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IRENE ORTIZ
Sábado, 10 de septiembre 2022, 00:15
Una pesadilla, una realidad. Las lágrimas le resbalan por su rostro apagado. Fatima Ahmadi, una joven afgana de 26 años, recuerda el dolor que le había inundado el pecho tras abandonar su casita con flores en Kabul. Marchar con la certeza de que no volverá ... ni siquiera para poder ver a su familia. Decir adiós dejando atrás toda una vida. Y todo se lo han arrebatado de un plumazo sin consentimiento, pudor o razón alguna. Por ser mujer. Hacía ocho meses que había conseguido escapar junto a sus dos hijos y su marido, Habibullah Afzali, de 29 años, del infierno en que se había convertido Afganistán y aún le dolía el alma como el primer día.
Fatima Ahmadi tenía una vida de ensueño en Afganistán. A pesar de casarse a los 22 años con un hombre de 25, en un matrimonio de conveniencia, pudo terminar sus estudios universitarios de ciencias ambientales, algo inusual en un país donde las mujeres quedan anuladas cuando adquieren condición de esposas. En la etnia hazara a la que pertenecen, según afirma su marido, «tienen una mente más abierta que otras». Ahmadi estuvo trabajando en varias organizaciones contra el cambio climático y para el desarrollo sostenible como la Agencia Nacional de Protección Ambiental 'NEPA'. Pero todo se torció el día que los talibanes se hicieron con el poder del país. Gracias a una beca que le concedió la Universidad de Málaga (UMA) a su marido para continuar sus estudios de informática y la ayuda de grupos feministas en los que Fatima participaba, pudieron escapar del peligro.
Impacto cultural
«Vivir en Afganistán se había convertido en algo traumático», añade Afzali conteniendo la respiración para que sus palabras no tropiecen con el llanto. La etnia de los hazaras es una de las más perseguidas por los talibanes por profesar la corriente islámica del chiísmo en un país donde predomina el sunismo. Además de no dejar que la mujer estudie, trabaje y salga sola de casa como el resto de tribus, matan a los familiares por el simple hecho de pertenecer a esta etnia. «Llegó un momento en que si nos preguntaban, no podíamos reconocer que éramos hazaras porque corríamos peligro», explica su marido al recordar los gritos desesperados de niños en un tiroteo a un colegio a 500 metros de su casa.
El 15 de agosto de 2021 se convirtió en un «día negro» para todas las mujeres en Afganistán. Fatima, joven de ojos rasgados, lo siente así. Y aunque ahora asegura estar feliz porque ella, su marido y sus hijos están a salvo, no puede evitar sentir dolor al recordar a su familia atrapada allí. «No hay esperanza para el futuro porque los talibanes no permiten ningún derecho para la mujer, ellos quieren que las mujeres se queden en casa y no vivan la vida que quieren», expresa. Su hermana, por ejemplo, ha tenido que dejar de ir a la escuela y ahora siente que todos «los planes de futuro sólo son posibles en los sueños».
Vivir en un presente donde solo habita el pasado es duro. Y difícil. Y rehacer tu vida en un país social y culturalmente distinto al que acostumbrabas a vivir también lo es. La joven afgana reconoce que es un choque cultural «bastante grande». El estilo de vida en general, la libertad de la mujer, los derechos y la igualdad de género sin discriminación son algunos de los puntos que destaca por encima de todo. Confiesa que en España «la gente es mucho más sociable y caritativa que en Afganistán», por lo que se sienten verdaderamente cómodos aquí, pero aún hay hábitos de los que no es capaz de desprenderse.
El 7 de mayo de 2022, los talibanes volvieron a imponer la obligatoriedad del burka. Y aún llevándolo, la mujer no debía salir de casa sin el acompañamiento de un varón. Pero no valía cualquier varón. Habibullah Afzali cuenta cómo ahora los talibanes chequean los coches preguntando la relación de parentesco existente entre el hombre y la mujer. Al igual que en la calle piden la documentación. Una de las hermanas de Fatima que viajaba con su vecino para visitar a otra hermana sufrió una amenaza por no viajar con su padre, hermano o marido. Y ahora la joven refugiada también carga con esa inseguridad. Le abruma no poder sentirse independiente cuando antes de los talibanes lo era.
Afortunadamente, ella nunca llevó burka, pero sí recuerda que para salir de Afganistán tuvo que cubrir todo su rostro. De hecho, «ahora los talibanes incluso arrestan o agreden a los familiares de las mujeres, a sus hermanos o padres, si no obligan a sus hijas a llevar bien puesto el hiyab», detalla Habibullah. Fatima acostumbra a llevar el velo porque es un complemento de la vestimenta tradicional de la mujer afgana, pero no teme dejar al descubierto su pelo oscuro con alguna pincelada canosa y recogido en un moño. Asimismo, aunque sabe que en España puede vestir diferente, reconoce no sentirse cómoda llevando otra ropa que la que solía usar en su país.
Adaptación
Las secuelas de lo acontecido hacen mella en el día a día de esta familia. Incluso las pesadillas son casi diarias. «Nuestra hija Sana (de 3 años) muchas veces se despierta en las noches gritando», comenta Afzali. Salir adelante sin tener un buen estado mental es «muy difícil», incluso «ella ahora está perdiendo pelo por el estrés post traumático», declara su marido dando voz a las palabras en persa que Ahmadi no sabe convertir al inglés. Ella añade: «Puedo olvidar el dolor que sentí, pero no puedo olvidar la situación y el miedo y lloro por mi hija en ese momento».
Ahora Fatima Ahmadi y su familia comienzan una nueva vida en la costa malagueña. Gracias al apoyo recibido por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) han conseguido un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. Su objetivo en este momento es aprender español para poder comunicarse y su «mayor deseo por cumplir» es hacer un máster sobre ciencias ambientales que le permita trabajar en lo que le apasiona. «Definitivamente necesito un trabajo para satisfacer todas las necesidades de mis hijos», expone. Sabe que no será una tarea fácil ni rápida, y aunque ahora mismo se sienta feliz porque, como decía, «sentirme a salvo era una de las cosas más grandes», siempre le ronda en la cabeza la misma pregunta: «¿Cuándo podremos volver a Afganistán?».
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