Garzón, en un banco de la facultad de Económicas de Málaga. Ñito Salas

Alberto Garzón: «La política es una trituradora de personas. Ahora soy mucho más feliz»

El exministro, retirado de la primera línea, califica su llegada a la política como «un accidente histórico» y empatiza con Sánchez: «Somos más vulnerables de lo que la gente cree»

Domingo, 28 de abril 2024, 00:31

Llega puntual a la entrevista, cerrada por WhatsApp. Con la mochila a cuestas, sin los escoltas y asesores que lo han seguido durante estos últimos años pero acompañado por su padre, su mujer y sus tres hijas, símbolo de su nueva vida hogareña, Alberto Garzón ( ... Logroño, 1985) regresa a Málaga, donde creció, para recibir el título de Alumno de Honor de la Facultad de Económicas. Aquí, cuenta, se hizo comunista. Menos de dos décadas le bastaron a aquel chaval «ingenuo e intransigente» para liderar el 15M, dirigir Izquierda Unida, llegar a ser ministro y hasta retirarse de la primera línea política. Al acabar la charla, como quien busca un espejo, pregunta: «Te ha sorprendido que diga que soy mucho más feliz ahora, ¿verdad?».

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–Debe de ser un choque emocional volver a esta facultad.

–Sí, es un impacto. Ha pasado mucho tiempo desde que dejé la Universidad. No sabía ni dónde aparcar. Pero me da mucha alegría. La distinción de alumno de honor es un reconocimiento que agradezco.

–¿Qué recuerdas de aquel Alberto?

–Pasaba mucho tiempo en la biblioteca porque defendía planes de estudios más abiertos, lo que hoy se llama economía heterodoxa y que defiende hasta el Banco Central Europeo. Monté una asociación de estudiantes que aún está viva, lo cual tiene mérito porque estas organizaciones suelen tener ciclos cortos. Recuerdo aquellos tiempos con mucho entusiasmo, aunque, si te soy sincero, no los veo tan lejanos. Me sigo sintiendo joven (risas).

–¿Ya tenías claro que acabarías dedicándote a la política?

–No, no. Hice una transición diferente a la habitual. Ya tenía valores progresistas, pero no me identificaba como alguien comunista. Me parecía algo extremo. Me consideraba un mero republicano liberal. Fue en esta facultad, conociendo cómo funciona el capitalismo, donde me di cuenta de que había que atajar el problema de raíz y cambiar el sistema económico. Para mí fue un tiempo de radicalización. Normalmente la gente va moderándose. A mí me ocurrió al revés.

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–¿La facultad te hizo comunista?

–Me hizo mucho más crítico con el sistema. Me hice comunista y miembro de Izquierda Unida ya en la facultad, sí. Y eso que no venía de una tradición familiar política ni mis padres eran militantes.

–¿Y el paso del tiempo te ha domesticado?, ¿discutirías mucho con aquel Alberto de hace quince años?

–Discutiríamos mucho. Todos cambiamos, y eso no está mal. Pero en lo fundamental seguiríamos de acuerdo: en la crítica profunda a un sistema que no funciona porque genera grandes bolsas de pobreza y desigualdad y además es insostenible medioambientalmente. Ese planteamiento lo sigo manteniendo, aunque me haya hecho más tolerante con el paso del tiempo. Con dieciocho años crees que has descubierto la verdad y sueles ser más intransigente.

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«No imaginé ni ser diputado. IU me eligió sin convicción, soy un accidente histórico»

–¿Cuál sería la principal fricción entre aquel Alberto y éste?

–Cuando estás estudiando y crees que has descubierto la solución a algún problema, piensas que con formularla es suficiente. Ese Alberto no entendería que, después de saber lo que hay que hacer, tienes que poder hacerlo. Y eso implica hablar de poder y de política y comprender que no siempre puedes hacerlo de manera directa, que a veces hay que tomar atajos o que hay transformaciones que van más lentas de lo que te gustaría. Que tienes que hablar con la vida real, no con los libros.

