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Inhalar, pausa, espirar, pausa, silencio y más silencio. Un último aliento apretando el estómago, comprimiendo la caja torácica hasta el máximo, durante ocho segundos, hasta que el pulmón se llene de ese elemento que Davide Carrera necesitará para sobrevivir los próximos casi cuatro minutos que estará sin respirar.
Davide Carrera, 47 años, es uno de los mejores apneistas del mundo. Tiene varios récords nacionales y ha sido capaz de descender sin equipo de oxígeno hasta los 122 metros de profundidad. Desde hace varios años este italiano lleva afincado en Nerja, donde sale todas las semanas con su lancha y entrena en las profundidades del Mar de Alborán. Durante sus inmersiones, Davide solo depende de sí mismo. No se lleva nada con él y, sin embargo, trae consigo a la superficie muchas cosas. Aunque para ello también tenga que arriesgar y bordear los límites hasta lo inimaginable. Cuando se le pregunta a qué sabe el primer aliento después en la superficie, contesta lacónico: «Sabe a vida».
Este malagueño de adopción ha buceado en prácticamente todos los mares que ofrece el mapamundi. Ahora se está en las Bahamas, donde se encuentra el meca de todos los apneistas y que responde al nombre de Dave's Blue Hole. Traducido, significa el agujero azul y hace referencia a su forma y al hecho de encontrarse en unas aguas cristalinas que reflejan un fondo que da bien en cualquier catálogo de viajes. El 'agujero' tiene más de 200 metros de profundidad y un diámetro de 30. Desde arriba, recuerda a una tolva que se amolda a un anfiteatro de rocas con vistas a una laguna que brilla en un intenso color turquesa. La arena es blanca y fina como el polvo del desierto.
Hasta el próximo 11 de agosto, se celebra aquí la 'Vertical Blue Dive Competition', el Wimbledon de la apnea. Reúne a los 37 mejores deportistas en esta disciplina y solo se puede competir por invitación expresa. Davide está entre ellos. En su primer inmersión ha logrado descender a los 120 metros. Con un estilo depurado, es uno de los apneistas que más rápido se mueve en el agua. Aun así, entre bajada y subida está casi cuatro minutos sin respirar. El objetivo que se ha marcado es bajar hasta los 123 metros. «Llegados a este punto, un metro es un mundo», señala. El récord, en estos momentos, lo tiene en 122.
La apnea es un deporte de alta competición. Va de clasificaciones, marcas personales y récords mundiales. Pero para Davide es mucho más. Cuando se sumerge, también comienza un viaje hacía sí mismo. Y esa sensación es la que lo mantiene enganchado después de tantos años. «Empujar los límites es una manera de ser más libre», señala Davide sobre una de las motivaciones que le hace seguir con la apnea.
La primera vez que compitió fue en 1996, lo que le convierte en uno de los más veteranos. Bajar a las profundidades y sin oxígeno significa una exposición extrema al mundo que nos rodea. Uno tiene que lidiar con el descenso, con el agua, con el cuerpo, con la mente y con los propios límites. El pánico, resalta Davide, es el mayor enemigo. Esa también es la razón por la que destaca la importancia de saber controlar los momentos más tensos que se pueden dar durante una inmersión, como puede ser el impulso a querer respirar cuando se está debajo de agua: «El miedo se gestiona solo. No es tan difícil. Lo que pasa es que la mayoría de la gente rechaza el miedo. Cuando llega el miedo la gente suele huir. El miedo hay que vivirlo para, poco a poco, superarlo».
Aunque Davide habla de un «riesgo calculado», nunca se puede eclipsar del todo. La presión que se genera en las profundidades, hace que el pulmón se comprima cada vez más y se achique en la medida en la que se va descendiendo. A más metros, más riesgo de lesiones. La falta de oxigeno puede llevar al desmayo. Esa es la razón por la que cada inmersión cuenta con buzos de seguridad. Aunque estos no entran en acción hasta una profundidad de 33 metros. Para todo lo que pase por debajo, hay un sistema de contrapesos y una cámara que sigue a Davide. Si los jueces, desde arriba, ven algo raro tiran el contrapeso y, a través del enganche que está conectado al cabo, asciende a la superficie. Pese a ello, se puede hablar de un deporte seguro. En 20 años de competición solo ha muerto un apneista. Y fue porque buceó enfermo. «La apena es una práctica apta para todo el mundo. Una vez que comienzas es como un camino. Para progresar tienes que trabajar sobre ti mismo. A nivel físico, pero también mucho a nivel mental y emocional», resalta.
Si todo sale bien, una inmersión es para Davide como estar en una burbuja. Superados los 30 metros, el aire en el cuerpo se comprime tanto que el cuerpo entra en algo parecido a una caída libre. Baja como una piedra mientras que las pulsaciones se reducen. La recompensa, a los 120 metros, una vista apta para muy pocos en el mundo.
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
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