Los empleados del taller de mochilas que ha puesto en marcha un jubilado español.

Se buscan manos para ayudar en Honduras

Más allá de recursos, la ONG del padre Patricio Larrosa necesita «personas que vengan con sugerencias»

Ana Pérez-Bryan

Miércoles, 8 de junio 2016, 00:25

«Se necesitan personas con ganas, con ideas y que aporten sus sugerencias». Súmele al anuncio otros requisitos: no es necesaria experiencia previa, disponibilidad para viajar en este caso a Honduras y tiempo de estancia a negociar. Podría ser una oferta de trabajo al uso, de ésas que animan a probar y a decirse por qué no, salvo porque detrás no hay una remuneración económica aunque sí de las otras. De la que queda, por ejemplo, cuando se ayuda. Eso es precisamente lo que necesita la Asociación Colaboración y Esfuerzo (Acoes), que más allá de los recursos en especie para seguir construyendo plazas en escuelas, pisos tutelados para jóvenes o apartamentos para las personas de la tercera edad en las zonas más deprimidas de Tegucigalpa allí lo son casi todas pide manos que sumen desde el terreno.

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«Allí todo el mundo tiene las puertas abiertas». Lo dice el padre Patricio Larrosa, un sacerdote de un pequeño pueblo de Granada que se ha convertido en el alma mater de esta ONG que trabaja a pie de pobres desde 1994. El ingente trabajo que tienen por delante y el que ya han resuelto después de dos décadas dejándose la piel se ilustra fácilmente en una cifra: en Honduras el 80% de la población vive con menos dos dólares al día. Con este panorama es difícil que una familia se plantee algo diferente a dar de comer a sus hijos, aunque en realidad hay otras cosas que también alimentan, como la educación.

Convenio con la UMA

De eso se encargan precisamente el padre Larrosa y los suyos a través de las 18 delegaciones que la ONG tiene en toda España. La sede provincial de Málaga está en Fuengirola, y aquí el religioso cumplió hace unas semanas con su visita anual a los voluntarios y a todo aquel que quiera animarse a cruzar el charco de vuelta con él. Con ese afán también ha firmado un convenio con la Universidad de Málaga que establezca un compromiso en materia de salud, seguridad y otras disciplinas necesarias en la zona, aunque no es la primera vez que en Honduras se habla de la UMA. Ya en el año 2014 el padre Larrosa estuvo pidiendo manos al decano de la Facultad de Medicina, y la respuesta llegó a través de un grupo de alumnos que hicieron dos meses de prácticas sobre el terreno. A ellos se sumaron profesionales de la informática, del derecho o de la filología que el padre Patricio celebra casi con la misma alegría que las aportaciones económicas que les permiten seguir creciendo.

Este seguir creciendo incluye, por el momento, la atención a 10.000 estudiantes en la capital de Honduras, a las 15 guarderías con 900 menores, a las 13 escuelas con más de 3.000 niños, a las 11 casas tuteladas para jóvenes de zonas rurales a los que se ayuda a seguir estudiando o a los cuatro apartamentos y otros cinco en construcción destinados a ancianos sin recursos. «Aquí hay mucho trabajo que hacer», zanja este religioso sin olvidar que echando la vista atrás «también se han puesto en marcha muchos proyectos».

En este fértil trabajo colectivo tienen un papel «fundamental» los voluntarios. El año pasado, por ejemplo, más de 120 se desplazaron hasta Honduras para echar una mano en lo necesario, y en la actualidad el padre Larrosa cuenta con otros 170 jóvenes universitarios hondureños que siguen sus estudios gracias a los proyectos de Acoes y que ahora devuelven lo recibido en especie, es decir, en conocimiento. Quizás ahí reside el motor del trabajo que el padre Larrosa saca adelante en la capital de este país castigado por la miseria y la falta de oportunidades: «Es importante que estas personas se comprometan con su pueblo, que no estudien sólo para salir ellos adelante, sino que después colaboren en el enriquecimiento de la comunidad desde la educación», reflexiona el religioso.

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En efecto, los chavales que salieron adelante y dieron el salto a la Universidad ayudan ahora a los niños de la escuela, algunas de cuyas familias no sólo no colaboran en su formación, «sino que les perjudican». Suele suceder en lugares donde lo primero es comer y luego viene todo lo demás. Por lo menos en las escuelas de Acoes «ya no hay desnutrición». Lo celebra con la dosis justa de entusiasmo el padre Patricio, cuya labor traspasa el umbral de lo educativo y entra también en la de las necesidades básicas. «Hasta hace dos años no podíamos dar desayunos porque no había para más. Los otros 22 años lo que comían era un almuerzo y además era regular», explica el sacerdote, quien fija un antes y un después en la ayuda económica que llegó desde el Programa Mundial de Alimentos: «Con eso pudimos comprar huevos, verduras en cantidad o las harinas para las tortas que tanto consumen».

Con parte del reto cubierto en ese frente, el padre Larrosa insiste en seguir creciendo del lado humano. «Necesitamos personas que vengan a ayudar», dice poco antes de aplaudir que en la actualidad la ONG cuenta con un grupo de jubilados de Málaga, Pamplona, Bilbao y Barcelona que han decidido desplazarse a Honduras para echar una mano «en lo que pueden». Y vaya que si pueden. Uno de ellos fue empleado en una fábrica de corte y confección y ha montado con unas máquinas de coser un pequeño taller que da empleo a una veintena de personas y que además surte de mochilas escolares a los alumnos de la zona a un precio que sus padres se pueden permitir. Otro de ellos hizo de la magia su profesión y ahora enseña mil y un trucos a los jóvenes para que puedan ganarse un dinero en una zona poco acostumbrada a la magia y a las ilusiones ópticas.

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El padre Larrosa se refiere también a una arquitecta de Ciudad Real que se fue para cuatro meses y ya lleva cuatro años, y que se ha convertido en una ayuda imprescindible para los niños con dificultades en el aprendizaje. Aunque también insiste el sacerdote en que «no hace falta tener una carrera para dar una ayuda valiosísima». Y pone un ejemplo: «No estaría mal contar con una madre de las nuestras, un ama de casa que enseñe a los jóvenes de los pisos de acogida a organizarse en la casa, en las comidas o a ordenar un armario. O a algo tan sencillo pero necesario como darles consejos, porque hay que tener en cuenta que muchos de ellos han crecido sin la referencia de un adulto». Calor de hogar, que dicen. Y eso sí que no tiene precio.

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