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Alba Prieto posa en El Palo, donde vive. Alberto Gómez
Alba Prieto: «Prefiero ser stripper a volver de okupa»

Alba Prieto: «Prefiero ser stripper a volver de okupa»

Asegura haber introducido en España el esposado en las despedidas, consistente en encadenarse al novio durante toda la noche

Lunes, 7 de agosto 2017, 00:34

Todo empezó como una broma en la despedida de soltero de un amigo, hace más de una década: «En vez de contratar a la típica tía despampanante me llevaron a mí, de cachondeo». Sin llegar al metro y medio de estatura, Alba Prieto ha hecho de su físico un modo de vida. Varias agencias ofrecen sus servicios como «antistripper», una palabra que ella rechaza: «Soy stripper, sin anti». Asegura haber introducido en España el esposado en las despedidas, consistente en encadenarse al novio durante toda la noche. Cobra 150 euros por striptease y 300 euros por esposado. Bajo la capa más superficial de su relato –«Se parten de risa conmigo, lo recuerdan toda la vida»– se esconde una historia de acoso, agresiones, machismo y desamparo institucional.

¿Cómo llegó a ser stripper?

–De pequeña se metían mucho conmigo. En el colegio me llamaban gorda y me pegaban. Otros me reventaban el batido en la mochila. Con doce años fui sola a la Policía de Barrio para ver si alguien podía protegerme, porque ni en el colegio ni en casa me hacían caso. Estaba harta. Y hubo un momento en que dije: «De mí no se cachondea nadie más». Empecé a hacerme fuerte. Yo soy única. Strippers altas, delgadas y llenas de silicona hay un montón.

Alba tiene 31 años y vive en una habitación de alquiler en El Palo, donde apenas puede andar unos pasos sin que alguien la salude. Su aparición en programas de televisión como ‘Sálvame’, ‘Callejeros’ o ‘El diario de Patricia’ disparó su popularidad hace años y desde entonces recibe ofertas para realizar esposados por todo el país. El pasado fin de semana se desplazó hasta Salamanca para uno de sus espectáculos: «Se lo pasan tan bien que acaban invitándome a la boda».

«De pequeña me insultaban y me pegaban en el colegio, hasta que dije: De mí no se cachondea nadie más»

¿Ha sufrido algún incidente?

–Me han pasado varias cosas, sí. En Los Álamos me pegaron una paliza y me lesionaron la córnea. Por culpa de aquello llevo gafas. Otra vez, en un esposado que tuve, los amigos le dijeron al novio: «Si no te portas bien, después vienen más cosas». Y cuando fuimos al baño me preguntó qué le esperaba luego. Yo le respondí que se lo preguntara a sus amigos. El tipo empezó a tirar de mí hasta sacarme las esposas y me destrozó la muñeca.

Alba se ha tatuado unas esposas en el cuello. Alberto Gómez

¿Y no lo denunció?

–No. ¿Cómo explico yo a la Policía que voy esposada a un chaval?

«Algo estable»

Pese a que reivindica su trabajo «como cualquier otra forma de ganarse la vida», Alba reconoce que lleva tiempo buscando «algo estable» como camarera o cocinera. «No es que lo pase mal o que no me gusten las despedidas, sino que necesito saber cuánto dinero voy a ganar cada mes, porque los inviernos son muy flojos y con lo que gano en verano tengo que vivir todo el año». La búsqueda no ha dado frutos de momento.

¿Cuál es su situación económica?

–He llegado a estar de okupa seis meses en la Carretera de Cádiz. Necesito estabilidad, la verdad, pero en las discotecas y los bares prefieren regalarme una botella y tenerme ahí de cachondeo que darme trabajo. No sé por qué. De copas no como.

«Me hice fuerte. Yo soy única. Strippers altas, delgadas y llenas de silicona hay un montón»

En casos como los de Alba, la falta de oportunidades y la desatención de las administraciones complican el acceso al mercado laboral y tumban cualquier tentativa de juicio. Ya ha ocurrido en otras ocasiones; la presión social contribuye a desmantelar prácticas denigrantes, como los espectáculos del bombero torero, pero no ofrece alternativas que garanticen un empleo digno. Y es entonces, bajo riesgo de exclusión, cuando muchos se ven abocados a aceptar puestos de trabajo sumergidos, sin la seguridad jurídica ni económica necesarias. «Prefiero ser stripper antes que volver a ser okupa», resume Alba.

¿Cree que en sus espectáculos se ríen con usted o de usted?

–Con los esposados se ríen conmigo. Es un cachondeo. Hay muchas fotos en mis redes sociales. Se nota que los grupos se lo pasan bien. En los stripteases siempre hay alguno que se ríe de mí o que me insulta. Y voy hacia donde esté para que se rían de él. Si él se ríe de mí, yo me río de él.

Varias agencias usan el término antistripper para ofrecer su servicio.

–No me gusta. La propia empresa nos discrimina con esa palabra. Hago el mismo trabajo que cualquier otra stripper, aunque sea diferente. Y además voy sola, sin una persona de seguridad al lado, como hacen ellas.

¿No es peligroso?

–Puede serlo. Una vez me esposaron al novio y al suegro y nos llevaron a un local de intercambio de parejas. Me fui en cuanto se soltaron. Y en otro striptease, puse al chico boca arriba y me agaché, como hago siempre. Me retiró el tanga y empezó a tocarme delante de todos. No sabía qué hacer, la verdad.

«¿Denunciar agresiones?, ¿cómo le explico yo a la Policía que voy esposada a un chaval?»

Pero eso es una agresión sexual.

–No fue con mala intención. Son gajes del oficio, cosas normales que pasan en este trabajo. Los amigos estaban con la boca abierta. Cuando se dan estas situaciones, una se levanta y sigue haciendo el trabajo. Ya está.

Respecto a las críticas por la contratación de personas con enanismo en las despedidas de soltero, Alba aclara que no padece acondroplasia, aunque algunas agencias ofrecen su servicio bajo ese reclamo por su estatura baja: «Me han llamado gorda y enana muchas veces. No me molesta que giren la cabeza cuando paso cerca. La cruz tatuada en el pecho me la hice porque me gusta que me miren. Así hago notar que soy una persona diferente». En el cuello se ha tatuado unas esposas, orgullosa de haber introducido el encadenamiento en las despedidas de soltero.

Entre semana, Alba organiza las celebraciones contratadas, busca trabajo y recoge tapones para ayudar a Carmen, una niña que padece síndrome de Williams: «A veces voy pidiendo tapones y me ayudan a mí dándome comida porque saben que ayudo. Es una cadena». Hasta que encuentre otro trabajo, Alba seguirá esposándose en despedidas de soltero cada fin de semana, expuesta a agresiones como las que ya ha sufrido y desoyendo los comentarios de quienes critican su modo de vida sin ofrecerle alternativas, a la vez que se arma de argumentos quebradizos para justificar el sexismo que continúa imperando en estas celebraciones.

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