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Es una de las voces más respetadas en el campo de la psicología y la sexología en Europa. Arun Mansukhani aborda asuntos imprescindibles para entender la sociedad actual: desde la ansiedad que aqueja a jóvenes y adultos hasta el impacto del consumo de pornografía en la adolescencia.
–¿De dónde llegó Arun Mansukhani?
–Mis padres y yo somos de la India, aunque nací en África. Y aquí llegué con cinco o seis años, en 1975, justo antes del fallecimiento de Franco. Recuerdo a mi padre con una radio de estas antiguas, con una antena enorme, sintonizando la BBC. Me acuerdo perfectamente de aquello. Las emisoras locales no daban noticias.
–¿Por qué Torremolinos?
–Mi padre estuvo muchísimos años en Nigeria. Allí se ganaba dinero, pero se vivía muy mal, así que decidió mudarse a Londres. Su hermano estaba aquí, en Málaga. Mi padre vino a verlo y siempre cuenta que, cuando llegó de Londres, con frío y lluvia, y aquí aterrizó a 17 grados y mi tío se lo llevó a comer a La Carihuela, a Casa Juan, se preguntó qué narices hacía viviendo en Londres cuando podía vivir aquí. Y aquel día decidió que nos veníamos a Torremolinos.
–¿Y la psicología por dónde te llegó?
–Por un profesor del colegio. Estudié en en el colegio Miramar. Después estuve en el Instituto de Torremolinos. Siempre he sido de ciencias, pero me encontré con un profesor que era psicólogo, Pepe, un personaje de esos fascinantes. Le pregunté qué había estudiado, me contestó que Psicología y decidí cambiar de rumbo.
–Para escuchar, ¿no? Escuchar y dar consejos. O más bien abrir ventanas para que cada uno descubra por dónde ir.
–Intentamos no dar consejos. El consejo lo tenemos en la cabeza, pero intentamos no darlo. Lo primero es escuchar. Hay muchísima gente que sólo con sentirse escuchada mejora y empieza a ver las cosas de una manera distinta. Les basta con sentirse escuchados, validados... Y luego hay que cuestionarles las maneras que tienen de hacer las cosas.
–Esta es la parte más difícil, ¿no? Siempre digo que la terapia tiene una parte adictiva, porque uno va a un sitio donde lo escuchan, no le hacen reproches…
–Sí, a veces contribuimos, sin quererlo, a que la persona se mantenga en una zona no adaptativa.
–¿Qué significa eso?
–A veces, escuchar a alguien que está anclado en una posición negativa puede hacer que esa persona se sienta ya totalmente validada por un profesional y se quede ahí. El paciente, al sentirse escuchado, puede caer en eso de: «El psicólogo me da la razón, todos estáis equivocados». Por eso cuando formo a psicólogos les recuerdo que en algún momento hay que cuestionar a los pacientes.
–¿Cuál dirías que es hoy el estado de la salud mental en nuestra sociedad? ¿Ha cambiado el perfil de tus pacientes?
–Completamente. De entrada, antes quien venía al psicólogo lo hacía casi a escondidas, no quería ni siquiera que lo viesen en la sala de espera. Y, por tanto, venía gente obligada o que se encontraba muy mal. Eso ha cambiado.
–Ahora parece que el raro es el que no va...
–Así es… Y te digo algo: la gente que está peor no suele ir al psicólogo. Porque para ir tienes que plantearte que algo no va bien y que alguien te puede ayudar a cambiar. Y hay personas que siguen convencidas de que no tienen que cambiar, que piensan que saben más que el psicólogo. Hay mucho narcisista.
–¿Vivimos en una sociedad cada vez más narcisista?
–Occidente siempre ha sido más narcisista que Oriente. La cultura oriental siempre ha sido más colectivista y Occidente, más yoísta. Las estructuras sociales se han ido debilitando. Hace treinta o cuarenta años era súper importante lo que decían los demás: la familia, los vecinos.... Esto tiene cada vez menos importancia. Ahora el bienestar, la salud mental, se ha convertido en una prioridad. Prácticamente empezamos y terminamos en el yo. Estamos en una sociedad más narcisista que nunca. Las redes, además, han facilitado todo esto.
–¿Un narcisista puede darse cuenta de lo que le pasa?
