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Alvaro Frías
Lunes, 14 de julio 2014, 02:09
En el número 15 de la calle Ollerías no existe la lamentación, únicamente las ganas de luchar contra una situación difícil y salir adelante. En esa céntrica dirección se encuentra el aula que Málaga Acoge ha puesto a disposición de un grupo de jóvenes inmigrantes para que se reúnan y trabajen en mejorar su formación y encontrar así un empleo estable en el futuro. Todos tienen algo que les une: entraron al país solos, sin la compañía de sus padres ni de ningún familiar.
Se trata de una iniciativa que lleva a cabo el área de empleo de la organización y que ha tenido una gran aceptación. Genoveva Pérez, que ha organizado este programa junto con Irene Peñalver, explica que el objetivo es ayudar a jóvenes que han pasado por centros de menores. «A los 18 años se les abre la puerta y salen a la calle. Entonces pasan a estar completamente solos, ya que no tienen familia cercana y las personas a las que conocen y con las que han tomado confianza se quedan dentro», apunta.
Por eso este taller también se ha convertido en un punto de encuentro en el que se pueden compartir experiencias personales. Pérez insiste en que los jóvenes son los que se van autogestionando según sus necesidades. Y ése es precisamente uno de los aspectos que más interesan a las personas que están implicadas.
«Queremos que ellos mismos aprendan cómo tienen que moverse en la sociedad para lograr sus objetivos. En la primera sesión hablamos de la formación y para la semana siguiente se dedicaron a buscar las diferentes fórmulas que se ofrecen para poder cursar los estudios en los que están interesados y obtener el título», explica.
Mahamadou es uno de los jóvenes implicados en este proyecto. La gran sonrisa que esboza cada vez que habla de la forma en la que llegó al país es igual de sobrecogedora que el relato de su trayecto hasta entrar en el país. Este joven de 21 años partió de su Gambia natal con 14. Dejó su tierra solo y fue caminando hasta Marruecos, país en el que estuvo un año trabajando en una panadería. Ahorró para pagar una plaza en una patera y lograr su sueño: llegar a España.
Desde que dejó el centro de menores en el que estaba, ha trabajado como mecánico. Para ello, realizó varios cursos de formación, pero no quiere que sean sus únicos estudios.
Dice que el grupo se ha convertido en una familia. Mahamadou relata que, cada vez que se reúnen, entre todos se dan consejos para ayudarse.
«Yo quiero sacarme la ESO», explica Ander, un joven marroquí de 22 años. La forma en la que llegó a España dice que es un «secreto», pero también lo hizo solo. Mientras una base de hip hop brota de los auriculares que cuelgan de su cuello, asegura que la experiencia de sus compañeros es «algo que hay que aprovechar» para saber cómo desenvolverse en la sociedad.
Cercanía
Esa cercanía entre los compañeros del taller es una de las claves del éxito de la iniciativa. Ander insiste en que, por ser extranjeros y no tener familia, sienten una gran soledad. «Aquí estamos todos en la misma onda», apunta.
Y es que, si encontrar un trabajo ya es algo complicado en los tiempos que corren, para estos jóvenes lo es aún más. Brahim, que también llegó a España a bordo de una patera cuando solo tenía 17 años, lo sabe bien.
Cuenta que, cuando salió del centro de menores, estuvo trabajando de jardinero durante un año. No cobraba nada, pese a que en su nómina ponía que sí. Sin embargo, le dijeron que a cambio le contratarían para que pudiera obtener la residencia. Aceptó.
A partir de ahí ha pasado por una multitud de trabajos, como por ejemplo recepcionista de hotel. «Pero quiero buscar algo más estable y para eso me hace falta tener unos estudios», admite.
Su entusiasmo con el proyecto se asemeja al de las dos organizadoras. Siempre sonrientes, insisten en que su intención no es otra que mejorar los objetivos profesionales de estos jóvenes e incrementar sus conocimientos para lograr un buen trabajo.
Genoveva Pérez destaca la importancia de la formación reglada, que hoy día es algo básico para encontrar empleo. Dice que, sin ella, pueden encontrar un trabajo precario y temporal, pero no desarrollar una carrera profesional.
Sin trabajo y subsistiendo en habitaciones compartidas o en una nave del polígono. Así es el día a día de estos jóvenes que intentan sobreponerse a una situación de extrema dificultad. Sin embargo, no pierden la esperanza. No hay lugar para las lamentaciones.
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