Marta Navarro tiene 22 años y comenzó a donar ovocitos hace dos meses. «Quiero ser madre joven y quiero ayudar a quien no pueda serlo. Tengo amistades que han tenido problemas para ser padres y sé lo duro que es para ellos que pase un ... mes y otro y otro... y nada», argumenta. Ante el debate que se ha abierto respecto a si las donaciones deberían dejar de ser anónimas para que los niños que nazcan fruto de las técnicas de reproducción asistida puedan conocer la identidad de la persona que cedió sus óvulos o sus espermatozoides, defiende que la confidencialidad o la posibilidad de que se revele su identidad debería ser algo opcional para los donantes. Aunque, en principio, defiende: «Tú donas, pero no tienes por qué saber a quién, no tienes por qué verle la cara. Es como cuando das un riñón: no importa a quién se lo pongan».
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Cristina Vallejo
Si le dieran la posibilidad de conocer a la mujer a la que se han implantado sus óvulos, afirma que ella lo evitaría, y que lo haría por la embarazada: «Tiene que sentir, tiene que saber, que el bebé es suyo». ¿No sentiría ella misma un vínculo con ese pequeño que va poco a poco engordando en otro vientre? Navarro dice que no: «No le doy importancia al hecho de que sea un hijo mío, el hijo es suyo, de quien lo va a criar», asegura.
Esta joven no trataría de conocer a la mujer que ha recibido sus óvulos por respeto a los sentimientos de esa futura madre, para que se sienta progenitora al cien por cien de la nueva criatura. ¿Pero qué sentiría ella si llegar a ver a una mujer embarazada gracias a su donación? «Sentiría una gran felicidad; es una cosa muy bonita la de que puedan cumplir su sueño mujeres solteras o que hayan padecido alguna enfermedad, o el sueño de la pareja, de tener un hijo. El de las mujeres que tienen problemas para ser madres es un tema del que no se habla, es una cuestión muy escondida«, reflexiona Navarro.
¿Seguiría compartiendo sus ovocitos si la donación dejara de ser anónima? «Me lo tendría que pensar», reconoce. «Al fin y al cabo, te pueden llegar a reclamar si sucede cualquier cosa o pueden llegar a querer conocerme. Es algo muy delicado», afirma. La ley de reproducción asistida vigente ya establece que la revelación de la identidad del donante en los supuestos en que puede darse (casos de verdadera emergencia y cuyo conocimiento sea vital) no conlleva la determinación legal de la filiación.
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En todo caso, Marta Navarro defiende que a los niños que nazcan fruto de las técnicas de reproducción asistida hay que contarles la verdad desde pequeños «como si fuera un cuento», es decir, de forma adaptada a su nivel de comprensión según su edad.
El sector de la reproducción asistida teme que si deja de ser anónima, la donación se reduzca. Las antropólogas que han estudiado esta cuestión y los propios hijos de los donantes conceden que eso sucedería en un primer momento, pero opinan que también cambiaría el perfil de los donantes: serían de mayor edad que los actuales y también más conscientes de las consecuencias de donar.
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Ser donante no es fácil. Marta Navarro explica el proceso al que se tiene que someter para donar sus ovocitos. En primera instancia, tiene que mantener una conversación con una psicóloga, en la que le preguntan a qué se dedica, por qué quiere donar y si quiere ser madre. A continuación, se le realiza una analítica completa para evaluar el estado de salud general. A partir de ahí, tras una consulta con la ginecóloga, comienza el tratamiento de estimulación ovárica, que se efectúa la propia donante con inyecciones en el vientre. Eso dura entre diez y doce días, desde el final de la última regla hasta la ovulación. Y es entonces cuando la donante entra en el quirófano para verse sometida a la punción que le extraerá los ovocitos.
«No duele, pero sí que estás un poco molesta, con los ovarios hinchados y dolor de regla... pero iré a donar las veces que me llamen», concluye.
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