–Viven quejándose de los demás. Y los psicólogos hemos facilitado la teoría del apego, que es fantástica pero también permite culpar a tus padres de todo lo que te pasa. No le coloquemos ese muerto a la teoría, pero como tal lo permite. Hay gente que no sale de ahí. Y esta es una postura muy narcisista.
–¿No crees que hay un exceso de autoayuda?
–Cada vez hay más atención a la salud mental, pero realmente los servicios públicos están colapsadísimos y los servicios privados también. Y siempre estamos hablando de responder, y eso supone que llegamos tarde. O sea, lo que tenemos que hacer es prevenir. Hay un psiquiatra, que lleva toda el área de Gibraltar a Algeciras, y dio una charla fantástica hace poco en la que decía que este asunto es como si tenemos un barranco enorme y la gente se despeña. Estamos poniendo un hospital al fondo del barranco, pero lo más fácil sería poner una barandilla arriba.
–¿Hay una cierta frivolización de la salud mental?
–Creo que sufrimos ambos extremos; por un lado hay personas que necesitarían mucha más atención y que no la están teniendo y también personas a quienes la atención que tienen les lleva a centrarse tanto en sí mismos que realmente tampoco le estamos ayudando.
–Se ha formado una especie de 'star system' de psicólogos se han convertido en grandes estrellas, grandes comunicadores, que han popularizado expresiones como «persona vitamina», «persona tóxica»…
–Sí, la química es compleja y a veces tenemos que simplificar los mensajes para explicar ciertas cosas. Pero es cierto que estamos reduciendo problemas muy complejos, con todo lo que eso implica. La dopamina te sube o te baja, pero ¿qué hay en tu vida? Si estás ganando 900 euros al mes y viviendo en casa de tus padres con treinta años… Igual el problema no es la dopamina.
–Hablemos del amor. ¿Crees que está cambiando el modelo de pareja tradicional?
–Sí, se ha ampliado. Toda pareja es un contrato. Un contrato implícito, pero un contrato: hay cosas permitidas y cosas que no lo están. Hace cuarenta años había un contrato único. Todo el mundo sabía más o menos a qué atenerse. Ahora hay muchas más posibilidades. La mayoría sigue un modelo heterobásico, que dirían mis niñas, pero es cierto que ya hay muchas más alternativas.
–Quizá una de las primeras cosas que habría que hacer es explicitar ese contrato, ¿no?
–A ver, hay personas que practican el poliamor, parejas abiertas, personas de género X, modelos que trascienden la pareja tradicional y que están formados por tres o cuatro miembros Los modelos se han ampliado y cada uno elige dónde quiere estar.
Porno y adolescencia
Relaciones de pareja
–Mucha gente piensa que en las parejas abiertas siempre hay uno que sufre y otro que disfruta. ¿Estás de acuerdo?
–En un porcentaje alto de parejas, sean abiertas o no, hay uno que sufre. Ya lo decía Antonio Gala: siempre hay un amante y un amado. En psicología lo llamamos la dinámica del perseguidor perseguido. Casi ninguna pareja, ni cualquier otro tipo de relación entre dos personas, está perfectamente equilibrada. Lo que parece evidente es que el modelo tradicional de pareja no estaba haciendo feliz a la mayoría, ¿no?
–O sea, ¿forma parte ya del pasado el concepto de matrimonio para toda la vida?
–El formato más habitual ya, en los países occidentales al menos, es lo que llamamos monogamia secuencial. Lo más frecuente es que las personas cambien de pareja cada equis tiempo, aunque sigan prefiriendo la monogamia.
–Al ser animales, hay quienes creen que la monogamia es antinatural.
–Venimos evolutivamente de especies polígamas, pero tenemos toda una serie de rasgos que indican que en algún momento hicimos una transición hacia una monogamia mantenida durante una serie de años. En los mamíferos, cuando hay poligamia, la diferencia entre los machos y las hembras es muy grande. Esa diferencia se llama diformismo: los machos tienden a competir y desarrollan rasgos muy agresivos. Nosotros, los humanos, tenemos un dimorfismo bajo comparado con los leones, por ejemplo, pero hay muchas más especies. El elefante marino pesa tres veces lo que la elefanta marina; los chimpancés machos tienen unos colmillos mucho más grandes. Nosotros no tenemos colmillos ni pesamos tres veces más; somos una especie poco dimórfica. De ahí que entre humanos haya tendencia a la monogamia. Otra clave interesante, casi única de nuestra especie, es que sexo y reproducción no van unidos. Mal que le pese a algunas confesiones religiosas.
