Ya llevaba algún tiempo aprendiendo en SUR cuando llegó el verano de 1999, pero por alguna razón que no recuerdo no pude renovar la beca en la que hasta entonces había sido mi casa. Entonces, apareció una oportunidad para hacer prácticas en el Ideal, el diario hermano de este en Granada. Pero no en la ciudad de la Alhambra: querían que fuera a Almuñécar, para la redacción estival de la Costa Tropical. Lo curioso es que gané la beca, pero no como redactor, sino ¡como fotógrafo! A ver, que yo había hecho ya mis pinitos con los carretes, pero no osaría nunca decir que era ni soy fotoperiodista, pues tengo un respeto máximo por mis compañeros que sí lo son, empezando por dos grandes: Boris y Ñito Salas.
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Total, que con la ayuda de mis padres, en apenas unos días me compré un Opel Corsa de segunda mano, sin aire acondicionado pero no me importaba; y un móvil Alcatel que apenas se escuchaba. El periódico alquiló un piso estupendo en las afueras de Almuñécar que servía de redacción y para mi residencia. Llegué a principios de julio y lo que vino a partir de ese momento y hasta septiembre fue, sin duda, el verano de mi vida.
Currar, curramos tela, y si no que se lo digan a mi compañero de fatigas, Daniel Olivares, que hoy sigue trabajando en el Ideal. Pero con 21 años, dormir no es tan importante, el alcohol nunca sienta mal, y las resacas sólo pasan en el mar. Así que, básicamente, aquel verano consistió en hacer reportajes durante el día... Y salir de marcha por las noches, casi todas las noches.
Las mañanas y las tardes las pasábamos en la calle, buscando historias. Entre los turistas y los lugareños y los que llegaban para buscarse la vida haciendo mil cosas. También en otros pueblos y en las fiestas populares. Aunque mi misión principal era hacer las fotos (entonces, el vídeo en los periódicos todavía no existía), la tinta me tiraba mucho. Y así fue como, con la ayuda del que desde entonces ha sido y es uno de mis maestros y amigo del alma, Javier Barrera, nos inventamos la serie «Veraneantes de fin de siglo». Fueron varias entregas de entrevistas a turistas a pie de playa, reflexiones sobre el cambio del milenio, que me valieron el primer premio de periodismo de mi carrera, un accésit del 'Ciudad de Almuñécar'.
Por las noches, como lo de dormir ya he dicho que estaba sobrevalorado, me dio tiempo a descubrir lugares fantásticos de fiesta. Donde más tiempo pasaba era en los bajos del Fenicio, la zona de copas del paseo marítimo de Almuñécar. Pero también en el festival de jazz, donde tomé unas fotos que luego le vendí a Cervezas Alhambra, que era el patrocinador. Me lo gasté todo de tapas en Granada cuando subí a cobrar la factura, en pesetas.
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Y por supuesto en el Acuatropic, un parque acuático que por las noches se convertía en una discoteca que los jóvenes lugareños llamaban 'Acuatronic'.
Así fue como empecé, entre fotos, páginas y copas, a abrirme camino en el mundo del periodismo, hace sólo 25 años...
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