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Una experta advierte de los riesgos de los bulos: «La desinformación cuesta vidas»
Carmela Ríos, periodista, experta en redes sociales y desinformación

Una experta advierte de los riesgos de los bulos: «La desinformación cuesta vidas»

Las informaciones falsas se han multiplicado durante la DANA y mientras aún está en desarrollo la operación de rescate. La periodista Carmela Ríos explica cómo se generan las mentiras y cómo han de lidiar con ellas los periodistas y los ciudadanos

Miércoles, 6 de noviembre 2024, 00:36

Carmela Ríos es periodista y experta en redes sociales y desinformación, materias de las que también es docente, por ejemplo, en el máster de periodismo del diario El Correo. También pronuncia conferencias sobre este asunto, como hace poco en Málaga, invitada por la Asociación de la Prensa. Estos días su análisis cobra todavía más relevancia: la DANA ha dado lugar a múltiples bulos respecto a las causas de la tromba de agua y sobre sus consecuencias. Ante ello, advierte que en situaciones como la actual, en medio de una operación de rescate en que tan importante es contar con información veraz para hacer posible la coordinación de medios materiales y humanos, las mentiras pueden costar vidas. Añade que el descrédito buscado de las instituciones puede conllevar más muertes en lo sucesivo si no se hace caso de sus alertas. Ríos también reparte responsabilidades: los medios han de cambiar sus modos de trabajar para no sólo verificar o desmentir los bulos, sino para explicar quién, cómo y con qué intereses los difunden; los ciudadanos han de decidir qué relación quieren tener con la verdad y tratar de no dejarse llevar y a la ligera difundir según qué mensajes sólo porque coinciden con sus opiniones; y las redes sociales han de hacerse responsables de los contenidos que circulan por ellas. Hay más bulos que nunca, son más fáciles de construir que en cualquier otro momento de la historia, y, como resultado, en ningún otro contexto han convivido con tanta normalidad con la verdad.

–¿Tienen algo de singular los bulos que están circulando alrededor de la DANA?

–En cada noticia de impacto, en cada conflicto, en todo lo que en un periódico se titula en grande se produce un caudal de desinformación que ya es inevitable. Pero en este caso los bulos tienen una incidencia muy grande, porque su difusión impacta en una situación que ya es muy complicada. Lo que hace distintiva a esta hornada de bulos alrededor de esta tragedia es que inciden directamente sobre una operación de socorro, de rescate. Toda esa oleada de desinformación destinada a desacreditar la labor de Cruz Roja o el trabajo de los servicios de meteorología o de la AEMET tiene un impacto muy grande en que una persona se crea o no una alerta roja en el futuro, que modifique su agenda del día. Eso tiene una implicación en términos de vida o muerte. Cuando estamos viendo que hay una oleada de desinformación destinada a destruir o a dañar seriamente los cimientos de las estructuras de emergencia de un país, eso son palabras mayores, porque no estamos hablando a toro pasado, sino de una situación en curso en la que se necesita información buena para que sea posible la coordinación.

–¿Cómo se construye un bulo?, ¿cómo va creciendo?

–Primero se construye con mucha mala fe, con un objetivo que puede ser ideológico o económico. De hecho, ahora estamos viendo que la motivación económica empieza a adquirir una gran importancia a la hora de diseñar una desinformación. Es relativamente sencillo, se trata simplemente no tener muchos escrúpulos y tener la intención de hacerlo. A continuación, lo más fácil es crear el contenido, porque la tecnología, las redes sociales, la inteligencia artificial, colocan a nuestra disposición todos los útiles necesarios para que construyamos el bulo tal y como queramos elaborarlo, es decir, en un formato determinado: vídeo, foto, fotomontaje, un deep fake... Podemos crear una red de cuentas falsas, generar interacciones falsas en X o en Instagran. La tecnología pone, a la carta, todas las opciones de creación a los actores de la desinformación. Nunca ha sido tan fácil crear un bulo.

