de la dictadura franquista en el barco que fletó el poeta Pablo Neruda y cinco décadas más tarde fue él quien se exilió en España después de protagonizar una huida de prisión histórica que ha sido llevada al cine

Domingo, 12 de noviembre 2023, 00:27

Una vida de película. Y de varias. Pero, al menos, literalmente, de una, 'Pacto de Fuga' (David Albala, 2020), que cuenta la historia real –y de forma bastante fidedigna en opinión de uno de sus protagonistas– de cómo 49 presos de la dictadura chilena acusados ... de atentar contra Augusto Pinochet y de entrar un arsenal de armas en el país se escaparon de la Cárcel Pública de Santiago de Chile en 1990, coincidiendo con los días en que la dictadura daba la posibilidad de votar en su contra en una consulta que terminó perdiendo: los chilenos abogaron por la democracia y abominaron del régimen autoritario que duraba desde el golpe militar de 1973 contra el presidente democráticamente elegido Salvador Allende.

Publicidad

Uno de esos reclusos que escapó a través del túnel que contribuyó a construir a lo largo de un año y medio, entre 1988 y enero de 1990, Rafael Pascual, que ya ha cumplido los 64 años, trabaja como tornero fresador en la industria naval de Algeciras y vive en Estepona. A España vino a parar exiliado después de su huida carcelaria y un difícil periplo. Y no por casualidad: sus padres eran españoles y también vivieron su propio exilio escapando de Franco.

Y aquí viene la otra película basada en hechos reales de la que su familia puede ser protagonista: sus progenitores, Benito Pascual y Carmen Arias, junto a sus dos hermanas que nacieron en España –una de ellas, en un cuartel de la guardia civil, en plena evacuación huyendo de las bombas que caían sobre Madrid–, formaron parte de los más de 2.000 españoles que en 1939, al finalizar la Guerra Civil, embarcaron a bordo del Winnipeg, el barco que alquiló el poeta Pablo Neruda –que fue también cónsul especial para la inmigración republicana española–, rumbo a Chile. Cuando llegaron al país latinoamericano, fueron destinados a la región de Concepción. Los recogió el sindicato del carbón. Y su padre comenzó a trabajar en la mina. La familia guarda el recuerdo de cómo sus vecinos, muy humildes, les ayudaron a montar su casa; cada uno aportaba lo que podía, una taza, un plato… Se sintieron muy bien acogidos.

El golpe de Estado de 1973 en Chile hizo revivir a la familia, singularmente al padre, lo que había sufrido en España casi cuarenta años antes

Pero, décadas después, con el golpe de Estado de 1973 y el inicio de la dictadura pinochetista se sabían señalados y vulnerables por su condición de exiliados republicanos españoles y, además, militantes comunistas. A partir de 1973, explica Rafael, volvieron a sentir miedo, como en España casi cuarenta años antes. Y su padre, al rememorar y revivir la trágica historia española del siglo XX, sufrió un shock del que ya no se recuperaría.

Publicidad

El compromiso político de los padres tuvo su continuidad en los hijos: en el momento del golpe de Pinochet, su hermano Martín era dirigente estudiantil en la Universidad de Chile y su hermano Benito fue detenido por la policía secreta pinochetista y conducido al estadio del centro de Santiago en el que estaba apresado Víctor Jara y que ahora lleva el nombre del cantautor, para luego ser trasladado al Estadio Nacional y después ser condenado a la pena de extrañamiento –expulsión a Italia: en ocasiones, durante el régimen dictatorial, las penas de cárcel mutaban en expulsiones del país–. Él, Rafael, que era el hermano pequeño, por entonces tenía 13 o 14 años y ya era militante comunista. Como la mayor parte de su familia, participó desde muy temprano en la resistencia contra la dictadura, denunciando la existencia de detenidos desaparecidos y dando visibilidad, comenta, a lo que no se veía por el pánico ambiental.

La lucha contra la dictadura de Pinochet fue popular, política y también fue armada. Germinó, por ejemplo, en el nacimiento del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en 1983, en el que ingresaron principalmente militantes del Partido Comunista de Chile (PCCh). Era una fuerza que promovía la rebelión popular de masas contra la dictadura con el respaldo, explica el historiador Mario Amorós, de amplias capas de la sociedad chilena, singularmente el movimiento obrero, los estudiantes, así como profesionales e intelectuales.

