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Ahmed, en los alrededores de la Asociación Marroquí de Málaga. Fernando Torres
Encontrar trabajo, el peor viaje de un menor no acompañado

Encontrar trabajo, el peor viaje de un menor no acompañado

Ahmed llegó con 17 años a Málaga, saca notables en Gaona y quiere ser mecánico. Pasó sus primeros meses en España saltando de un centro a otro y ha encontrado refugio en la Asociación Marroquí de Málaga, que le ha facilitado una residencia

Sábado, 7 de diciembre 2019, 00:40

Por la tarde tiene dos exámenes, uno de Ciencias Sociales y otro de Matemáticas. El primero lo lleva «bastante bien», el otro no tanto. «Esa asignatura es la que más me cuesta», confiesa Ahmed. Llegó a Málaga desde Tetuán hace poco menos de dos años; tenía 17, era un menor no acompañado (mena). Desde entonces ha vivido a saltos, de un centro de menores a otro, viéndose en la calle en la que se buscó la vida durante un mes negro que intenta olvidar. Ahora duerme bajo techo en uno de los dos pisos de la Asociación Marroquí para la integración de los inmigrantes de Málaga y cursa 4º de la ESO en el instituto Gaona, donde saca notables y sobresalientes pese a las dificultades del idioma. Salió de su casa siendo un niño y se convirtió en un adulto a marchas forzadas durante dos días a la deriva en el Mediterráneo, pero prefiere mirar al futuro: «Quiero trabajar y tener una familia, me gustaría ser mecánico». No obstante, el viaje de Ahmed aún no ha terminado porque a sus 19 años no tiene permiso de trabajo, y conseguirlo es una odisea igual de compleja que su éxodo personal.

Para obtener los papeles que le permitan tener un empleo necesita acreditar que cuenta con una oferta firme prefirmada, y que incluya un contrato de cuarenta horas semanales durante un año. Solo pensar en la idea le abruma, pero sus objetivos le impiden flaquear en el camino que ha escogido.

Ahmed dejó a su familia y a sus amigos en Tetuán. ¿Por qué se fue? «A veces ni si quiera lo sé», responde cabizbajo. «Para buscar un futuro mejor que en Marruecos». Se subió a una embarcación con 17 años, en alta mar no conocía a nadie y forjó leves amistades, fruto de la adversidad para sobreponerse al «miedo» que sentía. La embarcación tocó tierra en un pueblo de Málaga –no es capaz de señalarlo en un mapa–. «Los adultos salieron corriendo y se metieron en el campo, pero yo y otros menores nos quedamos sin saber qué hacer hasta que llegó la Policía y nos llevaron», explica en una de las habitaciones de la Asociación Marroquí, que se ha convertido en su hogar.

Su primer techo fue un centro de menores de Torremolinos. «Lo recuerdo como días tristes, no sabía nada, no conocía a nadie». Después fue trasladado a Granada, donde empezó a forjar nuevas amistades. «Vine solo», insiste. En esa ciudad pasó cuatro meses hasta que lo desplazaron a Almería, donde cumplió 18 años y la realidad le golpeó de lleno. Ya no había nadie que se hiciera cargo de él, ni horario de comidas ni mantas para pasar la noche. Le tocó deambular, como a tantos chicos que estrenan la edad adulta con una mano delante y otra detrás.

Fernando Torres

Se dirigió a un albergue en el que estuvo tres meses, pero luego acabó en las calles de Almería, en las que pasó un mes al raso. Consiguió llegar a Málaga donde empezó a preguntar por algún lugar en el que alojarse hasta que dio con el albergue de San Juan de Dios, en el que se alojó durante tres meses hasta que conoció a la Asociación Marroquí y consiguió una plaza en el piso compartido. Ahí lleva casi medio año, y lo admite: «Me gusta mucho más que cualquier centro de menores o albergue».

Su primer día en clase también fue, en parte, «triste». «La gente llevaba dos semanas en el curso y yo llegué tarde porque estaba haciendo otro curso de auxiliar de cocina» –su alternativa a la mecánica–. Ya ha hecho amigos en clase y se siente integrado, una pequeña victoria en su camino (la primera fue encontrar a la asociación). Allí sintió «alegría», porque por primera vez tuvo la sensación de que no estaba de paso y que había gente trabajando a destajo para ayudarle. «Me arreglaron los papeles», dice de forma sencilla, pero en esa frase se esconde un agradecimiento que no es capaz de describir.

Ahora mismo Ahmed vive su mejor momento: cuando termine cuarto de la ESO probablemente haga Bachillerato, y después un módulo de mecánica con el que intentar pasar por el complejo aro administrativo y conseguir el ansiado empleo que le permita «tener una casa y una familia», su único y ambicioso objetivo. ¿Quiere tener hijos? «Sí, claro, pero todavía no», bromea.

Me fui sin avisar

Mientras tanto en Tetuán su familia hace su vida. Su padre trabaja en el mar y ni él ni su madre quieren cruzar el Mediterráneo, de hecho ni siquiera sabían que Ahmed se iba a marchar. «Un día me fui, sin avisar». Admite que les echa de menos, pero es el camino que ha elegido, al igual que los otros menores que iban con él. «Sé que uno llegó hasta Barcelona y que otro está en Madrid, pero no sé mucho más de ellos».

Para Ahmed, el peor trago de su largo periplo fue el momento en el que salió del centro de menores con 18 años en el carné de identidad. «Ahí fuera no hay nada, no hay nadie que quiera ayudarte, no tienes comida ni forma de conseguirla». El único billete de salida de esta situación es un trabajo, algo que muy pocos consiguen. Sabe de gente que no pudo sacar la cabeza del bache, y de otros que acabaron robando para mantenerse a flote. «Muchas veces sales a la calle sin papeles y sin nada, y no hay nada que hacer... ¿qué haces para comer o comprar la ropa?». Además, asegura que cuando se montó en la patera, nadie le avisó de que su vida iba a ser así: «Si alguien me lo hubiera dicho, me habría quedado en Marruecos».

«Les invitan a abandonar el país cuando cumplen la mayoría de edad»

Javier Rico es el educador de la Asociación Marroquí para la integración de los inmigrantes de Málaga. A lo largo de su carrera ha asimilado un hecho «que parece que nadie ve». «El Estado les invita a abandonar el país cuando cumplen la mayoría de edad, porque los requisitos para obtener el permiso de trabajo son prácticamente imposibles de conseguir».

Rico considera que hace falta que un empresario «se enamore» de ellos para poder poner sobre la mesa un contrato de cuarenta horas semanales durante un año. «Es algo que nadie tiene hoy en día». Por eso cree que muchos acaban en la economía sumergida o delinquiendo, porque es un «círculo vicioso» del que resulta «casi imposible salir». «Muchos chicos vienen con una documentación que a veces puede ser tramitada en el centro de menores y salen sin nada en regla».

«El sistema es fallido y no solución a estas personas que cuando cumplen 18 años reciben una invitación del país». Rico asegura que los menores están «dispuestos a todo» en materia laboral, pero no tienen formación ni experiencia para conseguir ese ansiado contrato, lo que genera en una situación «demasiado compleja».

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