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Abdel y Aiman, que llegaron desde Marruecos con una mochila cargada de sueños, Salvador Salas
Extutelados, los grandes olvidados del sistema

Extutelados, los grandes olvidados del sistema

Llegaron en patera para triunfar en Málaga, pero la realidad no cumple con las expectativas. Una historia de sueños rotos y el drama de cumplir los 18: «He luchado por conseguir mi sitio, pero al final no tengo nada»

Domingo, 27 de septiembre 2020

Aiman Amore pasea por las calles de Málaga como un adolescente más. Chanclas, camiseta de los Chicago Bulls con el mítico 23, vaqueros y problemas de piel. Pero no es un adolescente normal.

Todo lo que en su vida era normal lo dejó atrás en 2016. Guarda el móvil en su riñonera, agacha la cabeza y las palabras empiezan a rodar por sus labios de forma tímida. Los recuerdos le llevan a Kenitra, una ciudad portuaria de Marruecos, a una hora y media de distancia de Casablanca.

Aiman vuelve a tener 14 años en ese último verano. Vecinos, conocidos y amigos de clase. Todo el mundo habla de Europa. Un continente próspero con casas con piscina, calles limpias y buenos médicos.

Por simple cercanía, hay un país que se nombra por encima de los demás: España. El hogar de los grandes hoteles y del Real Madrid. Ese verano, España parece estar más cerca que nunca. Málaga, una banderita roja en la pantalla del móvil, a 425 kilómetros.

Aiman se siente apelado, un joven que por fin quiere hacer algo con su vida en un país en el que nadie le espera.

Después de haber pasado tres días en una patera, es capaz de hacer una cronología exacta del dolor. Primero se deja notar en la pantorrilla y atraviesa las piernas. Luego se siente en el estómago. En algún momento pasa al pecho. Antes te roba el sueño que el hambre. ¿Y cómo es eso de sentir miedo?

«¿Miedo? Era chico, me daba igual todo», responde. Son miles, los que lo intentan cada año. El momento en el que se convirtió en un MENA (Menores Extranjeros No Acompañados), está grabado a fuego en la memoria de Aiman. La travesía en patera le cambió Málaga por Cádiz.

Después de abordar la playa y echar a correr sin fuerzas hacia no se sabe muy bien dónde, alguien le recoge en la calle. En un autobús le trasladan a un centro de menores en Algeciras. Por fin una cama, enchufes, agua corriente y un funcionario que le toma las huellas dactilares. Ya no recuerda si alguien le regaló una sonrisa.

Creía que España iba a tener un plan para él, aunque no sabía qué plan. Como en una cita a ciegas, en la que nunca se sabe muy bien qué espera el uno del otro. Para España, Aiman era un número más. Muchos Aiman llegan todos los días. Las estadísticas del Ministerio del Interior así lo confirman. En 2019, había registrados 12.300 menores que viajan solos a España. La mayoría, 5.183, se movieron por Andalucía. El litoral y Melilla son las dos grandes puertas de entrada.

Expectativas y realidad

La historia de Aiman es la de un viaje que no ha cumplido con las expectativas. Agacha un poco la cabeza si se le pregunta con qué soñaba cuando decidió jugarse la vida para salir de Marruecos.

Sus ojos marrones se clavan en el suelo, quiere explicar cómo pensaba que el mundo iba a estar a sus pies, contar quién es de verdad, aunque no tenga un documento oficial que lo acredite. Hijo de una madre soltera, hermano añorado, abandonado por su propio padre, alguien que ha trabajado en cocinas desde que era pequeño. Él, que quería lograrlo, como miles de compatriotas lo habían hecho antes. Con nada encima salvo unas fotos de la familia y una mochila imaginaria cargada de esperanza.

Cuando Aiman habla con su madre por teléfono siempre le contesta que todo está bien. «No quiero que se preocupe». Por eso no le dice que en realidad pasa los días deambulando por las calles de Málaga, que no tiene trabajo y que, desde hace unas semanas, no tiene un sitio fijo en el que quedarse.

¿Dónde duerme? «En algún parque». ¿Dónde come? «En los Ángeles Malagueños de la Noche». «¿Qué más da?», pregunta. Como si a alguien le importara.

Si hubiera que leer la vida de Aiman en un gran archivador blanco, apenas bastaría con repasar unos escasos folios arrugados. Certificado de llegada a España, su paso por distintas residencias de menores, algunos trabajos sociales y poco más. Él dice que es Aiman Amore, 18 años, nacido en Kanitra, Marruecos. Pero no tiene ningún documento oficial que lo ratifique. Eso hace que sea casi imposible rastrear los trazos de su vida.

