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Hacía semanas que estaban preparadas para lo peor, aunque en su interior albergaban la esperanza de que la amenaza rusa de invadir su país quedara en un mal sueño. Anastasiia Nevmerzhytska (20 años) y Vitalina Stelmakh (21) trataban de continuar con sus vidas. Se levantaban cada día en el pequeño apartamento de estudiantes que compartían en la capital ucraniana para acudir a la Universidad de Kiev, donde este curso ambas se graduarían de Filología Hispánica, y para trabajar como teleoperadoras y así contribuir a los gastos familiares mientras vivían fuera.
Pero la noticia de una guerra cobraba cada día más fuerza y eso las inquietaba. Prepararon una mochila con lo básico (agua, alimentos no perecederos, ropa de abrigo y documentación) por si había que huir, aunque lo de escapar a otro país no entraba en sus planes. El 24 de febrero, sobre las 5.00 de la madrugada, el eco de las explosiones dinamitó todas sus esperanzas. Habían despertado y la pesadilla era real.
Casi un mes después, Anastasiia y Vitalina duermen tranquilas gracias a Ildefonso Calvente y Raquel Moreno, padres de una familia numerosa de diez hijos que ha abierto su casa en Málaga y sus 12 corazones a estas dos refugiadas ucranianas.
Aunque al empezar la invasión pensaron en volver con sus familias a Korosten y Chernihiv, dos ciudades cercanas a la capital, la incertidumbre, las informaciones contradictorias y el miedo las paralizó. Fueron solo unas horas, hasta el día siguiente en que la entrada de los tanques rusos en un distrito de Kiev las hizo reaccionar, primero escondiéndose en el metro y, más tarde, cuando se levantó el toque de queda, buscando refugio en un barrio «más tranquilo» donde residía el novio de una de ellas. De nada sirvió. El conflicto había estallado.
En estado de shock, aterradas por las explosiones que observaban desde las ventanas y con el peligro pisándoles los talones decidieron salir del país hacia Polonia. Allí, en la ciudad fronteriza de Przemysl las esperaría la madre de Vitalina tras un viaje lleno de contratiempos, largas esperas, durmiendo a la intemperie entre cartones y congeladas de frío (hacía nueve grados bajo cero), con mucho cansancio y que pudo haber acabado en tragedia si no sospechan a tiempo de las oscuras intenciones de unos falsos voluntarios que se ofrecieron a llevarlas personalmente hasta la frontera.
Pero en Polonia, aunque a salvo de la guerra, nada salió como esperaban. La mala relación con la pareja de la madre precipitó un nuevo plan. «Pensamos en trabajar para poder buscarnos algo por nuestra cuenta, pero sin saber polaco nos resultó muy difícil», explica Vitalina. Fue entonces cuando la opción de viajar a España, aprovechando que conocían el idioma, fue cobrando fuerza. Aún guardaban el contacto de Joaquín, su profesor de español en la Universidad de Kiev, que tras su regreso a Valencia por el estallido del conflicto comenzó a movilizar ayuda para los refugiados.
Al mismo tiempo, a 600 kilómetros de distancia, sus amigos Ildefonso y Raquel se sentían «en la obligación como cristianos» de ayudar a otros en momentos tan difíciles. Por eso, cuando Joaquín les habló de que dos de sus alumnas necesitaban ayuda no se lo pensaron. «Reunimos un domingo a todos nuestros hijos para contárselo y plantearles lo egoístas que seríamos si no pusiésemos nuestra casa al servicio de otros», relata Ildefonso, quien cuenta con orgullo de padre la generosidad con la que reaccionaron todos sus hijos. «Los dos mayores, que tienen los mejores cuartos de la casa, se ofrecieron a dejárselos para que estuvieran más cómodas y tuvieran más intimidad y, a partir de ahí, reorganizamos toda la casa, cambiando literas, pintando habitaciones y comprando ropa nueva y hasta banderas de Ucrania para que cuando llegaran se sintieran como en su casa», relata.
Una de ellas ondea en las afueras de la vivienda, donde esta familia recibe a SUR para compartir su experiencia. Dentro aguardan seis de sus diez hijos, que poco a poco van apareciendo a la llamada de sus padres para hacer la foto del reportaje mientras Luna, «la eterna ladradora», como la llama Ildefonso, se resiste a dejar de gruñir a quienes han invadido el espacio familiar. Llegan también las jóvenes, que orgullosas de su país visten sudaderas con los colores de su bandera, incluso, Anastasiia se ha maquillado los ojos con sombra amarilla y azul.
