Carlota, Juan y Carmen comparten experiencias en el colegio San José. Ñito Salas

Asignaturas para el verano: austeridad y servicio

Jóvenes de Bachillerato de distintos puntos de España conviven «con lo justo» en el Colegio San José mientras realizan un voluntariado en varias asociaciones de Málaga capital

Viernes, 21 de julio 2023, 00:12

A sus 16 años, Carmen Roca ha terminado primero de Bachillerato en el Colegio Portaceli de Sevilla y como otros 77 jóvenes de su edad procedentes de otros puntos de España aprende durante dos semanas dos 'asignaturas' que no aparecen en ningún libro pero que ... en su opinión todo el mundo debería cursar alguna vez en su vida: austeridad y servicio. Lo hacen en Málaga, a través de una iniciativa impulsada por la Fundación SAFA-Loyola con la que quieren formar en valores a su comunidad de alumnos.

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El colegio San José es su casa por unos días. Las aulas, sembradas de innumerables colchones y maletas abiertas, son sus dormitorios; los vestuarios deportivos son sus baños para asearse; las fuentes de agua sirven de improvisados lavaderos, y el patio principal luce ropa tendida. No hay televisión y los móviles, aunque disponibles siempre, apenas se hace uso de ellos.

El toque de diana es a las 7.15 horas. Desayunan, recogen y por grupos se distribuyen por diferentes centros sociales para hacer sus labores de voluntariado. Carmen va cada mañana, al igual que su compañero Juan Ortega (Colegio San Estanislao, de Málaga), a la Asociación Malagueña de Padres de Paralíticos Cerebrales (Amappace) donde acompaña a los residentes a sus sesiones de fisioterapia, les da de comer a la hora del almuerzo o ameniza sus mañanas con actividades lúdicas. «Es una realidad con la que habitualmente no convivimos, que nos queda lejana porque solamente la hemos visto en películas, pero que impacta cuando la conoces. Hay casos muy duros y pese a sus circunstancias, muchos de ellos son capaces de arrancarte una sonrisa», explica la joven sevillana.

Supo de la experiencia por su hermana. Ella fue quien la animó, aunque ya la conocía por otros amigos. Ahora se alegra de haber venido a Málaga. «No echo mucho de menos mi rutina en Sevilla, porque haces nuevas amistades y te llevas experiencias muy gratificantes».

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Coherencia en las actividades

Pero las jornadas son intensas. Cuando regresan a su 'hogar' en el colegio de San José a mediodía, tienen la comida preparada gracias a un catering diario, aunque si hay productos que sobran los acercan a las asociaciones para que los puedan aprovechar. «Hay que ser coherentes; no tendría sentido tratar con personas que les falta para comer y luego desperdiciar aquí», expone Antonio Hernández, coordinador del campo de trabajo.

Luego, hay tiempo libre que cada uno emplea para descansar o echar el rato con los compañeros antes de emprender las actividades de la tarde, que transcurren entre los 'foros de vida', donde ponen en común lo que han vivido por la mañana y extraen una enseñanza, y también las dinámicas de grupo, en donde cada día abordan una problemática, como puede ser la desigualdad en el mundo. «Repartidos en grupos, cada uno de ellos es un país con un nivel de riqueza diferente. Todos tiene que lograr hacer un cubo de papel, pero al ser diferentes, quienes hacen de países pobres tienen que conseguir recursos de los más ricos para conseguir su objetivo. Tratamos con ello de que reparen en lo que puede suponer no tener para comer en tu país y verte obligado a ir a otro para sobrevivir», explica el coordinador.

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Las clases se han transformado en dormitorios por unos días Ñito Salas

A sus edades y después de un curso en el que han obtenido buenas notas, las invitaciones a realizar otros planes siempre están presentes por los amigos. «Algunos me dicen que ellos nunca lo harían, pero ellos saben que yo soy feliz así y me respetan», subraya. Pese a todo no ocultan que son dos semanas de sacrificio y aunque no expresan queja alguna, sí reconocen que hay cosas que echan de menos. «Tomar un vaso de agua fría o tomar una ducha que dure algo más de unos minutos es algo en lo que no reparas en tu día a día, pero cuando dejas de disfrutarlo, lo valoras enormemente», expresa Carlota Chesa, que también ha terminado primero de Bachillerato en el Colegio San Estanislao de Málaga.

Su voluntariado estos 15 días lo ha desarrollado en Cottolengo, la Casa del Sagrado Corazón, un hogar para los que carecen de uno y en el que viven unas 40 personas con problemas sociales, sufrimiento personal, de movilidad o discapacidad. «El primer día no sabía a lo que me enfrentaba. Me sentía allí como una intrusa, pero poco a poco vas conociendo un poquito más la historia de cada uno y a empatizar con ellos. Ahora es genial, me llevo la guitarra y si hay que bailar se baila», asegura esta joven malagueña, satisfecha con su labor. «Lo importante es alegrarles el día y que se sientan menos solos».

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Este proyecto de convivencia ligada a la fe y al conocimiento personal concluyó hace unos días en Málaga con la participación de 78 jóvenes (procedentes de Sevilla, Málaga, Puerto de Santa María, Badajoz y Villafranca de los Barros), 18 monitores y cuatro coordinadores. Lleva 15 años celebrándose, aunque en éste han superado todas sus expectativas. Y es que para las 50 plazas iniciales, recibieron 120 solicitudes. Los programas de voluntariado se dividen en: atención a menores en riesgo de exclusión, enfermos mentales con discapacidad, ancianos y comedores sociales. Una experiencia de «impacto», por la que abonan 220 euros, y que es un baño de realidad. «Les enseña a mirar a su alrededor de otra forma, porque a partir de esta experiencia, cuando oyen hablar de inmigración, de ancianos solos o de enfermos mentales para ellos son personas con nombres y apellidos, con una historia real detrás con la que empatizan», precisa el coordinador.

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