A la hora de la cena, después de llevar largo rato en un silencio sospechoso para su carácter habitual, Virginia le preguntó a sus padres con una media sonrisa si podían dejarle hecha una maleta antes de acostarse. Cuando le preguntaron para qué la quería, la pequeña de siete años respondió con timidez: «¿Por si llega la guerra?». El neuropsicólogo Álvaro Bilbao resopla cuando escucha la anécdota. «Sí, me estoy encontrando ya algunos casos así», admite este especialista en el funcionamiento del cerebro infantil. La invasión de Ucrania por parte de Rusia copa los informativos y la atención de los adultos y ese goteo constante puede calar en los más pequeños de la casa, por eso Bilbao aboga por «antes de hablar, proteger». Y apostilla: «Hay niños que están viendo imágenes que son muy angustiosas para ellos. Vamos a intentar filtrar la cantidad de información que reciben. Si a los adultos nos cuesta cribar, a los niños mucho más. No la digieren, se la tragan sin más y puede quedarse muy marcada».
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Autor de libros como 'El cerebro del niño explicado a los padres' o 'Todos a la cama', Bilbao pone el acento en la actitud de los padres ante la zozobra de la guerra: «Lo primero es transmitir serenidad y confianza. Decirles que estamos tranquilos, que les vamos a proteger y que no va a pasar nada. Para un niño es más importante cómo le decimos las cosas que el mensaje mismo». Sentadas esas bases, el especialista apuesta por el diálogo, sobre todo cuando los pequeños ya tienen seis, siete u ocho años. «No hay fórmulas exactas y depende de cada niño, pero hasta los cinco años no deberían saber demasiado de esas cuestiones. A partir de esas edades, podemos preguntarles qué han oído sobre la guerra, si les preocupa algo o si lo han comentado en el colegio o con amigos».
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«Entonces, cuando nos hablen, es importante que dialoguemos, que les escuchemos con atención y con calma para saber cómo se sienten», ofrece Bilbao. Tendidos los puentes, el especialista ofrece algunos trucos para darles perspectiva a los más pequeños: «Podemos coger un mapamundi para ayudarles a identificar dónde está Ucrania, que vean que hay muchos países de separación, que estamos lejos y a salvo».
«Hay que facilitar que el niño se comunique, pero sin tener presente todo el día un asunto como este. Es bueno limitar los comentarios que hacemos los adultos cuando estamos con ellos, intentar no poner la radio ni los telediarios mientras estén presentes. Hay que hacer una labor de protección, pero también de elaboración para que pueda expresar sus miedos y sus angustias», aconseja Bilbao.
El especialista insiste en la importancia del diálogo sin atosigar a los más pequeños, preguntando a los niños qué han oído en el colegio o a los amigos y qué dudas tienen. «Hay que hablar tanto con los niños que preguntan como con aquellos que guardan silencio, porque muchas veces, el más callado es el que más angustiado está», ofrece Bilbao antes de añadir otra recomendación: insistir a los niños en la solidaridad que ha provocado la invasión de Ucrania, en que hay muchas personas esforzándose para ayudar y para que la situación mejore.
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Ese mensaje enlaza con las recomendaciones de la psicóloga clínica Mariena Hurtado. Especialista en tratar a chicos y chicas a partir de los 14 años, Hurtado muestra sus reservas sobre la idoneidad de abrir el debate sobre la guerra en edades más maduras, sobre todo con adolescentes que no manifiestan preocupación por el asunto: «Podemos generar un problema donde no lo hay. En situaciones normales, cuando estos chicos tienen una preocupación, la expresan de una manera u otra. Y si la expresa, por supuesto hay que hablar con ellos».
«Si en la casa tenemos cuidado de que los niños no estén demasiado expuestos a informaciones que ellos no van a poder procesar, no hay por qué hablar del tema más que cuando ellos lo saquen. En general, ir por delante de los niños no suelen ser buena idea. Si los niños tienen dudas, nos van a preguntar», defiende la especialista.
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Hurtado reitera que no existen «fórmulas generales» y que cada familia debe sintonizar con los pequeños del modo que considere que mejor se ajusta a su carácter: «Cada niño puede estar angustiado por una cosa. Debemos averiguar cuáles son sus miedos, porque los niños siempre tienen preocupaciones concretas».
Y llegado el momento del diálogo, Hurtado sintoniza con las recomendaciones de Bilbao y aboga por «contestar sin asustar». Y también comparte con Bilbao: «Debemos lanzar siempre mensajes tranquilizadores. Que nos vean serenos es mucho más importante que incluso lo que podamos decirles. En el caso de los niños y los adolescentes, la calma es más importante que las palabras».
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«Tenemos que intentar -cierra Hurtado- que la rutina del niño se altere lo mínimo posible. Le vamos a decir que hay un conflicto en un país que está lejos, que hay muchos mayores que están intentando solucionarlo y que él está a salvo. Me parece positivo enfocarlo desde esa perspectiva, desde la ayuda, desde la colaboración de los mayores que están intentando solucionarlo».
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