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Caminar por Málaga supone toparse, a uno y a otro lado del Guadalmedina, con restos de su antigua y floreciente industria. En altura, lo más visible son las chimeneas, que afloran por toda la ciudad. Queda una decena. Y disfrutan de fórmulas de protección. Pero ... llegó a haber un centenar. Las que permanecen son resto de una época, de la penúltima revolución que generó una nueva forma de organización social.
El profesor de la Universidad de Málaga Francisco José Rodríguez Marín explica que hay un concepto de monumento obsoleto: el que se ciñe a los castillos o las catedrales. Hay que ampliarlo para que incluya otros restos que ayudan a explicar el pasado. De hecho, cada vez hay más experiencias de patrimonio industrial que se recupera y reutiliza. Por ejemplo, la Tate Modern de Londres, ahora museo, fue una termoeléctrica, similar a las que hubo en Málaga.
Pero hay que poner la historia en contexto. Para entender el pasado fabril malagueño no hay que remontarse a la Revolución Industrial; ya antes Málaga tenía gran actividad económica. Había un caldo de cultivo propicio: contaba con un puerto para exportar y un comercio de productos como vino, aceite, frutos secos o cítricos. Las sagas que se convertirían en las de más renombre llegaron a la provincia para comerciar con esos bienes antes de la eclosión manufacturera: los Heredia y los Larios, ambos procedentes de zonas pobres del norte, de Cameros.
Manuel Agustín Heredia llegó como empleado de comercio a Vélez-Málaga y allí creó La Concepción, una fábrica de fundición de hierro. Luego fundó La Constancia, ya en la capital. Esta factoría se ubicaba en el actual Parque Huelin, en su mitad más cercana al mar. Detrás estaba Industrial Malagueña, la textil de los Larios, también responsables del complejo de La Aurora, situado en la explanada de la estación. Ése era el principal empleo de quienes vivían en los corralones de la Trinidad.
Ésas eran las industrias más importantes, las míticas. Tenían miles de trabajadores y tecnología punta. Pero los industriales diversificaron en el inmobiliario. Aprovecharon la desamortización eclesiástica: muchos conventos desaparecieron y los solares salieron a subasta para luego construir. Algunos promovieron viviendas para sus trabajadores. Por ejemplo, en El Bulto, cuya última vivienda fue derruida hace poco más de una década. El vecindario tenía planta de cruz con una plazoleta peatonal en el centro. La tipología de vivienda era el corralón, en el que a cada familia le correspondían una o dos salas y los servicios eran compartidos. También proliferaron estas casas en el sector de Ancha del Carmen, en el Perchel, muchas promovidas por los propios industriales, como negocio.
Hubo empresarios con un espíritu en la línea del «socialismo utópico», que buscaban mejorar la sociedad. Fue el caso de Eduardo Huelin y Reissig, que impulsó el barrio que lleva su apellido. Construyó viviendas unifamiliares para los obreros, que marcaban una gran diferencia de salubridad respecto a los corralones. «Huelin sí que tenía un espíritu altruista para mejorar las condiciones sanitarias y de habilitabilidad de los obreros», comenta el profesor. El barrio se diseñó con escuadra y cartabón, estaba organizado por manzanas y cada casa tenía un patio.
Eduardo Huelin era industrial y tenía una fábrica de azúcar y una de orozuz (regaliz) en el entorno del paseo marítimo del oeste. En la época manufacturera más brillante, desde la desembocadura del Guadalmedina hasta la del Guadalhorce, la línea de costa estaba compuesta por una industria al lado de la otra; era un verdadero cinturón manufacturero. Las fábricas más antiguas eran las más cercanas al actual centro de la ciudad; la chimenea de Los Guindos era la de una fábrica de fundición de plomo de la década de los veinte del siglo XX, y la última chimenea, la de La Térmica -la fábrica, no el actual centro cultural, que nunca fue una factoría-, producía energía eléctrica y data de los años cincuenta del siglo XX.
El desarrollo industrial también llegó al extremo opuesto de la ciudad: más allá de El Palo persiste la fábrica de La Araña, una cementera creada en 1918 gracias al ferrocarril y a las canteras. El tren fue clave. Los Guindos tiene ese nombre por la mina que la alimentaba por ferrocarril hasta la estación de Málaga y de ahí, con el tren litoral, que llegaba al interior de la fábrica. El azufre del sulfuro de plomo era muy tóxico. Eso explica que esa chimenea fuera la más alta de la provincia y una de las más elevadas de Andalucía: tenía que llevar lejos los gases.
El nombre originario de La Térmica -la factoría, no el centro cultural- era fábrica de San Patricio, que generaba electricidad a través de un sistema que hoy llamaríamos de economía circular: evitaba el gasto de agua dulce y reciclaba la del mar mediante un complejo que incluía unas grandes piscinas a las que los niños de la época se iban a bañar porque su temperatura era más agradable que la del Mediterráneo en pleno terral.
Hubo un tiempo, por tanto, en que Málaga vivía de su industria. Se contaban por centenares las fábricas. En las fotografías antiguas se observa el 'skyline' con más de un centenar de chimeneas. Dos más que se conservan son la de la calle Maestranza y la del barrio de San Rafael, ambas de finales del siglo XIX, las dos, restos de fábricas de producción eléctrica.