«La realidad y la mentira conviven de una forma muy natural en los móviles de las personas. Ése es el escenario que tenemos que saber contar. No vamos a poder combatir la desinformación, pero vamos a poder contarla»

–Pero se requiere una cierta infraestructura.

–Estamos asistiendo cada día o cada mes a acontecimientos que nos muestran cómo la desinformación que conocíamos o tal y como la hemos conocido está cambiando, está mutando. De la misma forma en que estamos hablando de DANAS de nueva generación, que es lo que hemos vivido ahora en Valencia, también asistimos a una desinformación de nueva generación, en la que las narrativas son mucho más poderosas, la capacidad de convicción es mucho más fuerte y la posibilidad de penetración a todos los sectores de población es mucho más sencilla. Eso nos coloca en una situación en la que la realidad y la mentira conviven de una forma muy natural en los móviles de las personas. Ése es el escenario que tenemos que saber contar a la ciudadanía. No vamos a poder combatir la desinformación, pero vamos a poder contarla y vamos a poder ser más transparentes con los ciudadanos en torno al escenario en el que ellos se informan ahora. Hay que darle una vuelta de tuerca a todos los planes de alfabetización mediática, que corren el riesgo de quedarse obsoletos, porque responden a las necesidades de una etapa de la desinformación que ya ha terminado. Las elecciones americanas, por ejemplo, han sido totalmente disruptivas en materia de desinformación por la cantidad, por el eco, por las formas en que ha sido construida; y, después, desgraciadamente, lo que estamos viviendo en Valencia es otro recordatorio de cómo los bulos entran en nuestra vida, en los WhatsApps, en los canales de Instagram de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nuestros hijos, y pueden condicionar la percepción de la realidad. En este ecosistema viciado, desordenado, caótico, es en el que tenemos que saber transmitir dónde hay que informarse y cuáles son los peligros.

–Nunca ha sido más fácil construir un bulo, entonces, ¿ahora hay más bulos que nunca?

–Yo creo que nunca ha estado tan consolidada la mezcla entre información y desinformación y efectivamente podemos decir que nunca ha habido tantos bulos como ahora porque nunca ha habido tantas plataformas para distribuirlos ni tantas herramientas para construirlos. No digo que los bulos sean distintivos de esta época; bulos han existido siempre y la desinformación ha habido desde el principio de los tiempos. Los que han cambiado han sido los rudimentos para construirlas y en la época de los romanos o en los años cincuenta eran mucho más limitados. El problema ahora es que todo el mundo, cuando abre una cuenta de X, de Facebook o de lo que sea, tiene un altavoz y por él puede circular muy buena información o pueden ir operaciones de desinformación a gran escala, que es lo que está sucediendo, hasta el punto de que se mezcla con lo que es información real. Al final, lo que está pasando es que estamos sumiendo a la población en un mundo de confusión en el que no se sabe si lo que estás viendo es real o no. Y esto es un problema, porque hace que la gente dé un paso atrás.

«La desinformación tal y como la conocemos no se puede vencer, no va a dejar de existir, se va a quedar»

–¿Cómo puede combatir el periodismo esos bulos?

