Javier Carrasco, de 60 años, ha vivido dos años en la calle. Marilú Báez

Sin casa en plena Dana: «Vivir un día como hoy en la calle es muy duro. Hay que estar ahí para saberlo»

Cáritas organiza un acto de concienciación sobre el sinhogarismo que coincide con la jornada más lluviosa que se recuerda en años. Tres personas comparten su testimonio

Martes, 29 de octubre 2024, 15:49

La lluvia torrencial que ha caído sobre toda la provincia y sobre la capital no amilanó a Cáritas, que mantuvo su convocatoria de este martes para denunciar el sinhogarismo y lanzar sus reivindicaciones para atajar este mal social en plena calle, en la plaza de Félix Sáenz, a la intemperie. La cita tenía lugar minutos después de la manta de agua más intensa que ha caído sobre la capital en las últimas horas. La meteorología se alió con la organización benéfica para poner sobre la mesa aún con mayor crudeza si cabe lo que implica vivir sobre la acera, no tener casa ni un hogar donde guarecerse cuando llueve y hace frío.

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«La crisis de la vivienda y la gentrificación nos obliga a vivir en la incertidumbre: alquileres insostenibles, falta de vivienda pública y de protección social, lo que ocasiona la expulsión de nuestros vecinos y vecinas y nos acerca un poco más a poder sufrir una situación de sinhogarismo», rezaba el manifiesto, que se leía entre paraguas y que planteaba que el contexto del mercado pone a cada vez más gente a sólo un pequeño traspié del abismo. «Cuando nos niegan el derecho a una vivienda digna, también se vulneran todos nuestros derechos. Ya que vulnerar uno implica vulnerar otro. Si no tenemos acceso a una vivienda digna y segura tenemos dificultades para tener y mantener un empleo, para empadronarnos, para acceder a prestaciones y deteriora nuestra salud física y mental», continuaba el texto, para resaltar que con la vivienda empieza todo: una vida digna o las carencias de todo tipo cuando falta.

Con la lectura de estas líneas con el rumor de la lluvia de fondo Cáritas seguramente quería que esta problemática social calara en la conciencia de los asistentes y de los pocos viandantes que por las inclemencias del tiempo pasaban a esas horas por una de las plazas más señeras del centro. La organización usaba la casualidad en beneficio de la causa. Si para todos es una molestia la lluvia, los charcos, el tráfico, los retrasos de los vuelos, ¿qué no se ha de sufrir cuando la calle es tu casa, cuando para irte a casa tienes que seguir en la calle?

Lectura de testimonios en la plaza de Félix Sáenz, en el acto convocado por Cáritas. Marilú Báez

«La verdad es que vivir un día como hoy en la calle es muy duro. Porque ya no sólo es que cuando estás en la calle no tienes las necesidades básicas cubiertas, como puede ser tu comida, tu ducha, tu cama, sino que tienes que luchar con las inclemencias del tiempo, como puede ser el día de hoy con lluvia, con frío. En fin, la calle es muy dura, muy dura. Hay que estar ahí para poder saber cómo vive realmente una persona que pasa noche tras noche en la calle», explica Javier Carrasco, de 60 años, nacido en Madrid y residente en Málaga desde hace quince años. Tenía una vida normal con su familia y su trabajo. Pero lo atrapó el alcohol y eso le condujo a terminar en la calle. «Eso me llevó a una situación pésima, de ruina total, me encontré sin nada», relata, porque también se cruzó en su camino una separación matrimonial.

«Cuando estás en la calle, tú mismo dejas de importarte como persona, de respetarte, por eso sólo buscas autodestruirte, olvidarte de quien eres»

Los dos años que ha pasado en la calle, cuenta, «han estado marcados por una lucha continua, llena de altibajos, de esfuerzos, de recaídas»: «Cuando estás en la calle, tú mismo dejas de importarte como persona, de respetarte, por eso sólo buscas autodestruirte, olvidarte de quien eres». Su casa en ese tiempo era un portal de una sucursal bancaria en la calle Mármoles: «Era la calle, pero era mi casa, porque era el sitio que yo había buscado y que tenía como referencia para poder dormir». No tiene ninguna condescendencia consigo mismo: «Me culpo por no haber sabido, entendido y afrontado los problemas que en su día se me vinieron encima y que yo creía que refugiándome en algo como el alcohol los podría solucionar. Y es al contrario: el alcohol lo que te aporta es más problemas todavía».