–A la iglesia, por ejemplo.
–Bueno, y a otras confesiones religiosas. El sexo está cumpliendo una función diferente a la reproductiva. Pero hablamos de monogamia social, no sexual.
–¿Cuál es la diferencia?
–Toda. El noventa por ciento de las especies de pájaros son monógamas: forman pareja de por vida. Pero hazle el ADN a los polluelos. Un porcentaje alto son de un macho distinto. O sea, una cosa es tu pareja social, con la que crías a tus crías, y otra con quién mantienes sexo.
–Alguna vez has dicho que la pareja empieza cuando acaba el enamoramiento.
–Antes hay hormonas, fantasía, imbecilidad mental transitoria, que lo llamaba Ortega… Química. Y eso reduce las capacidades cognitivas. El enamoramiento nos permite intimar muy rápidamente con un desconocido o una desconocida, pero si queremos tener parejas más allá, eso empieza cuando el enamoramiento acaba.
–¿Y la pasión?
–Una cosa es que el enamoramiento acabe y otra cosa es que la pasión desaparezca o que mi pareja se convierta en mi primo. Pero hay una parte de todo eso que no está bajo nuestro control, para bien o para mal, aunque se puede mantener, a través de una serie de actividades, unos niveles pasionales más o menos aceptables.
–¿Qué podemos hacer?
–Comentar cuáles son las preferencias, los gustos sexuales, buscar un espacio para intimar físicamente, intentar ver cuáles son las cosas que más o menos impiden esa conexión... Esa es una pata. Luego está la compatibilidad: el compañerismo, la capacidad de disfrutar juntos, de hacer cosas juntos, y además de tolerar que cada uno esté por su lado. Y la tercera pata es el compromiso. A mucha gente se le olvida. Y yo puedo tener, sorprendentemente, mucha pasión con alguien, mucha compatibilidad, pero no ser una persona que quiera compromiso. Y esto hay gente que no lo entiende. Y el nivel de compromiso está bajando en los últimos años, en las últimas generaciones.
Pacientes
Modelo social
–Cada vez son más las parejas que se separan en el proceso de criar a los hijos.
–El compromiso como sinónimo de aguantar ha desaparecido y es de agradecer, ¿eh?, porque a veces aguantas situaciones que nadie debe aceptar, pero puede que haya también una parte del compromiso que haya disminuido porque nuestra cultura es cada vez más narcisista. Y cada vez nos cuesta más intimar. Nos estamos volviendo cada vez más distantes, seguramente por las redes. Y eso dificulta el compromiso.
–Es un matiz importante, ¿no?
–La pareja hay que currársela. Quien no quiera, que no se la curre, pero si quieres tener una pareja a largo plazo te la tienes que trabajar. Dicho todo esto, hay un bloque de chavales que están tendiendo a tener relaciones de mayor compromiso que las generaciones anteriores, sorprendentemente.
–¿Veintitantos?
–Sí, gente que empieza con una pareja con 16 o 17 años y a los 27 llevan 10 años con la misma pareja. Y esto a lo mejor hace una generación eran muchísimo menos frecuente.
–Es decir, que puede haber ciclos, ¿no?
–Sí, al final la pareja es también un refugio contra la incertidumbre. Y sabemos que los jóvenes tienen cada vez más sensación de incertidumbre.
–Es la primera generación que va a vivir peor que sus padres, ¿no?
–No lo sabemos, pero es lo que les estamos diciendo constantemente.
–¿Crees que no?
–Yo creo que no lo sabemos. Y debemos hacer autocrítica. Somos la primera generación de padres que viven desde una angustia permanente. Mi padre no pasaba la angustia que yo paso; él se enteraba de alguna cosa y me amenazaba con un guantazo o me lo daba. Pero no se angustiaba. Mi pareja y yo vivimos en una angustia constante. Mi hija tiene 17 años y se acaba de sacar el Interrail y ayer nos lo enseñaba con toda la emoción del mundo. Y yo veía a Tere, mi pareja, con la barbilla temblando. Somos la generación más sobreprotectora que ha habido. Y creo que hemos trasladado esa angustia a nuestros hijos.
–¿Crees que estamos descargando en nuestros hijos todas nuestras ansiedades?
–Vivimos con culpa, y eso ha llevado a esta crianza tremendamente sobreprotectora. Pero la sobreprotección es una forma de maltrato, aunque nos cueste asumirlo, porque incapacita al niño o a la niña para funcionar en el mundo.