–La desinformación tal y como la conocemos no se puede vencer, no va a dejar de existir, se va a quedar. Pero lo que sí podemos es hacer cosas. Y una es aceptar que tenemos que convivir con esa cuota de desinformación en nuestra vida diaria y que va a estar en el menú de información de los ciudadanos; hay que aceptar la realidad tal y como es y adaptarnos. ¿Y eso qué significa? Pues, por un lado, cambiar las formas de trabajar, para que nosotros, como periodistas que somos, podamos observar esa nueva realidad, la de la desinformación, no sólo con verificación, sino haciendo periodismo de la desinformación, es decir, contando esa gran historia contemporánea que es la desinformación; cómo impacta en nuestras sociedades, en nuestra democracia, en nuestra forma de convivir, de dialogar, en la forma de intercambiar ideas con las personas. Ésa es nuestra labor. Eso exige una reactualización de todas las herramientas con las que trabajamos. Pongo un ejemplo: los periodistas políticos durante mucho tiempo han hecho muy bien su trabajo atendiendo allá donde se creaban los estados de opinión y de donde procedían las noticias: un consejo de gobierno, la reunión de la Junta de Andalucía, el pleno del Congreso, la sesión de control, el consejo de ministros... Pero, claro, ¿qué pasa ahora cuando hay una parte de la política y de la antipolítica que está circulando a través de otras plataformas que no vemos?, ¿eso no es política?, ¿eso no tiene una incidencia en la vida política? Tendríamos que adaptar el periodismo para que observe esa realidad y se pueda explicar a los ciudadanos. El partido 'Se acabó la fiesta' nació en las redes generando comunidad, llegando a nuevas generaciones de usuarios y con unos mensajes muy potentes.

–Los propios bulos se convierten en noticia.

–Efectivamente. Durante la campaña americana ha habido una hornada de influencers guapísimas que han estado recomendando el voto por Trump desde sus cuentas de X. Una verificación hecha por CNN llevó a descubrir que estas chicas existían, pero no eran quienes decían ser. Sus fotos habían sido robadas a partir de cuentas de influencers europeas. Se había suplantado su identidad. CNN primero hizo la verificación para saber de dónde procedían las fotos. Buscó a las influencers originales, a las personas a las que habían robado su fotografía e hizo un reportaje de diez minutos fantástico. Eso es el periodismo de la desinformación: hacer una noticia en la que se cuente el proceso, el contexto y los efectos de los bulos. Ése es nuestro desafío: intentar encontrar el sentido y el contexto de cada operación de desinformación. Lo estamos viendo ahora en la tragedia de Valencia: estamos asistiendo a cómo se están moviendo una gran cantidad de convocatorias de manifestaciones que parecen sin autor, populares, pero que no son populares, tienen gente detrás, pero no sabemos quiénes las están moviendo y, a veces, sobre afirmaciones que no son correctas.

«En el momento en que nos sorprendemos de la obtención de escaños por parte de un partido como 'Se acabó la fiesta' es que hay algo en nuestro trabajo que no hemos hecho bien»

–Ésa es la misión de los medios: responder a las 'W', al quién, cómo, por qué.

–Exacto. Los organismos de verificación son muy importantes, porque hacen una labor maravillosa, pero se quedan cortos. Necesitamos que las redacciones vayan un poco más allá y aporten todo ese contexto. ¿Por qué la gente dice que estas tormentas fueron provocadas?, ¿o por qué esta teoría de la desaparición de los pantanos de los años cincuenta y sesenta?, ¿quién está diciendo eso?, ¿a quién se están dirigiendo? Eso nos obliga a cambiar la forma en la que trabajamos: si además de verificarlo no miramos cómo y por qué circulan, nos estamos perdiendo una parte de la historia. Ésa es una de las grandes carencias del periodismo de hoy en España. En el momento en que nos sorprendemos de la obtención de escaños por parte de un partido como 'Se acabó la fiesta' es que hay algo en nuestro trabajo que no hemos hecho bien.

–¿Hay que regular las redes sociales, los algoritmos?

