![El duro retrato del barrio de Málaga que nadie quiere ver: «Esto es una cárcel, nací preso»](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2023/11/15/asperonesfsilva25-kdtD-U210728265604VqH-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
![El duro retrato del barrio de Málaga que nadie quiere ver: «Esto es una cárcel, nací preso»](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2023/11/15/asperonesfsilva25-kdtD-U210728265604VqH-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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«Estamos abandonados y 'empobretaos'», «no somos pobres, somos personas», «esto es como una cárcel», «yo nací preso». Son metáforas, frases con las que se expresan los vecinos del barrio de Los Asperones y que recoge el equipo de investigación de la Universidad de Málaga ... que dirige Cristóbal Ruiz en un trabajo que ha sido premiado por la prestigiosa Fundación Foessa (Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada) de Cáritas Española.
El propio título de la investigación es una declaración de intenciones: 'Voces que no(s) cuentan. Análisis de la exclusión social desde las metáforas y propuestas para hacer pedagogía social'. Y es que, en palabras de Pedro Fuentes, miembro del equipo técnico de la Fundación Foessa, el informe es «un ejercicio de escucha a un barrio que lleva 35 años olvidado»; no está salpicado de tantos por ciento, pero ello, añade Fuentes, «no le quita ni rigor ni contundencia científica y técnica»: «En el estudio hay palabras dichas por las gentes del barrio y un tipo de palabras muy especiales, las metáforas», agrega, para rematar que éstas no son sólo patrimonio de los poetas, «también son cosa de los albañiles».
«Cuando una persona nos dice 'me ahogo', nos habla de la angustia, el miedo y la tristeza, que forman parte de la pobreza y de la exclusión», sustenta Cristóbal Ruiz, para ilustrar: «El lenguaje científico tiene sus limitaciones; define, pero también restringe: no es lo mismo hablar de cronificación de la pobreza que decir que con once años uno ya sabía lo que le esperaba». Además, con este planteamiento del trabajo se cumple más fácilmente otro de los objetivos del grupo de investigación: que su texto sea accesible a todas las personas.
En la presentación del informe, que tuvo lugar este miércoles en el rectorado de la Universidad de Málaga, participó el vicerrector de estudiantes, Francisco Murillo, quien afirmó que «es indigno» el contexto en el que se desarrolla la vida de los vecinos de Los Asperones para «una ciudad que presume de un desarrollo espectacular», y elogió la utilidad del trabajo de sus colegas de la UMA asegurando que «sólo la comprensión de un problema nos permite actuar con rigor sobre él». También asistió Antonio Collado, delegado episcopal de Cáritas Diocesana de Málaga, quien apeló a las administraciones públicas para «erradicar la inhumanidad y la injusticia que sufren los habitantes de Los Asperones».
Cristóbal Ruiz y Lorena Molina, otra de las investigadoras de la UMA autora del estudio, estructuraron su presentación del trabajo premiado sintetizando en ocho metáforas las quejas y los pesares de los habitantes de Los Asperones, que se sienten, en primer lugar, «en la última esquina de la ciudad», «abandonados», «al lado del vertedero, al lado de la basura»: «Estamos donde hay residuos; estamos rodeados de lo que nadie quiere», lamentan. Ello, en definitiva, señala Ruiz, implica que se trata de unas personas que no se sienten ciudadanas.
Salpicada de alusiones al origen de las palabras, la intervención de Ruiz hizo alusión también a que el abandonado, etimológicamente, es el despojado de poder, lo contrario a la persona empoderada.
«No somos nadie. Esto es un cementerio de vivos», también dicen estos vecinos de Málaga. «No somos pobres, somos personas», remarcan. «Pobre», señala Ruiz, es un estigma, una etiqueta, que oculta, esconde, a la persona. «Estamos 'empobretados'»: usan una palabra inventada que hace referencia al encasillamiento y la reducción que padecen en esta «sociedad del descarte». Otra vez aludiendo a la etimología, definen el «nadie» como el «no nacido», como la persona a la que se le niega el valor de la vida.
La población de Los Asperones, a tenor de la investigación, siente su hábitat como una cárcel, como una condena perpetua: «Ya salimos sentenciados». Perciben que nacer ahí es ya estar condenado a la pobreza económica y, lo que es peor, a la pobreza de esperanza. Además, según resalta Ruiz, algunos vecinos de esa zona perciben, como ya teorizara el filósofo francés Michel Foucault, que el orden social actual responde a un diseño que busca que exista la delincuencia para que a su vez exista la vigilancia y la estigmatización de aquellos a los que se les atribuye: los pobres.
Otro de los hallazgos del trabajo de los profesores de la UMA es que los habitantes de Los Asperones sienten que se encuentran en una «rotonda sin salida»: «Pensamos que estamos caminando, pero siempre estamos en el mismo sitio», dicen. Y Ruiz reflexiona: «La gente del barrio lucha, se mueve, hace, pero no consigue avanzar. Y está exhausta. Y, al final, se paraliza por salud. Por eso el 'no se esfuerzan', porque vemos la foto fija de la parálisis; por eso el 'no lo consiguió', otra foto fija».
El sufrimiento se expresa también en términos físicos: «me ahogo, me inundo, me destrozo»: «Vivir en Asperones es soportar diariamente una carga», lamentan los vecinos, según recoge el informe.
Y, a su vez, los trabajadores sociales que intervienen en el barrio para mejorar las condiciones de las personas sienten que apenas cuentan con «un cubito para no hundirnos»: «Hay un boquete grande, está entrando agua, y estamos todos los que trabajamos en la intervención social con un cubito echando agua fuera. La gente en el barco está pasándolo mal y las ayudas que dan son como flotadores. Asperones es una trampa mortal en el aspecto profesional». Además, lamentan que la intervención en lo más urgente hace que se invisibilice que los problemas están derivados de la misma estructura. El «lanzar flotadores», como no hay para todos, genera impotencia porque se convierte en un ejercicio que excluye, no en una salvación o una solución para todas las personas.
Aunque el informe también revela que los vecinos valoran a los educadores del barrio porque éstos les mantienen «las puertas abiertas»: «Cuando yo empecé a estudiar para sacarme el graduado, pedí al educador que me ayudara. Y él no me juzgó. Ahí me di cuenta de que tenía las puertas abiertas», es una de las declaraciones que recoge el estudio. El trato, defienden los investigadores, es fundamental, el que aprecia y cuida, el que habla, mira en profundidad y se detiene.
Además, anticipando lo que pudiera llegar más adelante, un desalojo por potenciales futuras necesidades urbanísticas, Molina se hace eco de la inquietud y del sentimiento de injusticia que se derivaría de que, cuarenta años después, el asentamiento de Los Asperones desapareciera por los mismos motivos por los que se instaló: estorban y hay que sacarlos de allí.
La barriada de Los Asperones nació en los años ochenta, fruto de un Proyecto de Erradicación del Chabolismo de la ciudad. Si bien fue producto de un plan para paliar la exclusión y la marginación social, finalmente ha supuesto para sus habitantes «un cierre mucho más rígido, que tiene su reflejo en barreras cada vez más sólidas que delimitan al grupo de los pobres», reseña el informe haciendo uso del análisis del sociólogo Bernardo Secchi. Ahora, el 74% de su población está en situación de desempleo y el 97%, en pobreza extrema.
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