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Pero ahora lleva tres meses en Calor y Café, un refugio de Cáritas: «La verdad es que es un sitio muy agradable. Por la noche, cuando llegas, te dan tu colacao, tu café, un bocadillo. Y, luego, lo que más se valora de ahí, aparte de que tienes tu ducha, tu higiene, es la seguridad que te aporta». ¿Porque se pasa miedo en la calle? «Lógicamente, en la calle nadie duerme tranquilo, porque hay que estar con un ojo abierto y otro cerrado». Y también agradece la compañía. Porque añade: «La soledad es otro factor importante que sufrimos las personas sin hogar porque no puedes relacionarte con los demás. He tenido gente conocida que ni se paraba a saludarme». Además de refugiarse en Calor y Café ahora mismo, está en proceso de rehabilitación: «Voy dando pasos muy cortos, pero quiero seguir adelante y poco a poco ir superando este bache».

Isabel Gómez tiene 54 años y vivió muchos años a la intemperie. Marilú Báez

Si estos días en que cae tanta lluvia, algún vecino de Málaga invita a un café a una persona que vea en la calle, por compasión, por piedad, que lo haga, pero no sin antes leer este testimonio de Isabel Gómez, de 54 años: «Yo he vivido en la calle durante muchos años y a mí lo que más me valía no era que la gente pasara y me diera un bocadillo y 'hasta luego', sino que se parara, que me preguntara cómo había pasado la noche, cómo estaba, es decir, que estuviera conmigo. Para mí, al no tener nada, ese cariño era más fuerte que cualquier bocadillo que te comas. El bocadillo te lo vas a comer igual, pero si va rodeado de cariño y de ánimos, te sienta mejor».

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«Tú no sabes lo que es llegar cada noche y preguntarte si te levantarás al día siguiente, si la noche será tranquila o si no vendrán y te meterán una paliza, si te matarán o te violarán»

Y si Javier Carrasco alertaba del miedo que se pasa estando en la calle, para una mujer, se multiplica. «Tú no sabes lo que es llegar cada noche y preguntarte si te levantarás al día siguiente, si la noche será tranquila o si no vendrán y te meterán una paliza, si te matarán o te violarán», dice Isabel Gómez. Relata que son muchos los casos en que una mujer sin hogar sufre abusos en la calle.

Isabel Gómez se fue de casa muy joven porque la suya era una familia desestructurada en la que se sentía sola, sin apoyo, totalmente perdida. Así que ha vivido en la calle durante muchos años. Nació en Valencia y ha pasado por muchas ciudades. Llevaba unos meses en Málaga cuando le dio un ictus. Y fue eso lo que ha cambiado su vida para siempre. Aunque muchas veces había intentado instalarse en un centro, en algún recurso, no llegó nunca a encontrar su sitio. Eso, hasta ahora. «Doy gracias por el ictus. La gente puede decir que soy masoca, que soy tonta o que estoy loca, pero hay personas que tienen que llegar a 'trompetarse' con la pared para darse cuenta realmente de la necesidad que tienen. Y eso me pasó a mí».