Un primer plano de Aiman Amore en el mural de la Asociación Marroquí: «No hay justicia sin igualdad». S. Salas

«El caso de Aiman es excepcional, aunque no es único. Tiene un doble problema porque tampoco tiene una documentación en regla en Marruecos. No fue inscrito debidamente por sus padres cuando nació. Ahora las autoridades de aquí tienen que ponerse en contacto con las de Marruecos. La burocracia es lenta, muy lenta. Desespera saber que se podría hacer más por estos jóvenes», explica Irene Quirante.

Irene, 30 años, trabaja en la Asociación Marroquí para la Integración de Inmigrantes. Una ONG que se financia a través de fondos que recibe de la Junta Andalucía y tiene su sede en los bajos de un bloque en la calle Jinetes. Irene tiene el pelo castaño, camiseta negra con el logo de la asociación y luce una sonrisa perenne. Utiliza expresiones como «mis niños» cuando se refiere a jóvenes como Aiman. Los conoce a todos. Sabe si han tenido un mal día y es consciente del drama personal que hay detrás de cada número que acaba en una carpeta.

La ecuación es simple como endiablada. Sin permiso de residencia no obtienen el permiso de trabajo. Sin trabajo solo queda buscarse la vida para echarse algo a la boca. Aunque pase el día deambulando por Málaga, Aiman, y los que son como Aiman, se sienten invisibles. Salvo si un MENA comete alguna fechoría. Entonces, atraen a las cámaras de televisión y se convierten en huesos para hacer un caldo que sabe demasiado a rancio. Sin embargo, nadie cuenta que aunque alguien quisiera contratar a Aiman, darle una oportunidad para salir del hoyo, no podría hacerlo.

«Sin papeles no hay nada que hacer», se lamenta. De niño se veía jugando fútbol en el Liverpool. Ahora le parece ridículo. «Ya no somos niños, me entiendes. Yo ya no tengo sueños», zanja con desprecio. Cree que se le daría bien trabajar en un taller de neumáticos o de camarero.

La verdad es que ya se conformaría con trabajar en cualquier cosa. «He echado 200 currículum por toda Málaga. Nada. Eso no lo he visto ni en mi país», asegura con voz de derrotado. Un ser humano puede surgir en cualquier circunstancia, un pasaporte no. «He luchado por mi sitio, pero al final no he conseguido nada». ¿Alguna vez ha pensado en volver a Marruecos? Aiman asiente con la cabeza. Que ahora esté estrenando la mayoría de edad no mejora su situación.

El cumpleaños que nadie quiere

Cumplir los 18 años en una familia de clase media significa el primer coche. Si eres un MENA viene aparejado de un cambio de estatus legal que te deja en la calle. El Estado está obligado a ejercer la tutela sobre estos jóvenes si son menores. Con la mayoría de edad, se convierten en extutelados. JIEX son las siglas que depara el lenguaje de gestión de refugiados para el nuevo estatus.  

La persona que ha vivido bajo el sistema de protección, por ejemplo, de la Junta de Andalucía, ya no tiene derecho a hacer uso de las residencias de menores ni de utilizar los comedores. Sin techo y sin comida caliente asegurada quedan dos opciones: la calle o, con suerte, pillar una cama en un centro para personas sin hogar. En Málaga hay lista de espera.

Abdel Ghani ha tenido esa fortuna. Es de Nador y en 2017 cruzó la frontera por Melilla cuando tenía 17 años. Embarcó hasta llegar a Málaga. Aquí cumplió la mayoría de edad y ahora ha dado con una plaza en San Juan de Dios, uno de los centro de acogida que hay en Málaga.

Abdel juega al fútbol en el Olímpica Victoriana y tiene los brazos finos como el alambre. «Yo ahora estoy bien. Me gustaría trabajar de cocinero o de bombero, ayudar a mi familia». Tampoco tiene permiso de residencia, pero sí un pasaporte de Marruecos. Reza para que le concedan el permiso por «arraigo».

Parte de la labor que la Asociación Marroquí para la Integración de los Inmigrantes realiza con esta infancia y juventud no acompañada se centra en objetivos como la integración, la optimización de la atención hacia estos colectivos o la sensibilización social sobre las distintas realidades de las niñas, niños y los jóvenes que migran solos. Un trabajo que se viene realizando, entre otros programas, a través el proyecto 'Jóvenes en Movimiento: Integración y Acceso a la Plena Ciudadanía de los Colectivos MENA y JIEX', financiado por la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional al Desarrollo (AACID), de la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación de la Junta de Andalucía.

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