–Y que hay que toparse con la burocracia.

–Y con que hay mucha otra gente que piensa diferente. Lo he vivido como ministro: puedes tener una verdad científica que diga que debemos reducir nuestro consumo de carne porque es bueno para nuestra salud y nuestro planeta. Ningún científico discutiría esto, pero no vale con decirlo. Tienes que ser capaz de articularlo, de entender que habrá resistencias, que hay grupos de presión, que las cosas son más complicadas y la política es más compleja y dura de lo que parece. Un chaval de veinte años tiene demasiadas dosis de ingenuidad como para entender esto.

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–¿No te queda nada de esa ingenuidad?

–Espero que sí, pero se lo tendrás que preguntar al Alberto de dentro de diez o quince años (risas).

–Por entonces atravesabas, además, por una situación familiar complicada, por la enfermedad y muerte de tu madre. ¿Cómo gestionaste aquello?

–Es algo que cambia todos los parámetros de la vida, aunque el cáncer puede tocarle a cualquiera. Mi generación, en general, creció llevándose un palo grande, con independencia de las experiencias personales, como la de mi madre, que se nos cruzaran a cada uno. Nos dijeron: «Estudiad, id a la universidad, aprended idiomas… porque si hacéis todo eso tendréis trabajo y acceso a una vivienda y podréis formar una familia». Ese era el relato en tiempos de la burbuja inmobiliaria. Pero estalló la crisis y de repente hasta los propios profesores tenían dificultades para explicar qué estaba pasando. Mi generación se quedó en el vacío y creo que está muy marcada por esa experiencia. ¿Quién tiene hoy la vida encarrilada con treinta años? Es sumamente difícil. Ese salto generacional nos ha marcado y cada uno lo ha metabolizado a su manera. Por eso vemos las cosas de forma distinta a la de nuestros padres, que fueron la primera generación que vivía mejor que los suyos.

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–Parece que siempre lo has tenido todo muy claro.

–En absoluto. Quería hacer Informática o Historia, dos carreras muy diferentes, pero me dijeron que había que ser práctico y buscar una carrera con salidas. Por eso hice Administración y Dirección de Empresas, y de ahí pasé a Económicas. Mi carrera iba encaminada a la docencia académica, pero la vida me dio un vuelco hacia la política activa.

«El poder corrompe y es muy atractivo. He visto de cerca cómo se le ha ido la cabeza a mucha gente»

–Lo que seguro que no imaginabas era que quince años después serías exministro.

–Ni siquiera imaginé ser diputado. Creo que soy un accidente histórico. Izquierda Unida me eligió sin mucha convicción, porque acababa de producirse el 15M y había que poner a alguien joven en las listas. Acepté sin muchas expectativas, pero salí elegido. Todo fue muy rápido. Yo estaba trabajando de investigador en Sevilla y me vi lanzado a un mundo totalmente distinto, muy duro.

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–Pero no fuiste un sujeto pasivo en todo aquello. Contribuyeron tus apariciones en televisión.

–Sin duda. Me considero una persona de mi generación en todos los sentidos, un dirigente político que no hubiera podido romper las estructuras tradicionales del partido sin los medios de comunicación. Salía en '59 segundos', el único programa de televisión sobre política que había, y esas apariciones se difundieron mucho en Twitter, que entonces era una red social recién nacida. Supongo que me convertí en alguien que podía ser atractivo de escuchar, pero yo no conocía a nadie de Izquierda Unida. Era impensable que fuera coordinador nacional. Creo que pensaron: «Este chico es joven y habla bien, lo cogemos».

Ñito Salas

–Y luego llegó aquella portada en el metro…

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–Fui el diputado más joven de esa legislatura. Tenía una vida que me gustaba mucho. Era invisible, podía ir en metro. Un año más tarde dejé de poder ir porque la policía me lo prohibió. En 2012 me amenazó la extrema derecha por primera vez. Y dejé de hacer cosas que antes hacía con normalidad. A partir de ahí mi vida cambió.

–¿No has vuelto a coger el metro?

