Silvia y Yolanda pasean por la Alameda Principal. Ñito Salas

Vidas laborales truncadas por el cáncer

Al recibir el alta médica, muchos pacientes encuentran dificultades para reincorporarse al trabajo por sus secuelas físicas y por la falta de predisposición de las empresas a adaptar el puesto

Lunes, 30 de enero 2023, 00:42

Faltaba un mes para que se cumpliera un año de baja laboral cuando recibió una citación del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) para ... que un tribunal médico valorase su caso. Acudió aquejada de fuertes dolores y con una fecha marcada en el calendario para que un especialista la viera en la unidad del dolor. De nada sirvió, al mes recibió la notificación de su alta. Pero Lola (nombre ficticio para preservar su identidad) no estaba bien: no podía coger peso, ni conducir más de 15 minutos seguidos, ni hacer algo tan cotidiano como abrocharse el sujetador; el cansancio hacía el resto para que el día fuera un suplicio.

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Había sido intervenida de un carcinoide atípico de pulmón, «un tumor que apenas da sintomatología, pero que cuando lo hace, suele ser fatal. Yo tuve suerte: un golpe de tos con sangre me llevó directa al hospital y en un mes me estaba operando», recuerda. Le extirparon medio pulmón y los ganglios centinelas y, en principio, no había metástasis. Solo quedó un dolor y una fatiga que hacían que Lola (Málaga, 1970) ya no fuera la misma.

Y así, de un día para otro, tuvo que comunicar su incorporación a la empresa. Técnica informática, dedicada al mantenimiento de equipos, su relación laboral siempre fue buena desde que se sumó a la plantilla en 2007. «Siempre di lo máximo por responsabilidad; tenía hora de entrada, pero nunca de salida», asegura. Sus jefes eran conscientes y, en principio, mostraron interés por su salud. «Yo les dije que no me encontraba bien, que estaba limitada, pero que haría lo que pudiese». Aquello empezó a chirriar en la organización, que empezó invitándola a tomarse las vacaciones pendientes con objeto de ver si mejoraba, pero que acabó (tras la valoración del servicio de prevención de riesgos laborales como 'apta con restricciones') con una llamada de recursos humanos para que buscase un abogado. La decisión fue fulminante: despido improcedente.

Lola recurrió y logró una indemnización. «Me correspondían 30.000 euros, pero solo me daban la mitad; al final, fueron 20.000 euros», lamenta. Pero esta trabajadora se quedó sin empleo, ese vehículo que la iba a llevar de nuevo a una vida 'normal'. «Sabía que no iba a poder hacer lo mismo y entiendo que las empresas no son una ONG, pero yo era útil y podía seguir trabajando, solo pedía un poco de flexibilidad y una adaptación del puesto para no tener que visitar clientes ni tirar de carretillas cargadas de materiales», desliza.

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Un mes después de haberla puesto en la calle y cuando aún no se había recuperado de la decepción, Lola recibió la peor de las noticias: habían descubierto metástasis en hígado y huesos en una revisión rutinaria por una úlcera. Con una hija de 12 años y una pareja que ha sido un gran apoyo en estos últimos meses, solo piensa en vivir. «Estos tumores son jodidos y con este tratamiento que afecta a la reproducción celular ni como bien, ni me crece el pelo y la vista la tengo nublada, pero ahora solo pienso que la salud es lo más importante».

Lola lamenta la falta de sensibilidad y de empatía por parte de algunas empresas. «A veces te dices a ti misma: con la poquita energía que tengo, ¿la voy a malgastar en pelear por un trabajo?».

«Tras tomarme las vacaciones pendientes, me llamaron para que acudiera con un abogado. El despido fue fulminante»

Lola

Como ella, muchos pacientes que han sufrido cáncer encuentran dificultades a la hora de volver al trabajo, ya sea por su condición física o por el temor a que las empresas los rechacen por su estado de salud. Según la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), el 34% de las mujeres con cáncer de mama pierden su trabajo.

