ANA MEDINA
Málaga.
Domingo, 22 de septiembre 2024, 02:00
Las Mercedarias de la Caridad, fundadas por el beato Juan Nepomuceno Zegrí, están presentes con una residencia en Málaga capital y, hasta ahora, también en el pueblo de Alameda. Allí empezaron a servir en 1878. Primero lo hicieron con un colegio, luego una guardería y, últimamente, una residencia de mayores que acoge a 25 personas.
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El carisma con el que nacieron era «liberar al ser humano de su esclavitud» y esta misión les ha llevado a identificar en cada momento la mayor necesidad a la que debían responder.
En la actualidad, la comunidad de Alameda cuenta con cinco religiosas que, debido a su avanzada edad, irán a distintas casas de hermanas mayores en Málaga, Granada, Cazorla y a una residencia en Córdoba. Entre las más ancianas está Sor María del Carmen, de 93 años, que ha estado en el pueblo en dos etapas de su vida. «Siempre he sido muy feliz aquí. El pueblo ha estado volcado con la comunidad. Dentro de nuestra pobreza, no nos faltaba nada, porque estaban pendientes de nosotras en todos los sentidos. Vemos el fruto que desde el inicio del apostolado de las monjas ha habido en el pueblo», cuenta.
Sor María Gil Amores, superiora desde 2015, reconoce que «este tiempo ha sido para mí muy feliz, con sus sombras y sus luces. He visto una presencia de Dios muy grande aquí, porque Dios nos ha ayudado muchísimo».
El 26 de septiembre, a las 19.30 horas, será el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, quien presida la Eucaristía de despedida de las religiosas en la parroquia Purísima Concepción de Alameda. El pueblo entero se ha volcado en la preparación de esa fecha. Tras la Eucaristía, celebrarán una cena de despedida en su honor.
Debido a su labor, cercanía y entrega, las religiosas han cosechado muchos frutos personales y espirituales en la localidad.
Uno de ellos es el de Tere, que lleva 40 años trabajando con las religiosas, ahora en la residencia de mayores. «Solo puedo decir cosas buenas de ellas, porque han hecho una labor muy bonita en el pueblo. Han ayudado a los hermanos necesitados, a nosotros nos han querido como a una familia y nosotros a ellas lo mismo».
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Puri lleva 32 años trabajando codo con codo con las religiosas, ya que fue trabajadora de la antigua guardería y, cuando se produjo el cambio, de la residencia. «Para mí han significado mucho: mis padres estuvieron con ellas, mis hermanos también, en el colegio. Y para nosotros han sido un testimonio muy grande. Hacen una labor preciosa».
Verónica Algal estuvo en la guardería de pequeña y, ahora, es la directora de la residencia de las Mercedarias en Alameda. Destaca de ellas «su vocación por ayudar a los demás, por cuidar a los mayores, su forma de trabajar, creyendo siempre en las cosas bien hechas. Para el pueblo, la obra social que han hecho es muy importante. No las voy a olvidar, van a estar siempre conmigo y yo también me siento parte de la familia mercedaria».
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Cándida Delgado también fue alumna y considera el convento su propia casa. Aprendió a leer y a escribir con ellas y cuando se casó, su familia siguió en continua relación con ellas. Su marido las llevaba en el coche cuando necesitaban, ella las ayudaba en la cocina o a comer cuando no eran capaces, y ahora siguen sus hijos y nietos. En su mensaje para ellas, les desea «mucha felicidad, mucha suerte, que tengan muchas vocaciones, que sigan adelante y que Dios las ayude y las bendiga».
Dolores Dorado tiene 75 años y, desde que tenía dos años, está en contacto con las religiosas. «Es una pena para el pueblo, porque estamos acostumbrados a tener el convento y las monjas y sentimos por ellas un respeto muy grande. Han hecho un bien enorme aquí», expresa.
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Álvaro López es el párroco de la Purísima Concepción de Alameda y de Nuestra Señora de las Virtudes de Fuente Piedra, y se ha estrenado como sacerdote junto a estas religiosas. Cuando conoció que después de 142 años de servicio dejaban el pueblo, lo lamentó mucho. «La casa de Alameda fue fundada por el propio beato Zegrí. El pueblo lo está viviendo con mucha pena y, a la vez, con un corazón agradecido por el servicio que han prestado las hermanas. La realidad de un pueblo que tiene una congregación religiosa es una riqueza, porque aportan una esencia, una identidad y un servicio inestimable. Ellas lo hicieron siempre a disposición de aquellas personas que lo necesitaban. El pueblo acoge esta noticia, pues, con ese dolor, pero a la misma vez también confiando en Dios».
El sacerdote invita a acompañar estos actos de despedida de las religiosas y a rezar por las vocaciones, él que acaba de ser ordenado sacerdote, «para que el Señor siga tocando corazones generosos y desde la libertad, digamos que sí».
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