–No, salvo en un par de ocasiones y siempre acompañado de hasta cuatro policías nacionales.

–¿Te ha dado tiempo a tomar distancia de tu paso por el Gobierno?

–Sí, ya han pasado cinco o seis meses.

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–¿Y cuál es la conclusión?

–Que en estos meses he sido absolutamente más feliz de lo que he sido en los últimos doce años.

–¿De verdad?

–Es algo de lo que no tengo ninguna duda. Disfruto de mi familia, me dedico a la investigación y permanezco lejos de la batalla interna de la izquierda que tanto me ha costado y cada vez más lejos de esta política que se ha convertido en una trituradora de personas. Esa sería la conclusión.

–¿Entiendes la carta de Pedro Sánchez?

–Perfectamente. La gente cree que los políticos somos gente férrea, que estamos en 'House of cards' o 'Juego de tronos'. Pero esto no es una serie de televisión. Somos humanos y mucho más vulnerables de lo que cree la gente, sobre todo en nuestras relaciones familiares. Y hay momentos en que uno colapsa. No estamos acostumbrados a reconocerlo y no se visualiza, pero se pasa mal. La política es una actividad poco gratificante, poco reconocida y demasiado sufrida.

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–Y con un coste personal alto, entiendo.

–Muy alto.

–Pero tú has formado una familia ya como político en primera línea.

–He intentado protegerme como he podido, pero he visto cómo a mi alrededor se han levantado muchas vidas. Hablo de parejas rotas y familias resquebrajadas. Para mí la política es un instrumento para cambiar las cosas, pero nunca me ha gustado el poder. No me gusta la pelea interna, me ha producido repugnancia dedicar horas de mi vida a intentar unir a la izquierda, aunque creyera que era necesario hacerlo. Pero desgasta mucho.

«Entiendo a Sánchez. Hay momentos en que uno colapsa. Se pasa mal, pero no solemos reconocerlo»

–¿Nunca te ha tentado cierta adicción al poder? Que te llaman señoría con veintipocos años… ¿Nunca has caído en la soberbia?

–Eso ocurre porque dejas de ser alguien invisible como te decía antes. Y eso tiene cosas malas pero también buenas. De repente tienes puertas abiertas que antes no tenías, y en todos los ámbitos. Por eso te digo que intentaba protegerme.

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–¿Cómo?

–Donando parte de mi sueldo, por ejemplo. O compartiendo piso con mi hermano y eligiendo la habitación más pequeña con la peor cama. Era una forma de tratar de recordarme quién soy, que vengo de donde vengo. Porque se te puede ir la cabeza. Y he visto a mi alrededor cómo se le ha ido a mucha gente. El poder corrompe y es muy atractivo, y la legítima aspiración de poder para transformar las cosas está bien pero la ambición desmedida puede destruir a la gente. Lo he visto de cerca y por eso he intentado protegerme siempre. Mi círculo de amigos no ha cambiado. Son los mismos con los que me tomaba cervezas de joven, fuera de la política. Es una forma de anclarme al mundo real.

–¿Terminó el poder corrompiendo el 15M?

–Creo que el 15M fue más difuso que todo eso. Era la manifestación de una generación frustrada que atrajo a otras partes de la sociedad, pero no había un perfil definido. No había un proyecto, era simplemente una voz de protesta. Por eso se acabó diluyendo. Pero creo que acabó cambiando muchas cosas en este país.

–Volviendo a Pedro Sánchez, decías que la política es una trituradora de personas.

