Antonio Carmona posa con el cartel que le acredita haber vendido El Gordo en su administración. Migue Fernández

Antonio Carmona, el agricultor de Almería que ha vendido El Gordo en Málaga: «Sabía que lo iba a dar»

El dueño de la administración número 61 en la calle Armengual de la Mota cambió el campo por el negocio de la lotería en 2020 y ahora ha vendido dos décimos del 88008 por máquina

Viernes, 22 de diciembre 2023

Antonio Carmona tiene 58 años y sonríe, una vez que ha recibido la llamada de la Subdelegación del Gobierno con la que le han confirmado que la administración que regenta en la Calle Armengual de la Mota, la número 61, ha vendido El Gordo: 88008. ... Le costó creerlo, pero con la oficialidad cambia la reticencia inicial por un tono más amable y atiende a los medios de comunicación y a los curiosos que empezaron a agolparse frente a su administración. Asegura no estar extrañado. «Sabía que iba a dar El Gordo, se lo decía a los clientes. Aunque muchos no me hicieron caso», dijo.

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¿Cómo se siente la felicidad del lotero? «Te alegras, claro. Pero más me hubiera alegrado si yo llevara uno», contesta. Dos décimos del 88088 vendidos a través de la máquina. Asegura no saber quién ha sido el agraciado ni tampoco si es alguien del barrio. «Ayer, me quedé sin décimos y empecé a sacar por la máquina. Muchos son reticentes y preguntan si eso sirve. Pues aquí va la prueba», explica.

Antonio Carmona no es lotero por tradición familiar. Parco de palabras, se deja convencer para dar algunos detalles sobre cómo ha llegado hasta aquí. «Yo soy de Almería y toda mi vida he sido agricultor», explica. La administración de lotería la adquirió en 2020. «Concretamente, el 20 de junio de 2020». La administración, precisa, es suya. «Bueno, la mitad. La otra mitad es del banco», matiza.

A pesar del corto recorrido como lotero, El Gordo no es la primera alegría que da. En septiembre de este verano, ya cayó aquí el primer premio de la primitiva. Carmona confía en un empujón para el negocio. «Esto es la mejor publicidad, claro», asegura.

Después de descorchar una botella de champán sin gran entusiasmo, posa para la foto de rigor. Acto seguido, baja la persiana: «Me voy a comer». El estómago, eso parece, no entiende de parafernalias.

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