Jesús Báez limpia las zonas de contacto de su taxi con un producto antibacteriano. Francis Silva

«Vivir del taxi ahora mismo es imposible, así de claro te lo digo»

La falta de actividad y la ausencia de turistas ha hundido la facturación de un sector que reclama ayudas directas para evitar la muerte de un servicio público

Domingo, 14 de febrero 2021, 00:30

Y, entonces, Jesús Báez vuelve a apagar el taxímetro después de otra jornada eterna de 12 horas. El pequeño aparato, instalado en el salpicadero de su Kia, encargado de marcar el precio de cada carrera, acumula otro día más sin grandes alegrías. Jesús, que ... permanece detrás del volante del taxi que heredó de su padre, lanza un suspiro y pone fin a un día malo. Ahora todos los días son así: mal o muy mal. Desde que se decretara el primer estado de alarma en marzo, el sector del taxi es uno más de los que se han visto fuertemente golpeados por la pandemia. Sin apenas vida en la calle, sin congresos, sin turistas y sin ocio nocturno, la poca actividad que le queda al taxi se limita a algunas carreras de que van de los domicilios al trabajo o a alguna cita hospitalaria.

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A Jesús le gusta ser taxista. Eso no quita que cuando tiene que hablar de cómo está su profesión ahora, primero tiene que coger aire y por un momento se impone el silencio. «¿Vivir? Ahora mismo el taxi no da para vivir. Así de claro te lo digo. Si trabajas diez días al mes y haces 60 o 70 euros al día es imposible. De ahí tienes que quitar la gasolina y la comida. Al final, no haces ni 1.000 euros. Los gastos fijos son de 1.200 y 1.500 euros. Ahora mismo, quien los tiene, está tirando de ahorros». ¿Y los que no? Jesús no quiere especificar en nadie, pero confirma que algunos de sus compañeros ya se les ha visto en «las colas del hambre».

Él, que ahora tienen 42 años, quiere aguantar. No hay una profesión que te da más libertad. Jesús llegó al taxi por la puerta trasera. Es licenciado en Psicología. Le pilló de lleno la crisis del 2008 y con un panorama laboral desolador, su padre le ofreció la oportunidad de heredar su licencia. Después de unas dudas iniciales, Jesús le ha ido pillando el gusto a lo largo de los años. Ha aprendido a valorar las charlas con los compañeros entre carrera y carrera. Lleva consigo un libro al que echarle mano y amortiguar los tiempos de espera. Siempre los ha habido, pero lo que está pasando ahora, eso era inimaginable. «Por las mañanas aún hay algo de actividad, pero por las tardes se dan esperas de dos horas o más. Luego, a las seis de la tarde, con el cierre de todo ya te puedes olvidar», detalla. Hay algo de resignación en su voz.

Jesús quiere seguir. Le tiene cariño a su trabajo. Tampoco cree que sea el mejor momento para buscar otro empleo. Todo está mal, pero es que al taxi se le han caído todas las patas sobre las que se sostenía. Hay unas 1.500 licencias solo en la capital. Cada licencia representan a un autónomo. Antes de la pandemia había trabajo suficiente para que otros 700 asalariados pudieran vivir del taxi. Asalariados, después de once meses de crisis, ya no quedarían. «Dudo que la cifra de asalariados llegue a los 80. La mayoría son compromisos. Un primo, un hermano que se mantiene. El taxi es muy familiar, ya sabes», señala Jesús. La pasarela del ERTE al ERE ha estado muy transitada en los últimos meses.

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Lo que más le preocupa en estos momentos es la velocidad de caracol con el que avanza el proceso de vacunación. Jesús no cree que el volumen de trabajo se empiece a asemejar a lo que había antes de la pandemia hasta que se alcance la anhelada inmunidad de rebaño. Si se repite la debacle de otro año sin temporada alta, directamente, no sabe cuántos van a poder sobrevivir al 2021. «La situación del taxi es dramática. Muchos compañeros han tirado de créditos ICO que, en teoría, hay que empezar a devolver en mayo. Yo ya sé de gente que ha puesto su licencia a la venta», asegura.

En los últimos años, Málaga había alcanzando un ritmo vertiginoso. Una ciudad viva, con gran demanda por el preciado bien de la movilidad. El taxi lo suministraba. Jesús todavía se acuerda cuando era cada vez más frecuente que se anularan los dos días obligatorios de descansa. Necesario para atender a todos los clientes. Nadie se hacía rico, pero se ganaba dinero. Los tiempos de espera eran algo residual. Al revés: le tocaba esperar al cliente.

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Ahora la imagen es otro y lo puede comprobar cualquiera: coches y más coches esperan horas en paradas de taxi atestadas. La palabra rotación se ha caído del vocabulario. Los taxistas languidecen en las paradas de María Zambrano y del aeropuerto. La ausencia de turismo le ha hecho un roto al taxi en Málaga. «Desparecen las carreras largas y eso repercute en la facturación. Esas carreras largas son las que marcan la diferencia entre un día normal. Sin despreciar las carreras cortas, claro. Todas Suman», explica Jesús. En una vida anterior, cuando a Málaga llegaban cruceros, era habitual que se hiciera el recorrido que separa a la capital de Granada para llevar a una pareja de estadounidenses a ver la Alhambra.

La noche es muy representativa para el debacle que está viviendo el taxi. La oscuridad se asemeja a la facturación, que ha caído un 80%. Sin discotecas ni restaurantes abiertos, la demanda por un taxi de noche es en estos momentos tan elevada como la demanda por flotadores en el desierto. ¿Cómo va el tema de las ayudas, han podido amortiguar algo? «Está la ayuda para los autónomos por bajada de facturación. Por parte del Ayuntamiento se han destinado 150.000 euros. Dicho así, suena a mucho. Pero si lo divides entre los que somos en Málaga, salimos a 105 euros por cabeza», ¿Suficiente? «Sinceramente, a la mayoría de los taxistas nos parece un insulto».

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