Fredrick con Maltzahn con Daniel Cruz, director técnico y compañero desde más de 20 años. Ñito Salas

Ascensores de Málaga para el estadio de Wembley

CTV, empresa ubicada en el polígono industrial La Huertecilla, ha diseñado y suministrado equipos especiales para infraestructuras como hospitales, estadios de fútbol o aeropuertos

Sábado, 26 de noviembre 2022, 00:59

El edificio más alto del mundo es el Burj Khalifa, en Dubái. Alcanza una altura de 828 metros. Son 163 pisos que llegan hasta el cielo. Nadie quiere subir hasta ahí por el hueco de la escalera. Ante la pregunta de qué fue lo primero, ... si el huevo o la gallina, Fredrick von Maltzahn, un alemán malagueñizado de 54 años, tira una mueca y luego deja entrever que sobre esa cuestión sobrevuelan dudas existenciales: «Lo que está claro es que los ascensores y las construcciones en altura van de la mano, son algo inseparable». Sin una cosa no habría la otra y al revés.

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Fredrick es un hombre espigado de ojos claros y alguien que, como él mismo señala, ya no tiene que preocuparse en exceso por el peinado. Con el tiempo se ha acostumbrado a ser el «guiri» y no es algo que le moleste. Es más, se ha acostumbrado a que todo el mundo le llame Federico.

Es licenciado en Economía por la Universidad de Passau, en Baviera. Su paso académico incluyó una estancia en Málaga, el tiempo suficiente como para enamorarse de la tierra. Tras pasar un año en una empresa de ascensores ubicada en la capital, vio la oportunidad de montar su propio negocio dentro del mismo sector, con la visión de enfocarlo todo en el mercado exterior. Eso fue en 1998. Lo que empezó en un piso de alquiler de dos habitaciones, ahora es un fabricante reconocido que opera en todo el mundo, que lleva 25 años en el negocio, y que se ubica en una nave de 3.250 metros cuadrados en el polígono La Huertecilla.

Componentes de Tráfico Vertical (CTV), ese el nombre de la empresa, fabrica y distribuye ascensores para todo el mundo. El fabricante, que destaca por su ingeniería, tiene un portfolio de proyectos que luce tan amplio como apabullante: ascensores para estadios de fútbol como el de Wembley, ascensores para bancos como JP Morgan, ascensores para aeropuertos como Stansted o el de Bakú, ascensores para el Ministerio del Interior de Marruecos… La lista es larga.

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«Todo esto es mérito del equipo», repite Federico en varias ocasiones. Luego pasa a destacar las aptitudes de cada uno de sus más de 60 empleados. La mayoría hablan entre dos o tres idiomas. El inglés, lamenta, es la gran asignatura pendiente del trabajador español. Si hubiera que destacar un concepto que a Federico parece que le gustaría abanderar, sería el siguiente: el trabajo en equipo hace el trabajo de ensueño. «¡Sin los compañeros no estaríamos donde estamos ahora!», resalta.

Y si se le pregunta por el proyecto más exótico que han realizado en CTV, no tiene dudas: un ascensor para el mausoleo del presidente de Angola. «Este proyecto fue muy muy exótico. El mausoleo ya tenía un ascensor. Pero, tras la guerra civil, quedó desvalijado. Aquí viene lo curioso. El mausoleo en cuestión tiene 22 o 23 pisos y tuvimos que hacer un ascensor con capacidad para subir 65 metros», recuerda.

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Una conversación con Federico revela pronto que el ascensor es una infraestructura que trasciende a su propia funcionalidad. «Si nos preguntamos por el medio de transporte que más utilizamos, casi todo el mundo piensa automáticamente en el coche. Pero no son pocos los que se suben a un ascensor, al menos, una vez al día», destaca.

Entonces, en esa realidad que llamamos vida urbana, el ascensor representa un intersección única entre psicología y sociología. Entre intimidad y anonimato. El cine ha convertido a esta cabina hermética en escenario para incontables películas policíacas o de amor, donde se suceden encuentros marcados por la fatalidad del destino. Un lugar para líos impulsivos, abusos o crímenes. Por poco tiempo, uno se encuentra frente a un desconocido. Esta condensación por partida doble estimula la fantasía de que las emociones y las pasiones pueden llegar a traspasar.

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«Ahí está el fenómeno del 'elevator pitch'», resalta Federico. Un fenómeno que hace referencia a todo lo mencionado. El becario o el empleado raso se encuentra, por casualidad, con el director general de la empresa y aprovecha el viaje en el ascensor para convencer de una idea rompedora con argumentos de peso. Segundos después, se abre la puerta y sale como directivo. La sensación de aislamiento imprime a las conversaciones de una dosis de veracidad añadida. Y es que un ascensor también representa un reto social. La estrechez excesiva del lugar y la distancia insuficiente entre las personas suscita las conocidas estrategias de evasión. Está la mirada fija al contador de pisos, el control del peinado o el vistazo a las zapatillas. Como si uno aspirara a la minimización momentánea de la propia existencia. «Es una de las razones por la que se instalan espejos en los ascensores. Además de permitir una última mirada para ver cómo uno sale de casa, generan, sobre todo, un efecto de mayor amplitud», precisa Federico.

Hay personas que no son capaces de exponerse a tanta cercanía y desarrollan verdadero pánico al ascensor. El miedo a los espacios cerrados es tan antiguo como el mismo ascensor. La llamada claustrofobia empezó a desarrollarse cuando empezaron a aflorar los ascensores en las grandes ciudades.

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Un fenómeno social

La propia movilidad de personas y la construcción en altura en las ciudades, sin embargo, agradecen que la gran mayoría se haya acostumbrado a utilizar el ascensor. La asimilación cultural del vehículo y la superación de los miedos a las cortas distancias hace años que se ha superado. El ascensor ha demostrado ser el vehículo de transporte ideal para sociedades que aspiran a ser igualitarias. Una vez dentro del ascensor, todo el mundo es igual.

Asegurar que el ascensor se ha convertido en un hogar para Federico sería exagerado. Que su vida gira en torno a una construcción que ha servido para cambiar nuestra movilidad no lo es.

–¿Es demasiado pretencioso decir que los ascensores mueven el mundo?

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–Yo creo que no. Es más, diría que es bastante apropiado.

El miedo a quedarse atrapado en un ascensor es uno de los miedos más universales. Federico señala que las probabilidades de que suceda son muy pocas. «Lo importante es transmitir que, aunque estés atrapado, estás seguro. Y que la ayuda viene rápidamente de camino», asegura.

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