–¿Cómo calificarías la salud mental de esa generación de padres?
–El trastorno más frecuentemente diagnosticado hasta la década de los 90, desde que tenemos registro histórico, o sea, desde hace un siglo, era la depresión. Luego cambió esa tendencia y cada vez los trastornos que más diagnosticamos son de ansiedad.
–¿Crees que en los jóvenes hay una presión añadida?
–Sí, quizás la gente más joven, en España en particular, con este sistema loco educativo donde todo el mundo va a la universidad, con unas selecciones brutales, sufre una presión muy fuerte. Una presión que comienza cada vez más pronto, con guarderías bilingües por ejemplo.
–¿Qué mínimo de edad pondrías para acceder a un móvil?
–¿Si yo pudiese elegir? 155 años (Risas). 14, 15, 16 años... Y a partir de ahí, un acceso con educación, que te enseñe los usos tremendamente beneficiosos que tiene el móvil pero que reduzcan todos los problemas que estamos viviendo. Si no recuerdo mal, uno de cada dos niños, y prácticamente dos de cada tres niñas, la primera vez que ven pornografía lo hacen sin elegirlo. Porque un compañero o una compañera se la enseña o porque les salta en el dispositivo que tengan. El porno nos preocupa muchísimo, y ya tenemos los primeros datos que nos dicen que la satisfacción sexual está empezando a caer desde hace aproximadamente cinco o diez años. Pero está cayendo porque el modelo de sexualidad que ven o que aprenden exige una serie de comportamientos absurdos basados en el modelo máquina, que es tener una erección tremenda, tener un pene enorme, por supuesto todo centrado en el coito, cuatro posturas, durando muchísimo, las mujeres muy jadeantes... Es un mundo irreal, absolutamente irreal.
–Hemos dejado en manos del porno la educación sexual.
–Sí, pero educación sexual nunca hemos hecho. Es una triste realidad. Hemos hecho educación para prevención de enfermedades y embarazos, pero esto no es educación sexual. Es como si dejáramos que la gente aprendiera a conducir viendo los vídeos de la Fórmula 1.
–¿Qué impacto va a tener en los niños esa educación sexual que en gran parte se basa en la dominación de las mujeres?
–Es algo que condiciona muchísimo las relaciones de género, en la sexualidad y fuera de la sexualidad. En determinados aspectos está habiendo un retroceso, con chavales que controlan a sus parejas. Y eso coincide con un aumento enorme de adolescentes que se sienten afines a grupos de ultraderecha, sobre todo chicos.
–También hay cierto rechazo al feminismo, ¿no?
–Totalmente. Los partidos extremistas, del tipo que sean, plantean soluciones simples a problemas complejos y son un gran refugio en tiempos de incertidumbre. Lo estamos viendo con Trump.
–¿Y por qué cuesta tanto hablar de sexo?
–Buena pregunta, la tengo que pensar. Siempre ha sido algo escondido, perteneciente a la intimidad. No hace tanto, en los años cincuenta, poco menos que las mujeres eran virtuosas si practicaban sexo sólo por complacer a su marido. Y luego existe el miedo totalmente infundado de que hablar de sexo con los niños acelerará las cosas, pero sabemos que los chavales que tienen una buena educación sexual generalmente acceden con más herramientas e incluso un poco más tarde. Pero hay que empezar pronto, porque si no has hablado de sexo durante 10, 11 o 12 años y de repente empiezas a hablar cuando el niño tiene 13 es normal que sienta incomodidad.
–También me gustaría hablar del suicidio, que ya es la primera causa de muerte entre adolescentes.
–Es la tormenta perfecta. Han empezado a confluir factores muy distintos. Por un lado, la salud mental está empeorando. La incertidumbre tampoco ayuda. Y casi todos los especialistas están de acuerdo en señalar las pantallas por la ansiedad o la frustración que genera la sensación de no poder adaptarse a ese mundo. Además, son adictivas e impiden que se desarrollen algunas habilidades de regulación emocional.
–En las redes sociales estás expuesto a que te puntúen constantemente.
–Exactamente. Y generan la sensación de que a todos los demás les va genial. Debemos hacer autocrítica también. Hace unos años los padres estábamos muy preocupados por los juegos de violencia. Y las redes sociales, que tienen muchísimo más impacto, se nos habían pasado por alto.
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