El mantel de Navidad que cubre la mesa del Comedor de Santo Domingo donde sirven su historia, aún en caliente, recuerda que el calendario quedó congelado hace tiempo y que a pesar de los 'Merry Christmas' y los buenos deseos del estampado, hay poco ... que celebrar. Que ahora es abril, que hace un terral extraño y que a ellos la pandemia les ha robado mucho más que ese mes. Que para lo suyo no hay banda sonora ni vacuna. Ana María, María del Pilar, Najat y Francisco Javier acaban de conocerse en torno a esa mesa, pero sus historias tienen tantos puntos en común que cada uno de ellos podría escribir la del otro.
Publicidad
El primer capítulo lo abrirían las cifras. Como las de ese Comedor de Santo Domingo, que el pasado marzo marcó la cota histórica de los 14.500 servicios en un mes y que, de seguir así, superará con creces al nefasto 2020. O las de Bancosol, que en los primeros meses de la pandemia ya doblaba la cantidad de alimentos que repartía y que desde noviembre los triplica. O las de los servicios sociales, exhaustos y con 62.000 familias atendidas en un año: cuatro de cada diez, nuevas. O, en fin, las de Cáritas, que ultima el balance de los últimos meses y que también anuncia datos «históricos». Por lo que ya hay, pero también por lo que viene.
El segundo capítulo lleva la firma de los que están en la primera línea de la acción social, trabajando a destajo desde hace más de un año para que el colchón aguante el peso de los que siguen llegando. Uno de ellos es Pablo Mapelli, director de este comedor en el corazón de la Trinidad que ha tenido que cambiar paso y latido para seguir repartiendo comida, ya no en su sede por las medidas restrictivas sino en lotes diarios que se entregan en la puerta y por turnos. «Ahora estamos con los almacenes bien porque acaba de hacerse una gran recogida de la hermandad del Huerto», explica aliviado mientras recorre el espacio de no perecederos y antes de entrar en la luminosa cocina, donde a la una de la tarde ya hace 'chup chup' un guiso de cordero con patatas y se aliñan las ensaladas frescas. Un voluntario corta embutido para los bocadillos que cubrirán la cena, hoy también con un dulce y un yogur. Aquí todo funciona como un reloj.
También en Bancosol, que en 2020 repartió medio millón de litros de leche pero también esperanza. «Para nosotros es fundamental trabajar en paralelo la inclusión social», observa Rafael Salcedo, adjunto a la presidencia e implicado al 100%, como Mapelli, en esa estrategia que consiste no sólo en dar peces; también cañas. Y más ahora: «Esta crisis social está haciendo cada vez más mella en sectores vinculados al turismo (...). Tenemos muchos perfiles de gente normalizada que ha quedado por el camino; y el riesgo es que esto se haga crónico», añade.
Publicidad
A ese diagnóstico se suma el edil de Derechos Sociales del Ayuntamiento de Málaga, Francisco Pomares, que admite estar preparado «para lo peor» si el ritmo de vacunación no permite salvar el verano. Ese «lo peor» se traduce, por el momento, en un 20% más de presupuesto municipal para el capítulo social: «Es el mayor de la historia y no descartamos que haya que ampliarlo», confirma echando unas cuentas que han escalado desde los 48 millones de euros a los 56 y que tratan de dar soporte en tres pilares básicos: el aumento del gasto social, el fortalecimiento de los equipos y la ayuda al tercer sector (las ONG), «que lo están pasando muy mal».
La fotografía termina de enmarcarla el director de Cáritas Diocesana en Málaga, Francisco José Sánchez Heras, que tira de símil para explicar cómo están las cosas: «El terremoto social que ha supuesto la pandemia ha sido tal que aún estamos recogiendo a personas de entre los escombros. Las primeras casas en caerse han sido las que ya estaban débiles, pero también se han resentido edificios que creíamos indestructibles».
Publicidad
En este escenario que busca antídoto urgente, el tercer capítulo es el que escriben entre Ana María, María del Pilar, Najat y Francisco.
Ana María Ortiz. 34 años
Cuando echa la vista atrás, Ana María es capaz de fijar el momento exacto en que las cosas comenzaron a torcerse: «Yo no tengo estudios, salí del instituto por mi mala cabeza y porque quería ser independiente; así que me puse a limpiar. De ahí vino todo lo demás...». Esos puntos suspensivos se han traducido en trabajos inestables y experiencias personales que –admite– «han sido mucho peores que la de ahora». Separada desde hace cuatro años, cría a sus hijos de 12, 11 y 8 años con el Ingreso Mínimo Vital: 570 euros que nada más entrar en su cuenta se quedan en 200 porque hay que pagar el alquiler de una casa «donde desde hace dos años no hay agua caliente». «Y luego hay que pagar agua, luz y vestido...», enumera. El capítulo de alimentación lo cubre gracias a Bancosol. También la búsqueda de empleo: acaba de hacer con ellos un curso de limpieza y mantenimiento y está la espera de que la llamen para volver a trabajar. «A mí la pandemia me ha partido por la mitad, pero no quiero pedir ayuda a la familia. Si he conseguido no depender ni del padre de mis hijos, no lo voy a hacerlo de nadie», dice tirando de experiencia a pesar de su juventud. «Al final he aprendido que de todo se sale».