Raquel sigue emocionándose cuando recuerda el día que llegaron «destrozaítas» después de más de 3.000 kilómetros de viajes desde Cracovia. En esta ciudad polaca las recogió el Club de Rugby Málaga a su regreso a España después de haber cumplido con su misión humanitaria de trasladar ayuda a los afectados de la guerra. A ellos les está muy agradecida esta familia, que tras contactar por teléfono con Anastasiia y Vitalina acordaron con ellas el punto de encuentro con la expedición malagueña. «El día que llegaron a las ocho de la mañana a Málaga no pude cambiar el turno, pero cuando llegué a casa a mediodía solo sentía ganas de abrazarlas, de que se sintieran reconfortadas después de lo que habían pasado. Se te cae el alma al suelo cuando ves lo que les ha pasado y cómo de un día para otro les han roto sus vidas», lamenta Raquel, que trabaja de auxiliar en la planta de oncología del Materno.
Fueron a recogerlas Ildefonso y su hija María de 13 años, que las invitaron a churros para desayunar antes de llegar a casa. «No daban crédito cuando les enseñamos la habitación en la que iban a dormir y al principio no lo entendíamos. Luego, nos contaron que allí las casas suelen ser pequeñas y que suelen dormir en sofás-cama», relata Raquel. «Fue una sorpresa ver que teníamos una cama propia para cada una; en Kiev, dormíamos las dos en la misma», detalla Vitalina.
Poco a poco, las dos jóvenes se han ido abriendo a la familia «y ahora parece que llevan viviendo aquí toda la vida; se han adaptado bien», aseguran. Para contribuir a su bienestar y protegerlas, han dejado de encender la televisión a la hora del telediario. «Hay días y días; tienen sus altibajos», confiesa la madre, que las trata como uno más de la familia. Como el resto de los hijos, las dos jóvenes tienen asignada una tarea diaria. «Ildefonso lo tuvo claro; no quería que se sintieran diferentes ni sobreprotegidas, pero a mí me daba un poco de reparo al principio», asegura Raquel. «Les hemos dejado claro que no somos sus padres ni queremos ocupar ese papel; no somos su familia, pero sí queremos que se sientan en familia», sentencia Ildefonso, mientras muestra el 'planning' pinchado en la nevera con las tareas domésticas que cada uno tiene asignadas para todos los días de la semana.
De la gastronomía española, les encantan los huevos rellenos y la tradicional tortilla de patatas. «Tienen buena boca», subraya la madre. «En la carrera, nos hablaron de la tortilla española, pero no te haces una idea clara hasta que la hemos visto hacer aquí», apunta.
Pese a la carga familiar y laboral, no se oye una queja en la familia. Todo lo contrario. «De mis diez hijos, tres ya viven fuera, por lo que acoger ahora a Anastasiia y Vitalina, salimos hasta ganado al ser nueve», bromea Ildefonso. «En esta casa estamos hechos a solucionar problemas continuamente, te habitúas a un ritmo de vida en donde hay poca tranquilidad y apenas tiempo para uno mismo. También nos dicen que esta acogida nos va a suponer más gasto y yo digo que ya nos arreglaremos, que donde comen siete comen nueve», expresa Raquel.
Dos meses después de estallar el conflicto con Rusia, ninguna de las dos refugiadas se atreve a esbozar su futuro. Por el momento, el objetivo está en regularizar administrativamente su situación en Málaga, algo que por el momento les está costando. «Lo primero es conseguirle un NIE, pero no hay forma de que nos den cita en la Comisaría Provincial y ese es el primer paso para el resto de trámites (empadronamiento, asistencia sanitaria...). Mientras Anastasiia y Vitalina se esfuerzan en sacar a distancia los últimos meses de carrera y lograr el título. Luego ya se verá. «Nosotros hemos abierto nuestra casa para tres meses o diez años», sentencia Ildefonso.
El Centro de Recepción, Atención y Derivación (Creade) de refugiados ucranianos en Málaga, ubicado en el Palacio de Ferias y Congresos e inaugurado esta semana por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha tramitado desde su apertura el pasado 6 de abril casi 2.000 solicitudes de protección temporal y ha concedido 1.300 solicitudes de Número de la Seguridad Social (NUSS), según la Subdelegación del Gobierno. A ellos hay que sumar los permisos tramitados a través de las comisarías de Policía, lo que eleva la cifra a más de 3.400.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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