Publicidad

El compromiso político de sus padres tuvo continuidad en los hijos, todos muy politizados cuando Augusto Pinochet tomó el poder

En este grupo ingresó Rafael Pascual, que recuerda que una de las órdenes del PCCh a su juventud militante era que hiciera el servicio militar, porque ello ayudaba a tener nociones básicas sobre el uso de las armas. El Frente Patriótico, cuenta Pascual, realizaba acciones de propaganda, de «recuperación de medios» (robo de armas), hurtaba alimentos para distribuirlos entre la gente necesitada y atracaba bancos para obtener recursos para alimentar su infraestructura y para los pueblos a los que trataban de proteger. Una de las acciones que narra que eran habituales era dirigir a las fuerzas del orden en su contra para evitar que pueblos y pequeñas comunidades sufrieran la brutal represión del régimen.

Atentado contra Pinochet

El Frente Patriótico comandó un atentado en 1986 contra Augusto Pinochet. Ésta fue una de las acciones que llevó a la cárcel a parte de quienes luego se fugarían. La otra, en la que se vio involucrado Pascual, fue la entrada de armas en el país. Se trataba de armamento que había dejado abandonado el ejército de EE UU en Vietnam y que Cuba les ayudó a acercar a la costa de Chile. También los soviéticos -toda la historia del siglo XX atraviesa la vida de Rafael Pascual- les apoyaron con un sistema que evitaba que los satélites captaran los movimientos que se producían en el litoral. Pero algo falló. Y las fuerzas de la dictadura terminaron apresando a Rafael Pascual y a sus compañeros. Rafael recuerda que lo llevaron a La Serena, un centro de detención clandestino -como los había a cientos en todo el país- donde sufrió 22 días de torturas (corrientes, ahogamientos…). Se quiebra cuando rememora las torturas. Y dice que prefería recibir golpes a que le aplicaran corriente continua. Confiesa que necesitó tratamiento psiquiátrico una vez liberado para tratar de digerir las torturas, la cárcel y también haber perdido tantas compañeras y compañeros a manos de la dictadura.

Publicidad

Rafael Pascual muestra las fotos que conserva de su tiempo en la cárcel previo a su fuga. Josele

Con el apresamiento se interrumpió su vida en la clandestinidad, muy sacrificada y disciplinada, marcada por la que llama «compartimentación»: nada de su vida militante traspasaba la frontera hacia su vida civil, que también es cierto que era casi inexistente. A su familia se limitaba a decirle que estaba bien, sin más detalles.

Pero éste era sobre todo el relato de una fuga histórica y hasta humillante para la férrea dictadura de Pinochet que vio cómo medio centenar de sus prisioneros burló los muros de la prisión tras trabajar durante nada menos que un año y medio en la construcción de un túnel que los traspasó.

Publicidad

Rafael Pascual conserva fotos de la cárcel, en las que aparece con sus compañeros. Confía a SUR que quienes los visitaban les llevaban a la prisión las cámaras desmontadas y ellos dentro las armaban y a la vista está que con bastante pericia. Mantenían el ánimo pese a las condenas perpetuas –como la suya– y las penas de muerte que pesaban sobre otros de ellos. En las imágenes se les ve tomar el sol, conversar, jugar al fútbol… Pero es que desde que les internaron sabían que iban a fugarse. De hecho, en la primera prisión en la que recaló el grupo de Pascual, la Penitenciaría de Santiago, ya se comenzó a pensar en la huída, teniendo en cuenta que a su lado estaba la fábrica de armamento militar de Chile y que podían llegar a acceder a esas armas y a los vehículos que ahí se producían. Hicieron preparativos e incluso sus compañeros en libertad llegaron a llevarles armamento desmontado que ellos reconstruyeron dentro. Pero esta operación no llegó a culminarse. Entre otras cosas porque pronto los trasladaron a la prisión pública, su destino definitivo, donde ya otro grupo estaba trabajando en la fuga, en la excavación del túnel. Rafael pronto se sumaría a esos trabajos.

Ganar espacios de libertad

La operación requirió preparativos. Para empezar, los del Frente lograron separarse de los presos comunes y estar todos juntos. Ello les permitía organizarse, ser más disciplinados, mantener el secreto, es decir, de nuevo, la «compartimentación»: mantenían su rutina, participación en actividades de la prisión para que los funcionarios no sospecharan, y un silencio absoluto –o un lenguaje en clave– sobre su actividad paralela, la excavación del túnel, cuyos relevos y coberturas estaban pensados, calculados y respetados al milímetro. Rafael añade que una de las claves de su éxito pasaba por ganar espacios de libertad en la cárcel peleándolos con huelgas de hambre y enfrentándose a los gendarmes: «Para no tener follones, nos daban libertades», dice. Así, lograron moverse con bastante autonomía entre las alas del presidio.