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Precisamente, el miedo, la incertidumbre y la inseguridad, además de las secuelas físicas, suelen atenazar a estos pacientes una vez superados los tratamientos. «Con la enfermedad, se produce un aislamiento social y cuando la superan, una de las preguntas que se hacen es: ¿seré capaz de volver a trabajar?», expone la psicooncóloga Pilar Torralvo.

Asegura que cuando estos pacientes reciben el alta médica luego tienen que lidiar con el miedo a las recidivas. «Solo mencionar la vuelta después de meses de tratamiento les genera una enorme ansiedad, que desde la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) tratamos de gestionar ayudándoles a que analicen la situación, invitándoles a que expongan su situación a la empresa para procurar una incorporación progresiva y, si fuera necesaria, adaptada para no generar una frustración innecesaria».

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Torralvo acumula una gran experiencia y en su carrera ha visto como hay pacientes a los que no se les renueva el contrato cuando antes eran profesionales reconocidos. «Ya no los ven adecuados y ellos empiezan a pensar que quizá ya no valen; su autoestima se derrumba y eso, unido a una edad, les complica encontrar empleo», expone.

Otros, sin embargo, temen el momento de comentar su situación en una entrevista de trabajo. «No están obligados a hacerlo, pero muchos entienden que deben exponerlo para que la empresa tenga empatía y pueda ser flexible si se ausentan por revisiones o indisposición».

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Otro de los problemas que se suma a la dificultad para encontrar un nuevo empleo es la formación. «La falta de cualificación les obliga a tirar de ayudas o a tener que estudiar para aspirar a un nuevo puesto», aclara Olga María Santiago, trabajadora social de la Asociación Española contra el Cáncer. Volver a la oficina se convierte en muchos casos en una llave para la recuperación emocional. De hecho, como indica el informe 'Cómo volver al trabajo después del cáncer', editado por el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social en colaboración con UGT y la Fundación Estatal para la Prevención de Riesgos Laborales, «el trabajo puede favorecer los contactos sociales de las personas que han sobrevivido al cáncer y normalizar su vida».

Así lo hizo Yolanda Ruiz (Málaga, 1972), profesora de francés en un instituto de la capital, que pidió el alta voluntaria después de diez meses de baja por un cáncer de mama. «Me encontraba bien, pero al quitarme los ganglios del brazo izquierdo perdí algo de movilidad y se me inflamaba por la acumulación de líquido», explica. La incorporación fue a jornada completa y no niega que hubiera días en los que era complicado llegar en hora a unos talleres de buenos hábitos que imparte el Hospital Clínico para pacientes de cáncer. Ahora disfruta de una reducción de jornada por cuidado de su padre mayor y eso le ha permitido sacar un poco de tiempo para ella. «Soy una afortunada por trabajar en la administración pública y no haber sentido nunca el miedo a que me falte el trabajo», admite.

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«Soy afortunada por trabajar en la administración pública y no tener miedo a perder el puesto de trabajo»

Yolanda Ruiz

Pero, además del beneficio emocional, el trabajo se hace necesario para afrontar una situación económica resentida, donde los gastos superan a los ingresos cuando hay que afrontar tratamientos (cremas, por ejemplo) o terapias (fisioterapeutas o psicólogos) no financiadas por la Seguridad Social o cubiertas insuficientemente por la sanidad pública; una pérdida de masa salarial por la baja o por excedencias, o por el mayor cuidado de la alimentación.

La Asociación Española Contra el Cáncer estima los gastos sanitarios, familiares, laborales y sociales de la enfermedad en 19.300 millones de euros anuales en España. De esa cantidad, el 45%, casi 8.700 millones, los pagan de manera directa o indirecta los propios pacientes y sus familias. El resto entra dentro del sistema sanitario estatal. Calculan que el cáncer provoca un coste económico, al 41% de las familias, superior a 10.000 euros durante la enfermedad.

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En España, se diagnosticaron el pasado año unos 280.000 nuevos casos de cáncer. Anualmente, casi 30.000 personas enferman en una situación de vulnerabilidad laboral, ya que se encuentran en paro, son autónomos o sus ingresos son inferiores al Salario Mínimo Interprofesional (SMI), lo que supone que estos costes derivados del cáncer acaben siendo inasumibles por ellas.