–Vivimos un momento de mucha más crispación que antes. No es que antes no la hubiera, pero ahora todo está más acelerado. Hay más odio. Creo que una parte de este país no termina de aceptar que el Gobierno de Mariano Rajoy se acabó por una moción de censura y que vino otro Gobierno distinto. Ahí comenzó una estrategia peligrosa basada en deshumanizar al adversario, a insultar a Pedro Sánchez, a los independentistas, a todos los que piensan distinto. No los consideran personas, y eso puede ser rentable electoralmente porque enciende a la gente pero es muy peligroso. Yo, que me llevo bien con gente muy de derechas, creo que la lógica en la que debe basarse la democracia es: «Respeto total a las personas aunque discrepes de sus ideas». Y eso no siempre ha sido así. Cuando ves los ataques brutales que hay, no sólo discursivos sino estructurales, a través por ejemplo del poder judicial y todo lo que llamamos lawfare, te das cuenta de que es un intento de acabar con la persona. No atacan sus ideas, sino a la persona. Y eso es sumamente peligroso y daña la democracia.

–¿Pasaste por algún momento así, al límite de dejarlo todo?

–En 2018, cuando mi mujer estaba a una semana de dar a luz, sufrimos un incidente en Rincón. Un señor nos agredió. En el juicio dijo que en televisión había visto cómo invadían su país. Se refería a la valla de Melilla. Dijo que se había encendido, que me había reconocido y que quiso hacer algo. Eso fue lo que defendió para justificar que me agrediera a mí y a una mujer embarazada. Y por suerte quedó en un susto, pero fue algo que pudo cambiarme la vida. Para mí es un ejemplo de cómo los discursos de los representantes políticos no son inocuos, llegan a la gente. Si yo radicalizo mi postura para ser más atractivo no es sólo una jugada de regate corto. Puedo estar radicalizando a la gente en la calle, y eso, depende del contexto, puede ser muy peligroso.

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–Pero ahora, que eres mucho menos ingenuo que hace veinte años, entenderás que culpar sólo a la derecha contribuye precisamente a ese fango.

–Hay mucha gente de la izquierda que también lo hace, es cierto. Lo que ocurre, creo, es que hay un contexto ubicado tras la llegada de Pedro Sánchez al Gobierno. Nunca ha habido un presidente tan atacado en lo personal, tan menospreciado, tan insultado. Yo fui oposición de Mariano Rajoy y nadie puede encontrar una mala palabra mía hacia él en lo personal. Critiqué su gestión, muy duramente, y además era famoso por ser un joven intransigente con el modelo de desarrollo del Partido Popular, pero no criticábamos a la persona, no hablábamos de su vida privada, no hablábamos de con quién estaba, con quién dejaba de estar. Y eso cambió cuando Pedro Sánchez llegó. Empezaron a proliferar un montón de medios de comunicación que, para serte honesto, considero pura propaganda, que difunden bulos y ejercen un papel de actores políticos, no de medios. Eso me parece que es un salto más. Y luego hay una izquierda que también juega a la deshumanización del adversario. También me parece peligroso. Recuerdo que estábamos en 'La Sexta Noche' cuando Cifuentes tuvo un accidente de moto. No sabíamos cuál era el pronóstico. Entonces era presidenta de la Comunidad de Madrid. Y yo defendí que había que dejarla en paz, que había que dejar que se recuperara porque, entre otras cosas, había mucha gente de izquierdas deseando que le pasara algo malo.

–¿Quiénes?

–Hablo de las redes sociales pero también de comentarios que había entonces entre diputados de la izquierda en el Parlamento, comentarios que generaban discursos de odio. Y yo me posicioné contra eso. Pero creo que hay un problema más estructural desde que llegó Sánchez al Gobierno.

«Parte de este país no termina de aceptar que el Gobierno de Rajoy se acabó»

–¿Aceptar que ahora hay mucha más crispación que antes, que todo está mucho peor, no es comprarle el relato a los nostálgicos?

–No, simplemente vivimos en un mundo con cosas que no existían antes, como las redes sociales. Estamos en un mundo hiperacelerado. Tienes que estar enterado de todo 24 horas al día y si pasa algo tienes que comentarlo, y hasta tienes que ser capaz de desenvolverte en una tertulia para hablar de ello. Antes todo era más lento. En el periodismo ocurre igual. Es nuestro mundo el que se ha transformado. Conozco muchos políticos, con nombres y apellidos que guardaré por discreción, que continuamente están mirando el móvil para ver qué opinan de ellos. Las redes sociales son una burbuja, pero los mensajes afectan cuando son puro odio.

