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Su entereza, y sobre todo el mensaje en el que anima a todos a quedarse con «lo bonito» y a no alimentar odios ni venganzas, han dado la vuelta a España y han convertido a Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, en un ejemplo admirable de dignidad y humanidad a pesar de la devastación que representa la pérdida de un hijo. Los especialistas coinciden en que es, sin duda, el duelo más doloroso de cuantos existen, entre otras cosas porque se invierten las leyes naturales que dictan que son los hijos los que deben enterrar a sus padres y no al revés. Si a eso se le suma el hecho de que la pérdida ha sido inesperada –no fruto de una enfermedad, por ejemplo– y las circunstancias que la han rodeado, los padres de Gabriel tienen ante sí el abrumador reto de reconstruir los pedazos de una vida que nunca volverá a ser igual.
De cómo afronten esa pérdida, y sobre todo de cómo aborden cada una de las etapas que integran el duelo, dependerá que puedan asimilar «la cicatriz que queda y a incorporar de otra manera a su vida, quizás más simbólica, a ese hijo que han perdido». Así lo avanza la psicóloga especializada en emergencias Araceli Ortega, quien gestiona a diario ese ejercicio de superación desde la asociación malagueña Alhelí. El colectivo de especialistas ofrece asesoramiento individual, familiar y grupal para afrontar esos procesos que –advierte la especialista– «han de verse como la otra cara de la moneda que representa el vivir». Es decir, cuanto menos mito haya en torno a la muerte con más garantías se superará un proceso de pérdida.
Llegados a este punto cabe subrayar que cada duelo es un mundo, y que por supuesto no es lo mismo despedir a un familiar más o menos cercano que a un hijo, ni tampoco es igual que el adiós llegue tras una larga enfermedad que si hay un accidente inesperado o concurren las dramáticas circunstancias del niño de Níjar. Sin embargo, en todos los casos existe un nexo común y «necesario» para que el duelo no se convierta en una patología y, por tanto, no derive hacia un cuadro más preocupante. En ese itinerario «necesario», Ortega se refiere a las cinco fases que se dan la mano en duelo y que pueden aparecer en diferente orden dependiendo de las circunstancias: «Son la negación, la ira, la negociación –sobre todo en el caso de enfermedades–, la depresión y, finalmente la aceptación».
«Estamos hablando de un proceso psicológico gradual que tiene mucho que ver con la manera en la que cada persona afronta las cosas», constata la especialista subrayando esa realidad de que «no hay dos duelos iguales». El soporte familiar, la estabilidad personal, los antecedentes psicológicos, las circunstancias de la pérdida (si es esperada o traumática) o si la persona ha superado otros duelos anteriormente son las circunstancias que permitirán que esos procesos se superen con normalidad. También es determinante la edad del que sufre la pérdida: «Existen dos grupos de riesgo, que son los ancianos y los niños», subraya Ortega, quien hace una mención específica a este último colectivo porque hay que adaptar el mensaje de la pérdida a cada edad y hacerlo de forma que «el niño sea capaz de integrarlo en su vida».
En ese ejercicio personal de «superación» del duelo, Ortega sostiene que la bibliografía en la materia determina que un año es el tiempo medio en el que una persona «tarda en hablar del ser querido que se ha ido sin derrumbarse». La primera Navidad, el primer cumpleaños, las primeras vacaciones... Por supuesto depende de las circunstancias, pero eso es lo habitual. El duelo entra en una fase «complicada» y posteriormente «patológica» cuando pasada esa primera etapa el dolor persiste «en intensidad, si la persona se aísla del entorno, no vuelve a trabajar o si por ejemplo ‘momifica’ su casa para que quede intacto el recuerdo físico del fallecido», añade Ortega, quien sitúa en el último tramo de esta escalada el «duelo psiquiátrico», que suele incorporar cuadros severos de depresión o alucinaciones.
La especialista compartía ayer su experiencia sobre el duelo acompañada por la presidenta de la asociación Alhelí, Yolanda Verdugo, y durante la presentación de un proyecto pionero que ha recibido una subvención de la Diputación de Málaga y que llevará información, formación y sobre todo apoyo a los municipios de menos de 20.000 habitantes del Valle del Guadalhorce. «En los pueblos pequeños los duelos suelen estar más arraigados y es importante que las familias, los trabajadores sociales o la comunidad educativa cuenten con las herramientas necesarias para superarlo», destacaron las impulsoras del proyecto.
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