Noticia Patrocinada

Una de las fotografías de su estancia en prisión –Rafael Pascual es el de la derecha de la imagen– tomada con una de las cámaras que sus visitas les llevaban desmontadas a prisión y que los presos montaban dentro. Josele

Si bien la excavación del túnel de 60 metros se realizó con medios precarios, los que pudieron arañar en la prisión, como cuchillos, cucharas, tenedores, alambres... entre los reclusos involucrados había gente muy preparada; por ejemplo, contaban con un arquitecto, y muchos se habían formado en guerra de guerrillas en Cuba y conocían las estrategias vietnamitas para que los túneles no se hundieran –abovedarlos–. Además, para contar con oxígeno en la instalación mientras trabajaron, construyeron un fuelle al que le adhirieron mangas de nylon o botellas por donde circulaba el aire. E idearon un sistema de comunicaciones para que quienes estuvieran trabajando en el túnel en cada momento tuvieran información del exterior, esencial, por ejemplo, cuando había inspecciones o recuentos de presos por parte de los funcionarios.

El reto más importante era lograr ocultar la tierra extraída del túnel: la colocaron en el entretecho de la galería que ocuparon. Los trabajos duraron 18 meses. Ni les pillaron ni hubo sospechas sobre su plan de acción para escapar. Tampoco cuando en los últimos momentos requirieron apoyo exterior para culminar la operación: sus colaboradores en libertad secuestraron un autobús de línea que les recogería en la boca exterior del túnel y prepararon la documentación falsa con la que saldrían del país. Aunque el grupo de ayuda exterior era el mínimo imprescindible para dar cobertura a la fuga, que pudieran salir a salvo y estar escondidos durante un tiempo. En ese grupo, eso sí, desvela Pascual, había algún actor y alguna actriz que les ayudaron a cambiar de aspecto.

Publicidad

Miedo a un nuevo golpe

Rafael Pascual salió de Chile seis o siete meses después de la fuga. Se dilató tanto en el tiempo porque en un primer intento se detectó un problema de seguridad que obligó a abortar la escapada. Y luego la salida se tuvo que retrasar porque saltó el temor a que Pinochet pudiera dar otro golpe para perpetuarse en el poder. Y ello les obligaba a seguir movilizados: no tenían la capacidad de enfrentarse con éxito a un ejército profesional, pero sí confiaban en que, de producirse ese autogolpe, la movilización social fuera tan amplia que el dictador saldría irremediablemente derrotado.

Su exilio a España se retrasó porque su organización temía que Pinochet pudiera dar otro golpe de Estado y los militantes debían permanecer movilizados

Despejados estos riesgos, Rafael Pascual abandonó Chile clandestinamente a través de Argentina, para recalar en Paraguay y finalmente en España, con una primera parada en Madrid –sería años después cuando se mudaría a Málaga–. Rafael venía a la tierra de la que sus padres se vieron obligados a despedirse en la Guerra Civil, huyendo de una dictadura, en ese caso incipiente, frente a la que ya periclitaba en Chile, de donde su hijo huía por la orden de busca y captura que pesaba en su contra no sólo de las autoridades chilenas, también de las estadounidenses. Había participado en una fuga carcelaría histórica.

Publicidad

Abandonó Chile con ánimo de volver, pero para la infraestructura política contra la dictadura y preparada para la reconstrucción democrática y atenta a los riesgos de involución, cuenta Rafael, era muy costoso mantener a personas como él en la clandestinidad. Así que no fue hasta quince años después de su fuga que volvió a Chile. De visita. Ahora tiene a la familia repartida en dos continentes. Allá, su sobrina Claudia Pascual es hoy senadora del Partido Comunista y fue ministra de la Mujer en el último gobierno de la presidenta Michelle Bachelet. Fue ella la que sacó adelante la primera ley del aborto en ese país latinoamericano.

Azarosa vida la de Rafael Pascual, que incluye un exilio de ida y vuelta, una madre que dio a luz en un cuartel de la guardia civil cuando huía de los bombardeos de Madrid, el paso por campos de concentración franceses como el de tantos republicanos españoles, un reencuentro familiar en ese país vecino para embarcarse en el Winnipeg de Neruda, una nueva vida en Chile, otro golpe de Estado, revivir el miedo, la cárcel, el túnel, la libertad clandestina, otra travesía, la vuelta a Europa... ¿Regresará Rafael Pascual a Chile o su vida está ya definitivamente en Estepona? Tiene dos hijas nacidas en España. Dependerá de lo que ellas quieran. Saben que suyas son las dos tierras.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad