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Sebastián Escámez, profesor de la UMA
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Sebastián Escámez, profesor de la UMA
«Hay que recuperar la figura del padre»Sebastián Escámez, de 55 años, es doctor en Ciencias Políticas y experto en eso que él llama «política interior». Por fondo y forma, podría ser parte de ese gremio al que le queda bien ese molde de intelectual de nuestra Málaga contemporánea. ¿Qué significa ser ... padre hoy en día? ¿Qué hay detrás de la relación entre hijo y padre?
Escámez se abre a la reflexión, en la terraza de su vivienda, en el camino de Gibralfaro. Y lo hace con la autoridad que le otorga el conocimiento teórico y el hecho de ser el hijo de un padre que falleció con Alzheimer y padre del pequeño Gabriel, que murió cuando estaba a punto de cumplir los nueve años.
–¿La relación entre el padre y el hijo es ambivalente? ¿Una relación que se mueve entre la adulación y la rivalidad?
–Creo que más bien es polivalente. Para un hijo, el padre lo es todo. La persona que amas, la que odias, la que admiras. Para mí, mi padre fue un claro referente.
–¿Qué importancia tiene para el hijo el éxito del padre?
–Los padres nos dan modelos. Uno aprende a ser hombre a través del padre. Y ahí el éxito puede ser un motor para tu propio éxito, pero también puede ser un gran inconveniente. Es jodido, cuando tu padre ha tenido tal éxito, que resulta complicado superarlo. Luego está la otra cara de la moneda. Cuántos hay que han anhelado el éxito para sobreponerse al fracaso del padre.
–Edipo mató a su padre.
–La necesidad de trascender al padre es universal. Al menos, en nuestra cultura occidental. Sigmund Freud lo identificó como un elemento de salud mental. Lo que sí ha pasado con este tema, es que la figura del padre ha caído en importancia en los últimos tiempos. Y lo ha hecho de manera inmerecida.
–¿Por qué cree que ha perdido peso?
–Ser padre o ser hombre estaba tan asociado a ciertas prácticas patriarcales que, cuando logramos quitar estas prácticas patriarcales, nos hemos quedado descolocados. Yo pienso que hay condiciones que justifican el feminismo y es bueno que exista. Pero el feminismo de Estado, el que está ahora mismo operativo, no tiene lo suficientemente claro que el patriarcado también jode al hombre. El ejemplo más significativo es la dificultad que tenemos para llorar. Una vez que somos consciente de ello, ¿hay que recuperar la figura del padre? Yo pienso que sí. No hay que tener vergüenza de ser hombre.
–¿Vergüenza en qué sentido?
–Hay que tener cuidado con la idea del hombre como un ser violento y peligroso. Hay una parte del feminismo operativo que está tirando por ahí. Traer la lucha de clases a la lucha de sexos es muy peligroso, es una locura. En medio de todo esto, la figura del padre ha perdido peso. ¿Qué significa ser un padre o un hombre hoy en día? En un contexto donde estamos dejando atrás la parte de dominación arbitraria que tiene el patriarcado, pienso que hay recuperar lo mejor que tiene la idea de traer dirección.
–¿Hay una diferencia entre la relación de un padre con un hijo y la de un padre con una hija?
–Claro que la hay. Es muy duro decirlo así, pero creo que el sueño de muchos padres es tener un varón. Primero, porque te da la oportunidad de volver a jugar como un niño. Segundo, la tendencia a proyectarse en un hijo es mayor.
–Entonces, ¿la niña como ojito derecho del padre es un mito?
–No es un mito. Una niña despierta mucho más el instinto protector en el padre. Luego hay otro factor importante, que es la grandiosidad con la que te puede ver una hija. Esa grandiosidad, ni siquiera un hijo te la va dar. La mirada femenina que te ofrece una hija no te la va ofrecer tampoco una mujer, exceptuando, quizá, en la fase de enamoramiento.
–¿Qué representa la figura del padre para nuestro proceso de identificación?
–Nuestros padres constituyen referentes para lo bueno y para lo malo. Anhelamos el reconocimiento que ellos puedan tener.
–¿Los hijos tienen miedo a decepcionar a sus padres?
–Estando éstos vivos y estando muertos. Es una herencia de la configuración de lo público y lo privado en la modernidad. Los sentimientos están recluidos a lo privado. Por lo tanto, los fracasos se cuecen en casa. Lo público, por contrario, es el reino del éxito. Tu madre ha sido la que te ha visto como eres, con tus virtudes y tus defectos. El padre ha sido alguien con quien casi tienes que rendir cuentas.
–¿Idealizamos a nuestro padre?
–Hay quien lo hace y hay quien lo torna pequeño. Aunque no lo parezca, es más frecuente convertir a tu padre en pequeño.
–¿El mundo de las emociones cuesta más con el padre?
–En este momento de cambio, nos encontramos con muchas capas. Están las familias donde el padre ejerce aún el rol de padre tradicional, pero también nos encontramos casos en los que el padre ejerce, realmente, de madre. El refugio emocional hoy es muy frecuente que sea ya con un padre.
–¿Un padre debe poder mostrar debilidad ante su hijo?
–Un padre debe poder mostrar debilidad ante un hijo, pero también creo que forma parte de la responsabilidad de los padres no parentalizar a los hijos. Puedes mostrar debilidad ante tus hijos, pero no puedes hacer responsable a tus hijos de tu bienestar.
–¿Nos hacemos cobardes con la vejez del padre?
–Creo que no. Todo lo contrario, es una oportunidad. Y es importante que los padres también tengan claro que tienen que dar esa oportunidad. Como está configurada nuestra subjetividad con la modernidad, para cumplir con la idea aristotélica de realizarse como ser humano, nos tenemos que realizar como individuo. Y para alcanzar ese objetivo, la sombra del padre se puede convertir en un obstáculo.
–¿El padre tiene miedo a ser relevado por su propio hijo?
–Sí, claro que sí. Hay un dolor en ir desapareciendo de lo público. Hay que hacer un esfuerzo por asumir que uno se adentra en el tiempo de descuento. Para una mujer, el tiempo de descuento es la decrepitud física y lo que significa la pérdida de belleza y atractivo físico. Para el hombre, es la pérdida de la fuerza y que deje de ser mirado.
–Al principio, existe una relación de dependencia entre padre e hijo. ¿Hacia qué debería evolucionar esa relación en un caso ideal?
–Lo ideal es que tú pudieras seguir viendo a tu padre como a un igual, pero que ha vivido unos años más que tú. Y que, por consiguiente, su trayectoria te genere la suficiente confianza como para mirar a tu padre y decir: ¡Me sirve tu vida! Pienso que ese sería el caso ideal.
–¿La palabra amistad tiene cabida?
–Algo parecido a eso, sí.
–Cambiemos la perspectiva. ¿Cuánta importancia tiene para el padre el éxito de su hijo?
–Aquí lo que nos está matando es el qué entendemos por éxito. Seguimos teniendo una configuración del éxito muy patriarcal, que tiene mucho que ver con el reconocimiento de los otros. Los de mi generación, salvo que hayan tenido la suerte de tener un padre hippie, hemos aprendido el éxito así. Tener un hijo debe ser, sobre todo, desearle el bien. Aquí estamos en un punto distinto al que hablamos antes sobre el éxito del padre. El éxito del padre es muy importante para no tener un referente frustrado. Un padre frustrado es la destrucción masiva. El éxito del hijo debería ser muy importante para el padre. Pero considerando que el el éxito no es necesariamente el éxito público. Al final, el éxito es vivir de una manera que genuinamente responda a tus intereses y deseos reflexionados.
–¿Qué ambiciones se marca uno como padre y cómo se evita caer en la sobreprotección, tanto emocional como material?
–Le estás hablando al padre de un niño con piel de mariposa. Yo me la jugaba cada vez que iba al parque. Sabía que si se caía de ahí se va a reventar y su madre me va a echar una bronca increíble. Un padre debe hacer lo imposible para que su hijo crezca de manera autónoma.
–¿Cómo cambia la palabra 'papá' cuando muere el padre?
–Es una de las consecuencias más manifiestas de la orfandad. Me pongo a saborear la palabra 'papá' en diversos momentos de su vida y pienso que saborearla es un ejercicio muy importante para los que aún pueden hacerlo. ¡Qué oportunidad más bonita disponer aún de un padre y poder saborear esa palabra! La palabra padre va cambiando de sentido y está bien que sea así. Incluso después de la muerte. Parte de la belleza de la vida es investigar qué significa el padre para mí hoy en día y qué significó ayer. Explotar nuestra capacidad para crear nuestras relaciones y los significados.
–También ha sufrido la muerte de un hijo. ¿Qué cambia con respecto a la de un padre?
–Perder a un hijo es como perder un miembro. Así de doloroso. Cuando pierdes a un padre, si las cosas se han hecho bien, despides a alguien que no eres tú. Al despedir a un hijo, por muy bien que hagas las cosas, se muere un trozo de ti. Es algo mucho más físico.
–¿El cuerpo dispone de una especie de proceso de autocuración?
–Si se lo permites, sí. El tiempo ayuda, eso está claro. Pero es fundamental saber dejar ir. Realmente, no somos tan importantes como a lo mejor creemos. Duele que se vaya gente, pero también es normal. Eso no quita que, por supuesto, no está en tus planes que se te muera un hijo. Un hijo nace y te enseña. El mío murió chico y solo tengo fotos de él de niño pequeño. Pero para mí sigue creciendo. Es importante que los difuntos crezcan contigo, pero también que se ajenicen un poco. Hay que dejar ir a los muertos.
–¿Qué motivación tiene para seguir levantándose por las mañanas?
–Yo me siento una persona afortunada y no lo digo como algo impostado. Los momentos de cuidado de mi hijo ahora los recuerdo como de los más felices de mi vida.
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