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Cuando Virginia Raigón comenzó hace más de 30 años en la enseñanza a alumnos con discapacidad, en Coín, las clases las daba en una ermita. ... Lo hacían apartados del resto de los grupos, «para que no molestaran». Su hermana Mari Carmen lo hizo en Cádiz, también en centros específicos donde todos los chicos «eran especiales». A ambas se les cambia la cara ahora, cuando recorren con la mirada los contornos de la clase en la que ambas trabajan, forman y educan desde hace seis años: el aula, luminosa y llena de vida, late en pleno corazón de la Universidad Laboral y entre sus más de 2.400 estudiantes también están ellos. «Perfectamente integrados con el resto», celebra Virginia con la sensación impagable de misión cumplida.
Hoy, en el aula de las hermanas Raigón se da por hecha esa convivencia natural entre alumnos que avanzan a diferentes velocidades pero que al final llegan. Vaya que si llegan. Los suyos, 13 en total, tienen entre 16 y 21 años y forman parte de los dos cursos en los que se divide el programa específico de Marroquinería, una rama de la FP llamada PEFPB (Programas Específicos de Formación Profesional Básica) que da formación a chicos con necesidades educativas especiales. El de Marroquinería es el único que existe en la provincia de Málaga y hay lista de espera. Los otros dos, de cocina y agrojardinería, también se ofertan en otros centros pero juntos no suman ni los dedos de una mano. Y eso, al final, resta.
«Sí, las cosas han cambiado, pero aún es muy difícil. La sociedad no está mentalizada de que hay chicos igual de bien formados que podrían incorporarse al mercado laboral. Aún hay pocas prácticas en empresas, y las que hay no cuajan», añade Virginia a ese 'hándicap' de la escasa oferta educativa.
Y no será porque no son oficios necesarios: zapateros, guarnicioneros, especialistas en confección textil, en lavandería... Ahí está la teoría. La práctica la ponen María, Carlos, Paula, Alan, Mari Carmen, Juanma, Samuel, Marina, Ana, Estrella o Silvia, que no despegan los ojos de su trabajo en esta mañana de lunes que sabe a menos lunes porque toca salir en el periódico. «Venga, una foto sin mascarilla», animan las profesoras de este taller donde se cosen prendas de ropa, mantelitos o trozos de cuero pero también futuros. Algunos de ellos, además, con la doble dificultad de tener una parálisis cerebral, un TEA o un síndrome de Down y vivir en La Palmilla o Los Asperones, donde hay más puertas cerradas que abiertas.
Las rendijas se cubren aquí con los diseños y dibujos de Carlos, con el planchado perfecto de Alan o con el ingenio de Ana, que adapta un modelo hecho por ella de bolso a riñonera «porque ahora se llevan mucho». También con la ilusión de Samuel, que cose delicadamente una muñeca para su madre y que prepara para estos días su cumple «en la playa con la familia». O con el entusiasmo de Silvia, casi afónica cuando explica que está así porque el fin de semana «han sido las competiciones de la liga de fútbol Genuine y he ganado una medalla, mira, mira, mira, con el Málaga».
«Aquí se busca la capacidad de cada uno, y una vez que las descubren, nosotras ayudamos a que las desarrollen», explica Mari Carmen sobre la asignatura más importante, la de la autonomía. Porque en este taller cada uno va a su ritmo: son dos cursos académicos que se completan en una media de cuatro o cinco años y donde no sólo se trabajan las habilidades con el cuero, el textil o la bisutería. También, y sobre todo, las emociones. «El oficio es importante, pero quizás en este caso lo es más la maduración a la que llegan. Queremos que se encuentren bien, que sean independientes y felices», añade la profesora mientras repasa el bastidor de Carlos, repleto de flores bordadas con una técnica que acaba de aprender y que parece que lleve haciendo desde siempre. «¡Muy bien, estoy asombrada contigo hoy!», le aplaude.
Que aquí es tan importante el cómo como el qué se ve en la sonrisa que le devuelve Carlos. Como él, el resto de los chicos se matriculan en el módulo con una nula confianza en sí mismos y los padres lo hacen con el miedo de saber si funcionará. Cuando acaban, los primeros «se sienten útiles e importantes» y los segundos celebran que el módulo les ha sentado como un guante. Igual que los diseños que cosen sus hijos y que se pueden consultar en el perfil de Instagram pefpb_marroquineria.
Fuera del taller de las hermanas Raigón, en el huerto y el taller de arte floral, no se borda pero también se dan puntadas con hilo para que los chavales tengan un futuro autónomo. De eso se encargan las profesoras Alicia Pavón y Valle García. La primera dirige un grupo de una decena de alumnos con diferentes grados de discapacidad que sueñan con hacer crecer sus semillas en jardines, viveros o conduciendo camiones de plantas. La segunda está al mando de un grupo de FP de grado medio en el que también se integran alumnos con necesidades especiales. Allí, entre los bancos de hortalizas del huerto y el taller de flores secas y frescas, otro profesor prepara una clase para hacer jabón casero. La actividad es la de una pequeña ciudad que no para: el calendario aprieta y los trabajos y encargos de fin de curso tienen que estar listos para venderlos en el mercadillo que se celebrará en junio, en una fiesta bulliciosa y diversa donde ellos, lejos de estar apartados, serán el centro. Como tiene que ser.
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