–¿Hubieras comprendido esa misma carta si la hubiera firmado Ayuso?

–Evidentemente. Cualquier persona tiene que poder dedicarse a la política sin convertirse en víctima de una persecución personal de su vida privada. O sea, yo no critico a Ayuso por su vida privada. A mí me da igual lo que haga por la noche, a mí me da igual con quién se vaya o qué religión profese. Yo lo que quiero es hablar de su gestión. No me van a encontrar en otra crítica. Pero si te fijas en los políticos de este país que son víctimas del lawfare, de procesos judiciales que empiezan con falsedades y terminan después en nada pero que destruyen a la persona, casi todos son de izquierdas. Es raro encontrar uno de derechas. Y eso creo que nos está diciendo algo.

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–Chantal Maillard hablaba de la espectacularización de la realidad. Vemos las noticias por redes o televisión, los mismos canales por los que vemos la ficción. Quizá hayamos convertido a los políticos en personajes de una serie o de un videojuego. ¿Qué solución tiene esa deshumanización?

–La gente no se da cuenta de que somos mucho más vulnerables de lo que realmente somos. No se da cuenta de que detrás hay personas y que podemos acertar o equivocarnos, y se nos tiene que cuestionar con toda la dureza del mundo por la gestión que hacemos, pero no en lo personal. Insisto, tenemos que ser capaces de mantener esa diferencia, esa distancia. Y por supuesto, tenemos que ser capaces de neutralizar que haya operaciones subterráneas para acabar con un dirigente político sobre una base de falsedades y de la utilización ilegal de medios. Por ejemplo, este país ha tenido una policía que se llamaba Policía Patriótica, que se dedicaba a inventarse pruebas contra dirigentes políticos de Podemos e independentistas. Esto es muy grave y es casi peor que la ficción. Tenemos que ser capaces de romper con eso y de cuidarnos mejor, de discrepar todo lo que podamos ideológicamente pero respetando a la persona. Y eso cada vez lo veo menos.

Ñito Salas

–¿Quema más el fuego cuando es fuego amigo? Y hablo de Pablo Iglesias.

–Siempre es más duro. Hay una expresión que dice: «Todos al suelo, que vienen los nuestros». Uno entra en política sabiendo que va a confrontar con los que no piensan como tú, pero no imagina que la mayor parte del tiempo la dedicas a intentar que no te maten los tuyos. En una lógica muy perversa, sobre todo en la izquierda, donde hay una división permanente. Todo el mundo cree que tiene la verdad y que el otro está totalmente equivocado. Yo me he tirado 12 años prácticamente intentando unir a las izquierdas y mira cómo están ahora, en una situación de enorme debilidad, muy vulnerable e inflamada. A la mínima te llaman traidor y consideran que formas parte de una conspiración. Es algo muy paranoico. Yo no entré en política para esto. He tenido discusiones con Draghi, con Guindos, con mucha gente que manejó mucho poder durante la crisis financiera, pero lo último que imaginas cuando entras en política es que vas a tener que dedicar horas y horas a la pelea interna. Eso es agotador. Es lo contrario de la fraternidad.

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–¿De dónde viene ese puritanismo, ese umbral de la traición tan bajo por parte de la izquierda?

–Es complicado de responder, pero creo que tiene que ver con la estructura de los partidos. No son democráticos, sino instrumentos normalmente muy jerárquicos donde la lealtad al líder es lo que marca si vas a tener salario el mes siguiente o no, y eso lo estropea casi todo.

–¿Te has arrepentido de haber rechazado aquel puesto en la consultora?

–Tomé esa decisión porque vi a la izquierda profundamente inflamada y sabía que se estaba utilizando en su guerra interna, para seguir profundizando en la herida abierta. Yo dejé la política sabiendo que podría haber seguido, pero he querido que los que vengan sean libres, porque conocemos muchos ex, como Felipe González, por ejemplo, a quienes parece que les puede el deseo de seguir mandando incluso después de haberse ido. Y yo no quería hacer eso. Siempre mantuve la diferencia, la distancia. No quiero formar parte de esto.