Hasta que la fibromialgia la dejó casi sin andar, Silvia Segado (Málaga, 1969) nunca faltó a su peluquería en 20 años. Cada vez le faltaban más las fuerzas, siempre estaba cansada, pero nunca imaginó que en febrero de 2017 saldría de Urgencias (a donde llegó con un terrible dolor en la cadera) con un diagnóstico de cáncer de recto en la mano. «Tenía 48 años y al parecer llevaba diez con él; cuando me examinaron, tenía toda la vagina tumorada, aunque afortunadamente no tocó ningún órgano», relata esta malagueña, hoy con un alta médica después de sesiones de quimioterapia y radioterapia, pero con secuelas que le dificultan el día a día por las incontinencias que sufre. En siete meses había hecho frente al cáncer y le había ganado la partida, pero aún tendría que lidiar con otra tragedia peor.

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Maltratada por su pareja desde hacía dos décadas, «casi desde el inicio de la relación», Silvia aguantó agresiones verbales de todo tipo y, durante el tratamiento de la enfermedad, el desprecio de su agresor. «Primero fueron insultos, que siempre justificaba por su fuerte carácter o porque, según decía, yo lo había provocado. Luego vinieron los empujones y cuando enfermé, fue contando a todo el mundo que me iba a morir», relata.

«Después de intentar estrangularme aquella noche, llegué a pensar que si no me mataba el cáncer lo acabaría haciendo él»

Silvia segado

Pero Silvia superó el cáncer y dejó huella mientras estuvo en tratamiento, siempre vital y alegre, aunque la procesión fuera por dentro. Y ese espíritu y esas ganas de vivir no entraban en los planes de su pareja, que una noche tras salir con unos amigos para celebrar el alta médica de Silvia, la intentó estrangular al llegar a casa. Fue el punto y final. «Pensé que si no me mataba el cáncer, acabaría haciéndolo él y lo denuncié».

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Después de tocar fondo, ya solo podía remontar, aunque todo lo tuviera en contra: destrozada emocionalmente, sin dinero y con la salud mermada. «Necesitaba construir una nueva vida y en la AECC me ayudaron hacerlo». Desde octubre de 2021 trabaja de conserje (prefiere omitir dónde) a media jornada. «Incorporarme de nuevo a la vida laboral me parecía algo casi imposible de conseguir. Pensaba que con mi edad y mis secuelas quién querría darme una oportunidad», expresa. No solo eso. Alejada de los fantasmas del pasado y con el apoyo de sus dos hijos, Silvia asegura ahora que por fin ha logrado ser la persona que imaginó cuando era joven y que la vida le robó: trabajadora, independiente, libre y feliz.

Las empresas están obligadas a adaptar el puesto de trabajo

Desde la Fundación Josep Carreras lamentan que el marco legislativo en España sea tan rígido, ya que no contempla la incorporación flexible y progresiva al trabajo.

La Ley 31/95 de Prevención de Riesgos Laborales obliga a las empresas a hacer una evaluación de los riesgos laborales del puesto de trabajo a las personas declaradas «de especial sensibilidad». «Así pues, cuando alguien se incorpora de un tratamiento de cáncer, la empresa tiene que hacer una vigilancia de su salud y ahí es donde nos encontramos el primer problema, ya que son una minoría las que lo hacen. Es un derecho que debería aplicarse de forma automática», denuncia Vicente J. Martín, técnico de la secretaría laboral de CC OO de Málaga. Asegura que la ley y la jurisprudencia dejan claro que si a un trabajador lo declaran 'apto con limitaciones', el empresario está obligado a hacer todo lo posible para adaptar el puesto y, si no lo hace, tiene que demostrar indubitadamente que no existe otro alternativo, tal y como recoge el artículo 25 de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales. También se refiere al artículo 12.7 del Real Decreto legislativo 5/2000 que considera infracción grave mantener un trabajador en un puesto de trabajo que conlleve un riesgo para su salud, con multas que oscilan entre los 6.000 y 80.000 euros.

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