Un vodka con limón y un ron con coca cola más. Después, otra ronda. Estamos sentados en la barra de un pub. Nos acercamos un poco y luego un poco más. El lugar está lleno de turistas. Tan ruidosos e invadiendo casi todo el espacio. Empujones que se agradecen. Eso da lugar a una cercanía corporal de una manera muy natural. La sensación es agradable. Mi boca a pocos centímetros de su oreja. Cuando ella responde, roce de mejillas. Huele bien este perfume.
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La cita empezó un poco antes. La fase de no me digas a ti también ya quedó atrás. Es curioso como se iguala y complementa la realidad para crear una ilusión de confianza y cercanía. No me digas, a ti también te pareció más interesante Vietnam que Tailandia. No me digas, también sientes aversión por Arde Bogotá. Alivio. Y no crees, además, que los musicales están sobrevalorados. ¡Ay!
Las horas discurren de una manera prometedora. Estoy un poco embriagado por el alcohol y por las posibilidades que empieza a ofrecer esta noche de verano. Siempre que no descubra, de repente, que llevaba todo el rato un collar de oro con el signo de su zodiaco. No es el caso. Suena una música rara. En un momento de palique sin sentido se unen los labios. Un primer beso es un proceso. Al principio, recuerda un poco al movimiento de un pájaro cuando alimenta a sus crías. Es la definición de lo antierótico. Pero luego se despliega, las lenguas se tocan y sabe a suavidad y caña de azúcar. Adquiere estética. El entorno se vuelve borroso. Solo estamos tú y yo. Comienza la ventana de oportunidad para los carteristas.
Antes de un primer beso siempre existe un titubeo, una vacilación o un momento de duda. ¿Por qué tantos pensamientos? Quizá, porque un beso entre dos personas lo puede cambiar todo. Es como un anticipo de lo que debe venir, una respuesta a esas preguntas que no se plantean. Después de un beso se miden mejor las distancias. La chispa salta o se extingue.
El primer beso es como la apertura en una partida de ajedrez: nadie puede pronosticar en ese momento lo que va a pasar después y cuál va a ser el resultado final. Es un instante único e irrevocable.
No sé muy bien qué es lo que hace levantarme. La boca está seca y los reflejos del sol se sienten como latigazos en la cara. Tengo que entrar al servicio. El despertar borra de un plumazo todas las certidumbres y evidencias. Lo de hace unas pocas horas queda muy lejos. El subidón de la intimidad se ha evaporado. Impera una mezcla de malestar y euforia desplomada. La luz del día y la sobriedad potencian las inseguridades. Dos miradas se cruzan con los ojos hinchados. Y en ese momento lo comprendo: justo esto es la magia de la primera mañana. Sentir que todos somos personas. No solo por nuestros cuerpos. Sino por nuestros anhelos, deseos y esperanzas.
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