Sólo los del paseo marítimo de poniente eran cinco kilómetros de naves de producción. Y de todos los sectores. También el químico. Forma parte de este complejo la Fábrica de Tabacos que ahora se ha convertido en el entorno museístico ruso, del traje y del automóvil. Otra chimenea que persiste en la zona, entre dos edificios, muy cerca de la de Los Guindos, era de una fábrica derivados del petróleo y luego de químicos.
La industria no sólo se desarrolló en la capital. El origen de Marbella es industrial y minero. Y Vélez-Málaga tuvo fábricas importantes. Antequera tuvo siderurgia y textil. La zona del Chorro, donde está el Caminito del Rey, también es patrimonio industrial, con electricidad, cemento y carburos.
Pero el hito en la capital lo marcó la creación de La Constancia en 1833 y protagonizó la época más brillante de la industria malagueña a mediados del s. XIX, cuando la provincia era responsable de la producción del 50% de todo el hierro que se fabricaba en España. En esas fechas Málaga era la segunda potencia industrial de España tras Barcelona. A partir de entonces, entró en lento declive. «No es tan simple como la gente dice: uy, es que los catalanes se llevaron la industria; no, eso es una leyenda urbana», ironiza el profesor.
Málaga tenía en el siglo XIX una situación estratégica porque había mineral de hierro -aunque no carbón, que había que importar del País Vasco o Inglaterra-, emprendedores y un puerto. Mientras, el norte de España, si bien contaba con hierro y carbón, estaba inmerso en las guerras carlistas, lo que había impedido la modernización y que aún se contase con antiguas herrerías con sus ruedas hidráulicas, martillos pilones o las fraguas... infraestructura artesanal, frente a la situación puntera malagueña. Al finalizar los conflictos civiles, el foco pasó a la economía, la incipiente burguesía vasca comenzó a innovar y a sacar partido de su ventaja en acceso a materias primas que propició una producción competitiva.
Hubo un intento de sobreponerse a esta circunstancia intentando traer el carbón del único lugar de Andalucía donde lo hay: el Valle de los Pedroches, en Córdoba. Y se ideó la construcción de un ferrocarril, pero éste llegó tarde.
Otra industria en la que la provincia fue puntera fue la del azúcar de caña: entre Málaga y Granada hubo 37 ingenios industriales de azúcar, favorecidos por el clima de la región, ideal para una planta que no puede soportar las heladas que frenaban las montañas del norte. Pero la tecnología hizo posible la extracción de azúcar de la remolacha, más resistente a la climatología adversa. La fábrica de La Zamarrilla, de caña de azúcar, no ha dejado restos arquitectónicos en la ciudad. Pero sí las dos últimas factorías que eran capaces de fabricar azúcar tanto a partir de la caña como de la remolacha. Una de ellas era la popular Azucarera: situada en Carretera de Cádiz, aún hay quien habla de esa zona apelando a la existencia de esa industria. Estaba situada en lo que ahora es un solar frente al complejo comercial Málaga Nostrum. La otra era el Tarajal, que se conserva íntegra y cuya chimenea se ve desde el campus de Teatinos.
La crisis del siglo XIX no llevó al final de la industria. A principios del siglo XX hubo un repunte industrial que fue más claro en la década de los años veinte: Los Guindos o La Tabacalera son fruto de ese tiempo. Pero esas fábricas ya no tuvieron ni la dimensión ni la potencia de las de los Larios o los Heredia. Además, los protagonistas de ese resurgimiento ya no fueron familias, sino capitales. Los Guindos fue una sociedad anónima constituida en Madrid que se trasladó a Málaga por reunir las condiciones más idóneas.
El nuevo declive industrial volvió a ser visible en el paseo marítimo de poniente y en las ruinas en las que se convirtieron las fábricas. Fue una zona de vacío urbano. Eso, hasta fechas recientes en que comenzaron a levantarse bloques de viviendas. Lo que ha quedado del pasado industrial de Málaga no han sido fábricas, pero sí terrenos. Por las inversiones de las familias pioneras de la industria y por los préstamos que daban con tierras como garantía. Por ejemplo, a los agricultores que les suministraban caña de azúcar para la Sociedad Azucarera Larios, S.A.
Aunque el patrimonio industrial no está conformado sólo por las fábricas que echan humo. También lo constituyen las viviendas obreras de Huelin o los corralones -por ejemplo, el de Santa Sofía, cerca de Mármoles, o el de las Dos Puertas, en el barrio del Molinillo-. O las casas de los industriales, así como sus hotelitos de El Limonar. Aún se ven en el centro de Málaga esos grandes caserones con un bajo y un entresuelo, donde estaban las oficinas, y encima otras dos plantas de residencia, así como y sus grandes portalones para que entraran los carruajes. Alguna hasta conserva un mirador para ver el puerto. Se hablaba de la burguesía de La Alameda porque concentró a las clases pudientes y sus casas. En el Limonar también permanecen las viviendas unifamiliares tipo palacete circundados de terrenos para jardín. Según Rodríguez Marín, si no hubiera sido por la Revolución Industrial, ni las infraestructuras, ni los medios de transporte, ni el propio faro portuario, los corralones o el Limonar habrían existido o no serían de la forma en la que fueron y en la que se conservan.
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