María del Pilar Muñoz. 41 años
María del Pilar echa de menos hasta el estrés del trabajo e «ir como las locas de un lado a otro». Pluriempleada «desde siempre» para sacar en solitario a sus tres hijos adelante (20, 16 y 9 años; el mayor con un retraso madurativo), empalmaba un contrato con otro en la hostelería «y en lo que iba saliendo» cuando en marzo de 2020 todo le hizo 'crack'. La situación en casa se complicó, además, con el cuidado de su madre, enferma de alzhéimer. «Llegó un momento en que los servicios sociales me dijeron que no podía hacerme cargo de ella en esas circunstancias. Era por mi salud», admite María del Pilar, que hoy abrazará de nuevo a su madre después de un año sin verla porque en la residencia de Vélez donde está ingresada «ya están todos vacunados».
Publicidad
Esa pequeña alegría compensa las dificultades del hogar. «Bancosol me da comida cada 15 días y gracias a eso voy tirando». Nunca pensó que llegaría a eso: «¿Vergüenza pedir? ¡Vergüenza es abrir la nevera y ver que está vacía!», se revuelve María del Pilar, a la que el banco de alimentos ayudó también con un curso de auxiliar de ayuda a domicilio. «Ya he empezado a echar algunas horas a la semana, me siento útil y he descubierto que me encanta. Mis 'viejecillos' me dan la vida».
Najat. 56 años
Najat no quiere foto ni apellidos, pero sí contar su historia. Que un día la vida te sonríe y al siguiente te da la espalda lo sabe bien. Nacida en Marruecos, tuvo una infancia y una juventud «con todas las comodidades», pero cuando llegó a España en 2010 y comprendió que no iba a servirle de nada su título como especialista en Literatura Francesa tuvo que aprender a buscarse la vida. Ahora, Najat es una de las cientos de camareras de piso que han quedado en el camino con la crisis. «Trabajaba en un hotel de cinco estrellas, pero aquello se terminó cuando empezó el Covid», recuerda. Al igual que Ana María y María del Pilar, cría sola a un hijo de 14 de una relación anterior porque su marido, un ciudadano belga con el que se casó en España, «se largó y me dejó sola». «Ha habido días en los que no podía ni levantarme de la cama», recuerda con una amargura que no esconde la mascarilla. Pero lo hizo y llamó a la puerta del Comedor de Santo Domingo, donde le dieron comida, sí, «pero sobre todo calor». «Gracias a mi trabajadora social estoy aquí y con ganas de salir adelante», cambia el gesto Najat antes de dejar un último mensaje: «La situación de ahora es dramática, pero también hay muchas ayudas. Eso sí, hay que moverse».
Publicidad
Francisco Javier Ocaña. 50 años
Es decir su edad (50 años) y añade de manera automática: «Estoy en esa gran barrera». Desde ahí, Francisco contempla con incertidumbre lo que queda por delante, pero también que, por detrás, lo hizo «todo» en la hostelería. «He trabajado durante 35 años en los mejores sitios de Málaga. Restaurantes, asadores...», recuerda enlazando un nombre con otro. Vivía «para trabajar y ganar dinero» y eso le pasó factura: su mujer se fue y lo dejó con una hija que entonces tenía 6 y hoy 20. Superó una depresión y conoció a su nueva pareja: «Había aprendido la lección y éramos felices, pero hace dos años le dio un ictus y tuve que dejar mi empleo para cuidarla». Consiguió reciclarse y tener algo más de tiempo gracias a un trabajo de limpieza por horas, pero el Covid acabó con esa débil estabilidad. «Me vi en la calle, con una mujer enferma y una hipoteca», lamenta Francisco, que va «tirando» gracias al comedor de Santo Domingo: «Pero quiero trabajar, no estar en una cola. Poder elegir si me apetecen, o no, lentejas...», zanja mientras baja a recoger la bolsa del día. Al menos, sabe que hoy no tocan lentejas.
Y sobre todo, que el último capítulo de su historia está pendiente de escribir.
300.000 kilos de alimentos al mes reparte Bancosol desde el pasado mes de noviembre. Es el triple con respecto a antes de la pandemia y el doble desde mayo.
7.000 familias nuevas se han incorporado a los servicios municipales desde noviembre para recibir ayudas directas relacionadas con la alimentación.
162.000 servicios de alimentación dio el Comedor de Santo Domingo a lo largo de 2020. En los primeros meses de 2021, esta cantidad no ha hecho más que crecer, hasta llegar a la cota histórica de 14.500 el pasado marzo.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.