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Lo tiene claro: para dedicarse a la docencia hay que tener vocación. Carlos San Millán lleva 25 años en el Colegio El Atabal como profesor de Secundaria; desde 2005 como asociado de la UMA, donde actualmente imparte Historia de la Educación en la Facultad de ... Pedagogía; tareas que desde hace dos años compagina con la Universidad Isabel I. «Mi vida es la enseñanza», asegura Carlos San Millán, y por cómo habla de sus «queridos alumnos», también es su pasión. Se siente un privilegiado. Pide en el aula la misma implicación y esfuerzo que pone en su trabajo, sin dejar de ser una persona cercana que pone su número de teléfono a disposición de sus alumnos «por si alguna vez lo necesitan para algo urgente». En definitiva, predica con el ejemplo. «El verbo convence, pero el ejemplo arrastra», es una de sus frases favoritas, y la que cada día, con rigor y respeto, intenta inculcar a sus alumnos. Y aún le queda tiempo para publicar libros de investigación histórica, muchos de ellos sobre Alhaurín de la Torre, que le han valido este mismo año el nombramiento como cronista oficial de este municipio.
–¿Es verdad que cuando acaba el curso invita a sus alumnos a tomar algo en la cafetería de Ciencias de la Educación?
–Así es. Considero que es fundamental estrechar lazos con los alumnos. Cuando ven que les marcas unas directrices, pero al mismo tiempo eres cercano, se forma un binomio perfecto. Unas veces vienen 15, otras 20 o 40, los que vayan, echamos una tarde-noche agradable..., hasta que nos echan del bar de la facultad.
–También me han contado que lo de 'dar la chapa' en clase no va con usted.
–La materia la hace el profesor y depende del interés que ponga al impartirla. Por muy aburrida que pueda ser a priori, si al alumno le das una motivación y le haces ver que eso tiene una utilidad, seguro que logras que se interese. El alumno tiene que ver implicación por parte del profesor y éste debe proporcionarle los recursos necesarios y las herramientas que requiera para poner esos recursos en valor y darles así un sentido. Pero, para ello, el profesorado tiene que meterse de nuevo en las trincheras, de las que muchos se han salido. Sé que duele escucharlo, pero faltan profesores que se impliquen.
–Hay una frase que suele repetir en clase y que viene a colación de lo que ha comentado.
–«El verbo convence pero arrastra el ejemplo». Si un alumno ve que le estás exigiendo puntualidad, pero tú también eres puntual; si le dices que le vas a contestar un correo y antes de que él lo espere ya le has contestado, el alumno va a decir «este hombre o esta mujer es serio». Es el ejemplo diario lo que arrastra.
–¿Existe mucha diferencia entre impartir clases en Secundaria o en la universidad?
–Basándome en mi experiencia, puedo afirmar que el alumnado llega a la universidad muy infantil. No sé si se ha bajado el nivel en Secundaria y Bachillerato, pero sí la exigencia, y cuando eso ocurre bajan los ritmos y cuando bajas los ritmos todo el mundo se aburguesa. Los alumnos, estén en la etapa que estén, hacen lo que les exigen los profesores; si les pides dos te dan dos, pero si les basta con uno y medio, eso es lo que te darán. Y hay que hacerles entender que nada es fácil.
–Su trabajo es aportar conocimientos a los demás pero, ¿recuerda haberse ido a casa con una lección aprendida de un alumno?
–Muchas veces, sobre todo me dan lecciones de humildad. Por ejemplo, me ha pasado que al final de la clase un alumno me ha dicho: «Carlos hoy creo que se ha equivocado, pero como siempre está tan entregado no le he querido decir nada». Ante todo los profesores somos personas. Y, sin duda, somos los más privilegiados del mundo junto con los sanitarios, porque crecemos, enseñamos, educamos, mostramos y envejecemos con personas.
–¿Considera que para dedicarse a la enseñanza hay que tener vocación?
–Por supuesto. Yo siempre me refiero a mis alumnos como «mis queridos alumnos», porque yo los quiero, sino no estaría tantas horas dando clases. Yo siempre digo que, aunque siempre esté ocupado, no trabajo, porque para mí trabajar es algo más físico, o estar continuamente mirando la hora, pero como la enseñanza me apasiona, eso no me pasa.
–Me cuentan una anécdota de clase relacionada con estornudos y 'bless you'.
–Tuve un padre muy exigente, que daba mucha importancia a las formas. Por eso, cuando alguien estornuda en clase, esté haciendo lo que esté haciendo, siempre digo 'Jesús María' o, como me encantan los idiomas, suelo decir 'bless you'; aunque esté en una conferencia ante 500 personas..., me sale solo.
–Da mucha importancia a los modales, entonces.
–Los valores tienen que venir de casa y hay que recuperarlos también en los centros escolares y la universidad. Los alumnos están deseando que alguien les diga: «mira, esto por aquí», quieren rectitud, siempre con respeto, por supuesto. Están faltando autoridad, seriedad, cercanía con los alumnos, no verlos como un problema, el alumno para un docente no es un problema es su herramienta de trabajo, es su diamante; lo que te vuelques con él, lo que trabajes en él, no lo olvidarán en la vida.
–Y el verano, ¿es un parón necesario o le resulta demasiado largo?
–Los dos o tres primeros años, creía que tenía muchas vacaciones, pero ahora las necesito. Ya tengo una edad y, quienes me conocen, saben que duermo cuatro horas diarias. Necesito las vacaciones para oxigenarme. Aunque cuando llevo dos semanas, ya he descansado para otro año (risas).
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