Pedro Martín-Almendro López: La serenidad de una intensa vida
Alberto J. Castro Tirado
Domingo, 23 de febrero 2025, 23:30
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Alberto J. Castro Tirado
Domingo, 23 de febrero 2025, 23:30
Mi querido amigo Pedro Martín-Almendro López: hablamos a principios de mes y me dijiste que no estarías para ir al homenaje que este sábado ... 22 se celebraba en Granada en las personas de Carlos Pfeiffer, arquitecto del Loyola, e Ignacio Maury, SJ, director del mismo tantos años, en dicho colegio mayor. A Ignacio le diremos que tú no le has acompañado porque tenías otros planes, y que te le has adelantado un día para desplegarle la alfombra celestial cuando ya esté entrado en sus inminentes cien años de vida. Tú siempre preparando el terreno a tantos y por tantos.
Primero como primer Presidente de la Asociación de Antiguos Colegiales del Colegio Mayor Loyola de Granada, donde entraste en 1975 para estudiar abogacía en la ciudad de la Alhambra, tras terminar en El Palo, colegio por el que tantos «loyolos» malagueños habéis pasado (yo debo ser la excepción), creando sus primeros estatutos y dejando esa semilla que luego retomamos otros y ahí seguimos, aunque el Mayor ya cerrara sus puertas hace una década. Después, como también primer Director de la Fundación Málaga, desde la que impulsaste estando a su frente, no sólo el arte y la cultura en nuestra ciudad, sino también la ciencia, como esa primera cámara CCD que desde La Mayora empezó hace años a captar las miríadas de estrellas en mi telescopio robótico que allí sigue, instalación que luego hemos exportado desde Málaga a los cinco continentes para orgullo patrio tuyo y mío, al ser España el primer país en conseguirlo, como anunciamos por estas fechas hace dos. Así que tú también tuviste un poquito de culpa, por haber creído en mí tiempo ha.
Luego la vida te llevó por otros derroteros, dejándote seguir haciendo el bien y ayudándonos a unos y otros, porque para eso estamos en este mundo. Ya no nos podremos encontrar más esa treintena de amigos en las inolvidables reuniones a las que nos convocabas en tu atalaya a los pies de San Antón, para discernir de lo divino y de lo humano, siempre pensando en Málaga y teniéndola a ella en nuestra mente. Pero a buen seguro que los amigos «Me tururú» (como reza la taza que nos regalaste) las retomaremos de una manera u otra, contigo como anfitrión perenne más allá del inmenso azul Mediterráneo al que te asomabas cada mañana. Y tampoco me vas a poder acompañar, como tanto me hubiera gustado, en la inauguración del Planetario de Málaga, del que tanto hemos hablado y que tanta ilusión tenías por verlo hecho realidad. Ya estamos más cerca, como te dije en nuestra última conversación.
Lo que sí sé es que siempre te recordaremos por tu bonhomía y por esa serenidad con la que siempre transmitías e impregnaste a tu intensa vida, andadura en la que Fátima ha sido tu inseparable e inmejorable compañera de fatigas. En el libro del Loyola, publicado al cierre del mismo, escribiste «tenemos el derecho a recordar nuestros tiempos más felices, nuestros amores -de pareja o amicales- y aplicarnos a la tarea de reconstruirlos continuamente, con la ilusión del primer día y con un añadido: ahora también están nuestros hijos esperando el resultado.» Y tú bien orgulloso puedes estar de haberlo llevado a gala con ella y con tus vástagos, hoy ciudadanos del mundo, quienes, como San Ignacio, seguirán tu estela.
Así que ya, permíteme que me despida con las palabras de nuestro también malagueño y añorado Carlos García-Hirschfeld, SJ, quien desde su celda en el Loyola escribió, cuando tu morabas allí la tuya, lo siguiente: «la serena manera de ver la vida, de ver a Dios […] como quien ahora mismo sale a la ventana y respira, y una determinada felicidad se apodera de él, y pensara y viera, como en una película, todo lo bueno y todo lo no bueno que ha ocurrido, y dejara pasar toda esa película, y advirtiera la presencia de Dios, a su manera, y, ya sereno, se retirara hacia adentro, y dijera, en otro tono: buenas noches. Y alguien contestara: que descanses».
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