Llegando desde Málaga, el camino hacia Torrealquería, una barriada de Alhaurín de la Torre, se teje por curvas que dan paso a los senderos esquistosos que seccionan las numerosas fincas que predominan esta zona. El sol, en este último día de enero, parece más bien ... un candil. Una cortina de nubes tiñen el día en un vaporoso gris. Un estado que sirve también para ilustrar el ánimo que gasta Sebastián Ramos, uno de los muchos agricultores del Valle del Guadalhorce que viven del cultivo de limones. «Vivían», precisa y tira una mueca que denota hartazgo e indignación por una situación que considera «insostenible».
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Lo insostenible hace referencia a esa cadena de valor que va desde que el agricultor cosecha el producto hasta que éste acaba en el lineal del supermercado. Para el consumidor, el kilo de limones está en torno a los dos euros. Lo último que le han ofrecido a Ramos, que tiene 49 años y cuatro hijos que alimentar, han sido diez céntimos. Un récord negativo. Producir un kilo de limones, asegura, cuesta 35 céntimos. Ninguna explotación puede sobrevivir de esta manera.
La finca de Ramos tiene cinco hectáreas y 2.000 limoneros. El clima suave del Valle del Guadalhorce es ideal para el cultivo de cítricos. La calidad de los limones sería superior a los de Valencia o Murcia. Un paseo por su finca podría formar parte de una jornada de agroturismo. El viento hace que se muevan las hojas en un leve susurro y el olfato se inunda poco a poco del olor característico del azahar.
Pero el agricultor corta cualquier romanticismo de raíz y remite a una cruda realidad: «El año pasado, estos limones me los pagaban a 50 o 60 céntimos el kilo. Yo los vendía a los comerciales que luego, a su vez, se lo vendían a las grandes superficies». Lo que está pasando ahora, asegura, es algo insólito: «¿Diez céntimos el kilo? Le están quitando el pan a mis hijos».
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Para Sebastián Ramos, al igual que para muchos agricultores del Valle del Guadalhorce, ha llegado el momento de optar por medidas drásticas para llamar la atención sobre la emergencia que padecen. El resultado se puede observar con una simple mirada al horizonte. Donde deberían estar los árboles adecuadamente acicalados y preparados para la cosecha de la próxima temporada, todo está cargado de limones. Algunos caen al suelo como fruta madura. «Prefiero dejarlo así a que me roben», repite.
Aunque quisieran, los agricultores no se pueden ahorrar ni la mano de obra. «Aunque no los venda, los limones los tienes que coger. Si no lo haces, el árbol se consume y no habría floración para una nueva cosecha», explica Ramos.
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¿Cómo se ha podido llegar a esta situación? Para este agricultor, todo se resume en una palabra: avaricia. «Las grandes superficies ganan cada vez más y nosotros no tenemos ni para comer», denuncia. Más de mil familias en el Valle del Guadalhorce estarían padeciendo lo que este agricultor no duda en calificar de chantaje: «Te vienen y te dicen que lo que te ofrecen son lentejas».
Llegar a este punto de sentir que no hay futuro, añade, es especialmente frustrante después de que los agricultores de la zona habrían hecho un gran esfuerzo en los últimos años para apostar por el cultivo ecológico. ¿Para qué serviría ahora toda la inversión hecha en conceptos sostenibles, en perfeccionar el riego para ahorrar agua en tiempos de sequía?
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El limón, como cualquier alimento, forma parte de un sector en el que siempre ha existido la especulación. Los precios eran buenos al principio de la temporada y al final, cuando el fruto, en realidad, ya estaba demasiado maduro. Es un negocio que nunca habría dado para amasar fortunas, pero la presión que están recibiendo esta vez ha desembocado en una enorme frustración que se constata en este recorrido.
El viaje prosigue en coche y después de abandonar la carretera y adentrarse en otro carril, recibe Alfonso Ramírez. El polvo levantado por debajo de las ruedas se disipa poco a poco.
Alfonso Ramírez, 58 años, es otro agricultor que ha pasado de la frustración a la ira en estas últimas semanas. Hace dos semanas, junto a otros compañeros, estuvo en la plaza de la Marina regalando limones a cualquiera que pasaba por ahí. «Los distribuidores y los supermercados se están forrando y nosotros no llegamos», denuncia. Asegura que cultiva limones desde que tiene uso de razón, es un «niño de campo». Que no diera ni para cubrir gastos, esto es no habría pasado jamás. «Ni cuando estaban las pesetas», remarca.
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Los diez o 15 céntimos que se le están ofreciendo a los agricultores contrastan con una visita al supermercado. El precio por un kilo, dependiendo de la superficie y si se aplica alguna oferta temporal o no, puede superar los dos euros. El margen que hay entre lo que se paga en origen y lo que tiene que desembolsar el cliente es enorme.
¿Cómo se justifica? ¿Quién se queda con el beneficio? Los agricultores señalan a mayoristas y grandes superficies. Los mayoristas y los supermercados apuntan a un «incremento de costes» que afecta a toda la cadena de producción, que va desde el embalaje hasta el transporte. También aluden al exceso de oferta que existe en el mercado por la entrada de limones de terceros países.
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El secretario general de la Unión de Pequeños Agricultores, Francisco Moscoso, asegura que el beneficio se queda en los «mayoristas y en las grandes superficies». «Esto es la cadena hacia arriba. El agricultor es el primer eslabón. La gran superficie acude directamente a él o le compra a través de un proveedor. No hay más manos en el proceso. Lo que hacen ahora los intermediarios y las superficies es aprovechar el incremento de costes para jugar con los márgenes. Esa supuesta pérdida la repercuten al consumidor. Al final, los que pagan son el agricultor y el consumidor», lamenta.
Moscoso admite que la entrada de productos de fuera de la Unión Europea está haciendo daño y pide al Gobierno y a la Junta de Andalucía que se tomen medidas para evitar, por ejemplo, que en un supermercado de Málaga se vendan limones de Sudáfrica mientras que en el Valle del Guadalhorce se pudren. También remite a la ley de la cadena alimentaria, que entró en vigor el pasado 1 de enero. En teoría, ningún intermediario o superficie puede ofrecer a los agricultores contratos por debajo del coste de la producción.
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En la práctica, los limones del Valle del Guadalhorce están abocados a acabar en el suelo.
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