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Julio Ceballos: «China no se puede permitir ser un país envejecido»Julio Ceballos, abogado y consultor de negocios, presentará su nuevo libro, 'El calibrador de estrellas. Aprendizajes chinos para Occidente en el siglo XXI' (Ariel), en ... el salón de actos de la Cámara de Comercio de Málaga el martes a las cinco de la tarde con entrada libre hasta completar aforo. Ahí también disertará sobre la actualidad de China y la convulsa geopolítica global desde que Trump volvió a la Casa Blanca.
–¿El título del libro 'El calibrador de estrellas' de qué es metáfora?
–En primer lugar, hace referencia a un instrumento de medición astronómica que se empleaba en la China imperial. En segundo lugar, es el nombre del poema más complejo que ha elaborado nunca el ser humano. Lo compuso una mujer china en el siglo VI y es de tal complejidad que entraña entre 3.000 y 12.000 poemas. Haciendo uso de esta doble metáfora, del instrumento astronómico y este poema en el que parecen caber todos los poemas, el libro pretende ser una brújula para recalibrar nuestras estrategias a futuro y que nuestro modelo sea más eficaz y compita mejor en un mundo complejo, acelerado e incierto.
–¿Y para eso Occidente se tiene que parecer más a China?
–No se trata de parecerse a China, se trata de observar qué ha funcionado bien en ese país y lo que explica sus logros de los últimos cuarenta años, sobre todo el de haber pasado de ser uno de los países más pobres del mundo en términos de renta per cápita a convertirse en segunda potencia mundial. El aprendizaje no implica copiar del mismo modo que competir no excluye aprender. Y en este siglo XXI sólo se puede mejorar aprendiendo de los logros ajenos. El sistema chino no nos vale y mi libro es sobre todo una apología de la democracia. Pretendo que se fortalezca nuestro sistema, resiliente, benévolo y potente, sobre todo cuando es eficaz, pero padece taras que lo lastran.
–Me preocupaba que tuviera una excesiva fascinación por China, que no deja de ser una dictadura que viola los derechos humanos.
–No es para nada aceptable. No intento blanquear los errores del sistema chino, ni pasar por alto todo cuanto el sistema chino tiene de criticable. Aquello no es perfecto. Ellos mismos saben cuáles son sus errores. Todos tenemos claro que no queremos copiar su autoritarismo, su excesiva vigilancia de la ciudadanía, el control del Estado. Por eso las 18 lecciones que yo traigo en el libro son 'plugins', complementos, parches, que, sin modificar la programación del sistema operativo europeo, lo puede mejorar: China tiene una serie de rasgos que hacen que su sistema funcione bien y que adaptados a nuestro modelo y, sobre todo, sin renunciar a nuestro marco de libertades, pueden mejorar mucho el funcionamiento de nuestras democracias.
–Anticípenos un par de esos complementos, de esos 'plugins'.
–Si yo tuviera que resumir esos 18 aprendizajes en dos, pues diría, en primer lugar, fortalecer la cultura educativa, que no es sólo un sistema de educación eficaz, sino volver a poner en valor la educación como ascensor social, el talento y el mérito. Y la segunda, la planificación a largo plazo, es decir, dejar de improvisar y de funcionar sólo a golpe de bandazo electoral; hay una serie de estrategias que por su valor y su importancia, como la política educativa, sanitaria, defensa, el medio ambiente... exigen de pactos de Estado. En este mundo en el que hay actores que juegan a treinta, cincuenta y setenta años porque se lo pueden permitir, o jugamos de manera estratégica o seguiremos perdiendo.
–Es consultor en China. Le contratan empresas españolas para que actúe como 'sherpa'. ¿Es tan difícil hacer negocios en ese país?
–Es bastante público que yo he ayudado a introducir en China a marcas potentes como Pikolín, Telepizza, Osborne o Pronovias. Y hace bien en mencionar el símil del 'sherpa' porque China es el mercado de consumo más grande del futuro, pero también el más contradictorio, dinámico, exigente, competitivo y en el que hace falta la labor de guías, consultores, expertos que se hayan especializado en las dinámicas de ese mercado no tanto para garantizar el éxito como para evitar errores.
–Tenemos una imagen de una China oscura... ¿es eso racismo?
–El ser humano teme lo que desconoce y no entiende. Y China, por ser una realidad lejana, compleja y muy diferente despierta muchos recelos. El propio ascenso de China genera un miedo razonable, que entiendo y hasta puedo compartir. Lo que yo pretendo es que ese miedo no nos paralice, sino que nos sirva de revulsivo.
–¿Competir o cooperar con China?
–Ambas. Necesitamos cooperar donde hay intereses comunes, como la lucha contra el cambio climático o el control de pandemias. Y competir ahí donde el mercado exige competencia.
–También China se revisa a sí misma y quiere poner coto a sus jornadas laborales maratonianas.
–El crecimiento trae prosperidad y cambio de hábitos y valores, sobre todo entre la juventud urbana. Pero no hay que olvidar que en China hay aún 300 millones de personas que viven con menos de 180 dólares al mes, que siguen dispuestas a trabajar mucho por muy poco dinero. Pero China no se puede permitir ser un país envejecido.
–¿Por qué?
–China ha llegado hasta aquí con una economía basada en mucha mano de obra barata que producía objetos de muy bajo valor añadido. Ahora quieren pasar a un modelo basado en la innovación. Y lo necesita hacer antes de que su población se reduzca tanto que haga inviable el sistema previo intensivo en mano de obra.
–¿Se llegará a reivindicar la democratización del país?
–China irá evolucionando hacia un modelo más participativo, pero no llegará al multipartidismo ni a la democracia.
–¿Cómo se observa desde China este choque entre Europa y EE UU tras la segunda toma de posesión de Trump?
–La Unión Europea como conjunto de Estados es el primer socio comercial de China. El problema es que funcionamos demasiado a menudo como una entidad poco cohesionada, con multitud de divergencias. Y China necesita de una Europa fuerte. Es el contrapeso que evita que la tensión transpacífica derive en una eventual guerra. Con Estados Unidos mantiene esa tensión lógica de quien ha sido hasta ahora líder mundial y ha tenido la supremacía tecnológica y poco a poco la va perdiendo. EE UU y China han tenido una relación simbiótica, porque nadie se ha beneficiado tanto del crecimiento de China como la propia China y EE UU. Están condenados a cooperar y a competir.
–Pero Trump emprendió una guerra comercial con China.
–Trump está tomando una serie de decisiones tácticas. Ya veremos qué resultado le dan. Pero ésa no es la partida que está jugando China, que tiene claro que también Trump pasará y que en cuatro o cinco años vendrá otro. Ellos juegan con otros plazos. En lo que se refiere a los aranceles, los economistas coinciden en que a medio o largo plazo, acaban empobreciendo a quienes los ponen en marcha. Los aranceles son un paraguas para ganar tiempo, para que en estos dos o tres años EE UU pueda mejorar su competitividad. Pero la guerra arancelaria que inició Trump en su primer mandato no sólo no ha conseguido arrinconar a China en el desarrollo tecnológico y blindar y proteger los avances de Estados Unidos, sino que ha espoleado la autonomía y la autosuficiencia tecnológica china. La estrategia de China es lograr que el mundo dependa de ella mientras es cada vez más autosuficiente.
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