Miguel, Luis y Fabián, en Sierra Nevada. SUR

Una etapa para celebrar la vida

Tres ciclistas malagueños que han sufrido percances en carretera hacen una ruta de Málaga al Veleta para concienciar sobre el riesgo de los atropellos por vehículos

Lunes, 19 de julio 2021, 01:07

Algo pasa, un accidente. De un minuto a otro cambia todo. Y nada se puede hacer. Así comienza la historia de superación de Miguel Solís, que estuvo a punto de perder la vida haciendo lo que más le gusta. Pero primero una mirada atrás. ... Durante varias temporadas, cuando corría en el Campos Lorca, uno de los equipos más míticos que ha dado el ciclismo malagueño, Miguel estuvo bordeando el salto al ciclismo profesional. Con 22 años, solo había un sueño: entrar en las filas del Banesto, Festina o Deutsche Telekom.

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La vida que llevaba era la acorde. Más parecida a la de un monje budista que a la de veinteañero. Más abstemia que en un centro de desintoxicación. La meditación consistía en sumar kilómetros como si le fuera la vida en ello: «Yo crecí al lado de Fuente Olletas, cerca de donde comienza el ascenso a la Fuente de la Reina. Mi vecino era ciclista. Me acuerdo que de chico me llamaba mucho la atención. Con su maillot de colores, las piernas afeitadas...». Esa fue la semilla.

Miguel ahora tiene 44 años. Fue una de las grandes promesas del ciclismo malagueño, aunque el sueño de compartir equipo con Pantani o Ulrich no se cumplió. «Estuve en la selección andaluza y en la española. Todos mis compañeros pasaron a profesionales, menos yo», explica y asegura que ya no queda melancolía. La hubo. Durante una fase de negación, Miguel llegó a deshacerse de todas sus bicicletas: «Pensaba que tenía que probar otras cosas, que el ciclismo no lo podía ser todo». Para él, así lo ha demostrado el tiempo, sí lo es. «Casi todo», puntualiza.

A los 28 años se volvió a subir a una 'flaca' y la reinfección fue instantánea. No tuvo problemas para entrar de nuevo en el mundillo y sus contactos, que los conservaba, le ayudaron a abrirle las puertas a la competición.

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En el circuito amateur, el podio se convirtió pronto en su hábitat natural. «Disfruté como nunca lo había hecho porque, por primera vez, lo hice sin presión», señala. «Antes lo hacías para ganar dinero y para que un equipo de los grandes se fijara en ti. Se movían cantidades importantes y si ganabas dos carreras al mes te ponías con un buen sueldo. Pero el dinero, como siempre, lo estropea todo», recuerda un ambiente competitivo que se llevó a muchas amistades por delante.

Pese a disfrutar del roce de la gloria en infinitas ocasiones, si se le pregunta por la etapa más importante en su vida, señala la que acaba de realizar con dos de sus mejores amigos: Fabián Canel y Luis Márquez. Hace una semana, los tres partieron desde Málaga con la intención de subir al Veleta, el ascenso más elevado que se puede realizar en la península.

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«Todos hemos sufrido algún percance en la carretera. Aunque no es algo que pienses, sabes que al salir de casa siempre estás expuesto», comenta Miguel. Las cifras de su hazaña son las de un esfuerzo titánico: 14 horas sobre la bicicleta y más de 5.000 metros de desnivel acumulados: «Mi idea era que sirviera como gesto para concienciar a los conductores».

El accidente

Miguel se acuerda de la fecha porque la ha leído unas cien veces. En los informes del hospital y en los atestados de la policía. Un 9 de julio un coche lo arrolló cuando iba con su bicicleta camino a Torre del Mar.

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Del resto sí conserva una memoria nítida: «Era un día soleado y gracias a la brisa del mar hacía una temperatura suave. Un día perfecto para coger la bicicleta». El recorrido que lleva desde la carretera de Rincón de la Victoria a Torre del Mar lo conoce de memoria, pero «del accidente no recuerdo nada». «Solo que algo me rozó el codo. Lo siguiente es verme en la cama de un hospital con tres vértebras rotas», prosigue.

Fotos de la salida a Sierra Nevada y datos sobre la altimetría de la etapa. SUR

Unos centímetros más de mala suerte y ahora estaría en una silla de ruedas. Miguel salió despedido por el impacto y cayó en una cuneta, donde permaneció inconsciente durante mucho tiempo. Fue el aviso de un conductor, que paró al ver la bicicleta tirada en el suelo, lo que le salvó la vida.

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Los médicos le recomendaron olvidarse de la bicicleta. «Yo eso no lo acepté. En mi cabeza estaba que lo tenía que probar», señala como, desde la misma cama del hospital, buscó las piezas para arreglar su maltrecha bicicleta. Un año después, con las piernas aún temblando de la subida al Veleta, apela a los conductores: «Darse a la fuga puede condenar a una persona a morir. Yo soy conductor y sé que un despiste lo puede tener cualquiera. Ese despiste se puede corregir si no se huye».

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