–Sí, habría que hacer algo en ese sentido. Las redes sociales nacieron bajo un paradigma de gran libertad en Estados Unidos, donde, por ley, nunca son consideradas responsables del contenido que publican. Yo creo que ha pasado el tiempo suficiente y con consecuencias lo suficientemente graves como para darnos cuenta de que no podemos permitir que las redes sociales abran la mano a todo y no tengan ningún tipo de responsabilidad. Tenemos que conceder a las redes sociales la responsabilidad que tienen, obligarlas a mecanismos de regulación para que el caudal de comunicación sea democrático y compatible con los derechos humanos. Hay operaciones de desinformación que cuestan vidas, que provocan matanzas y esto está documentado por personas que han trabajado dentro de las grandes redes sociales. Estoy pensando, por ejemplo, en Frances Haugen, una ingeniera de datos de Meta, que se fue harta de levantar la mano porque lo que estaba viendo eran consecuencias terribles sobre la salud de los adolescentes y matanzas en países de Asia. Hay que obligar a las redes sociales a establecer mecanismos efectivos de moderación de contenidos y en las penalizaciones hay que ser un poco más efectivos. El problema que tenemos ahora es que esas redes sociales y plataformas son muy poderosas, son los nuevos estados feudales, con unos dueños que se sienten con la influencia y el poder suficiente como para plantar cara a las legislaciones de los países o a las normas supranacionales. Su control es complicado, pero nos va la vida en ello, nos va la salud mental de los adolescentes y la estabilidad de las democracias.

«Hay operaciones de desinformación que cuestan vidas, que provocan matanzas y esto está documentado por personas que han trabajado dentro de las grandes redes sociales»

–¿Y qué hay de la responsabilidad de los ciudadanos con la información que consume?

–Es necesario que los ciudadanos, y yo creo que lo son cada vez más, sean conscientes de la amenaza y de la potencia que las operaciones de desinformación tienen en su vida. Pero no solamente para hacerles cambiar de idea sobre una determinada opción política o partido político; es que la desinformación camina de la mano de todas las estafas. Cuando entras en una cuenta de Facebook y ves muchas veces contenidos falsos o creados con inteligencia artificial, están enlazados a un lugar para que una persona mayor pinche y pueda, teóricamente, acceder a un audífono de última generación, y lo que hay detrás es una estafa. O para que pinchen en la solicitud de amistad de un señor muy guapo con el que pueden entablar una relación de amistad o de coqueteo y que acaba pidiéndole dinero; estas estafas, las del amor, son bastante más frecuentes de lo que parecen. Los ciudadanos tienen que tener una conciencia de que cuando hablamos de desinformación estamos hablando de cosas que impactan en su economía y en el corazón de sus familias. Eso es lo primero. Y lo segundo es que hay casi un dilema moral que vamos a tener que responder todos y es que, cuando algo es falso y lo sabemos, lo compartimos porque reconforta lo que pensamos, porque nos parece gracioso o tierno. Lo que está en juego es también la relación que cada uno de nosotros va a tener con la verdad. Los medios de comunicación tenemos una responsabilidad histórica, pero también los ciudadanos, porque ellos también son, más que nunca, actores de la comunicación, cada uno tiene que elegir el papel que quiere jugar.

«La desinformación camina de la mano de todas las estafas»

–¿Hay medios de comunicación que publican bulos?

–Los medios de comunicación como los hemos conocido siempre no difunden bulos, a no ser que no estén lo suficientemente preparados para no convertirse en los tontos útiles de la desinformación y acaben replicando aquello que creen importante porque alguien lo ha movido dentro de una red social con la suficiente potencia. Los medios de comunicación andan con pies de plomo, muchos trabajan muy bien porque saben cuáles son los peligros, pero otros no están preparados para atender la desinformación. Y el problema de eso es que se acaba sirviendo a intereses no puramente periodísticos. Después está el tema de los falsos medios. Hace falta hacer una categorización sobre qué es un falso medio, porque ahora mismo se mezclan muchos tipos de emisores de contenido. En función de eso, hay que regular. Hay una palabra mágica y es transparencia: sobre la propiedad de los medios, las subvenciones y la forma de trabajar.

–¿Ve a la sociedad polarizada?, ¿es por la desinformación y los bulos?

–La sociedad está polarizada y la desinformación provoca que aumente. Los actores de la desinformación provocan que la polarización se incremente, quieren ese efecto. Pero está en nuestras manos identificar los mecanismos que provocan esa polarización para poder desactivarlos. Y es importante que los ciudadanos comprendan la necesidad de conservar todo lo que la democracia nos da en el intercambio de ideas y en el respeto.

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