PEDRO JAVIER MARÍN GALIANO
Domingo, 10 de noviembre 2024, 01:00
Los galones clericales o civiles y los amplios ropajes frente a los que nos alerta Jesús afloran en toda sociedad como un arma farisea de ... doble filo donde la entrega fiel y silenciosa al ministerio o al servicio público puede desnaturalizarse si uno descuida la dación desinteresada a cuenta de la gloria propia: «Al cielo voy a subir y por encima de las estrellas voy a establecer mi trono», nos recuerda Isaías. Es por ello que quien desvirtúe su servicio o su ministerio en pos del reconocimiento social padecerá, dice Jesús, una sentencia más rigurosa. El alarde del ropaje que, a cuenta de nuestro ego, sólo sirve para alimentar soberbias bien pudiera propiciar que el Señor nos reprenda con dureza, como también dice Mateo, a pesar de profetizar, echar demonios y hacer milagros en su nombre: «No os conozco», dirá el Señor. Poco valdrán en ese cara a cara los ropajes, «los alamares, las sedas y los oros», que diría Machado. Pero es que, además, junto a esta llamada de atención, el Evangelio de este domingo también nos regala la gran enseñanza de la viuda pobre. Un gran ejemplo cuyo acento principal no está ni en lo mucho que ofrendaba quien nada tenía, ni en lo poco que aportaban quienes tantas sobras derramaban, sino, de nuevo, en la esencia de la pedagogía divina: una vez más, son los pobres, los que viven ajenos a las ataduras del posicionamiento social y a los amplios ropajes, los que son capaces de darlo todo por el Reino.
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