–¿Cobras la pensión de exministro?

–Sí.

–¿Te sientes cómodo con ese sueldo?

–Es una indemnización que va pareja al hecho de que no puedo trabajar en muchas empresas. No puedo trabajar en las empresas que he regulado, que habiendo llevado Consumo son básicamente todas. Mis posibilidades profesionales están limitadas, y me parece bien porque se hace para evitar puertas giratorias.

–Pero no me has respondido si te sientes cómodo.

–Sí, claro. No siento que sea otra cosa que un derecho. Es decir, es el equivalente a tu desempleo. Los diputados no estamos en el régimen general. Cuando terminamos nuestra vida política no tenemos derecho a paro. Es el equivalente.

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–¿Te duele, a ti que has dedicado tantos años a intentar suturar la herida de la izquierda, que siga sangrando?

–Me entran muchas ganas de preguntar: «¿Por qué estáis haciendo esto?». Me parece una locura. Pero, al final, como te he dicho, me quiero mantener al margen. Quiero que los que toman las decisiones ahora sean libres de hacerlo. He sido coordinador de Izquierda Unida ocho años. Cuando llegué había unas peleas internas brutales y creo que reduje eso al máximo. Pero no fue gratis. Desgraciadamente, para que la izquierda esté unida hace falta mucha gente que sacrifique mucho tiempo. Y yo fui uno de ellos.

Ñito Salas

–¿Te puedo hacer una apreciación personal?

–Sí, claro.

–Percibo a un hombre desengañado.

–Bueno, un hombre que ha aprendido cómo funciona todo. En lo personal, en lo humano, no podía más. Te he contado algunos episodios, como lo que ocurrió con mi mujer, pero me he llevado muchos desengaños: amigos que dejan de ser amigos, relaciones que se rompen, camaradas que te apuñalan, gente que dice que es feminista y que lo que hace es maltratar... Creo que hace falta más fraternidad en la izquierda. Pero ahora les toca a otros trabajar por eso.

–¿Te ha hecho llorar en casa lo que sufrías en el trabajo?

–El problema es que el trabajo ocupaba 24 horas. Yo les contaba los cuentos a mis hijas casi en piloto automático y me sentía muy mal padre porque estaba pensando en la reunión que tenía al día siguiente o en la última polémica. Estaba pensando en si lo había hecho bien o no lo había hecho bien. Ahora no tengo nada de todo eso. Les leo el cuento a mis hijas y estoy contento todo el tiempo. Pero la respuesta es que sí, se llora mucho, se pasa muy mal. En general, tu cuerpo te manda señales. Yo fui ingresado en 2016 en un hospital no se sabe por qué. Entré con un fallo hepático y del riñón. No podía más. Mi cuerpo mandaba señales.

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–Pero algo no funciona si la política y la familia e incluso la salud no son compatibles.

–Hay una cultura de la dedicación plena que es agotadora. Pero hay gente a la que le gusta eso. Yo he evitado poner reuniones a ciertas horas porque consideraba que ya era momento de estar en casa con mis hijas y ha habido gente que me lo ha reprochado, que lo ha usado contra mí: «Pues no le importará tanto la política». Y eso ocurre en la izquierda. Supongo que en la derecha también, de sobra, pero sorprende que pase entre la izquierda que habla de feminismo y cuidados y conciliación. Hay un momento en que tienes que elegir. Mis doce años de participación política en primera línea y sobre todo mi experiencia de gobierno han traído mucha tensión a casa. He ido a comprar pañales con mi hija y me han llamado asesino. Te preguntas si merece la pena, porque le estás haciendo daño a gente que está cerca, que te quiere. Y cuando estás tenso, cuando estás enfadado, al final todo eso reverbera en todos los ámbitos de la vida.

–¿En estos meses no has tenido ningún síntoma de cierto síndrome de abstinencia del poder?

–Ninguno. Absolutamente ninguno.

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