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Porque tras el ictus la llevaron al hospital y estando allí, el capellán, viendo que se acercaba el momento en que le darían alta y que no estaba en condiciones de irse a la calle, contactó con sor Juana, una Hija de la Caridad que estuvo muchos años en la casa de acogida Colichet. Así que con lo puesto, con el mismo camisón del hospital, porque no tenía otras posesiones, la llevaron en una ambulancia a ese centro de Cáritas. «Ahí mi vida comenzó a cambiar. Empecé a sentirme recuperada física y psicológicamente. Justo ahí y rodeada de gente que me quería y arropaba». De esa gente a la que ahora considera su familia. «Yo podía haber salido antes de la calle. Pero era una cabeza loca. Para salir de la calle lo principal es querer», dice. Aunque también hay que tener un hombro en el que apoyarse o una mano que tire de ti. Quería salir y encontró ayuda. Otra coincidencia feliz. Y ahora vive independiente en un apartamento y cobra una pequeña prestación. Ha salido de la calle. Se puede, quiere dejarlo claro. Y ahora es ella, no la que paga un café a una persona en situación de calle, sino la que le dice, «venga, vamos a tomarnos un café», y en el bar le cuenta su vida, su experiencia y dónde puede ir para que le apoyen y lograr, como ella, salir de la calle también.

Ángel Palomar, de 68 años, emigró a Venezuela y ahora ha regresado: esperaba una pensión que finalmente no puede cobrar. Marilú Báez

A Ángel Palomar, de 68 años, Cáritas, el centro de Pozo Dulce, lo rescató antes de que cayera en el sinhogarismo. Aunque a punto estuvo. «¿Sabes esos trapecistas que hacen esos saltos mortales y los hacen con mucha tranquilidad porque tienen una red debajo? Pues Cáritas ha sido esa red para mí. Porque yo estaba cayendo...».

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Es español de nacimiento, pero se fue a Venezuela a buscar un futuro mejor. Y cuando la situación se complicó en ese país latinoamericano, cuando veía cómo la inflación se le iba comiendo los ahorros, dado que tenía veinte años cotizados en diferentes empresas en España, emprendió el camino de vuelta, esperando cobrar aquí una pensión. Y lo hizo poco antes que su mujer para ir tramitando los papeles de la jubilación. Pero una vez aquí se dio cuenta de que en virtud de la ley, si en los últimos quince años no se ha cotizado, se pierde todo lo acumulado previamente. Así que se vio en España sin ingresos, con pocos ahorros y sin la posibilidad de cobrar una pensión. Además, se le cruzó en el camino un cáncer de próstata. «Me comí todos los ahorros. Y acudí a Puerta Única, que fue la única puerta que se me abrió», rememora.

«Ahora mismo cuando voy por la calle y veo a la gente que vive a la intemperie, me da pena, y le agradezco a Dios que no me haya visto en esa situación, porque era mi destino», explica. «En Pozo Dulce me siento bien, me encuentro amparado, acogido y seguro. Pero una cosa es estar aquí lo mejor que se puede estar y otra muy distinta que no eche en falta hacer mi propia vida al lado de mi mujer, que se vino meses después que yo porque los trámites para que ella también se viniera ya se habían iniciado. Sigo teniendo planes de futuro pero, honestamente, creo que cada vez son menos halagüeños porque necesito cotizar durante dos años y a mi edad ya es muy complicado», continúa su historia, para confesar acto seguido que el momento más triste para él fue cuando llegó su esposa a España y no tenía nada para ofrecerle. Ahora, ella, con 56 años, encuentra pequeños empleos cuidando a personas mayores. En Pozo Dulce donde vive, asiste a realidades muy diferentes: «Cada uno tiene sus circunstancias, y las de algunos son más duras que las mías». «Para eso estamos aquí, para que los entes públicos tomen conciencia de las situaciones que se dan. A veces la gente los toma como marginales, pero a veces son marginados, que es diferente».

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Así que tras los testimonios que compartieron estas personas, los convocados por Cáritas leyeron un listado de reivindicaciones para que ni un día de lluvias torrenciales como éste ni ningún otro se tenga que pasar a la intemperie por no tener un hogar: políticas de vivienda, de empleo, de atención a la salud mental, protección social y legal, ingresos suficientes para disfrutar de una vida digna, medidas para prevenir el aislamiento y la exclusión social, cortar los discursos de odio y romper prejuicios con información y comprensión de las causas que llevan a muchas personas a una situación de sinhogarismo y de exclusión social.

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