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Su presencia persiste, pero cada vez son menos. Los focos de 'resistencia' se localizan en la zona Centro y La Malagueta, pero su oficio está en vías de extinción. Los porteros reivindican su papel en las comunidades de vecinos, porque más allá de su labor de mantenimiento, limpieza, control del correo, cuidado del cuarto de contadores y comunicación de incidencias al presidente o al administrador ponen en valor todo aquello que sin estar plasmado en un contrato tiene tanto valor o más. Se convierten en personas de confianza y para muchos residentes, sobre todo para los de avanzada edad, en su mano derecha. Sin embargo, bien por jubilación, por razones económicas, por avances tecnológicos o por empresas de servicios que suplen sus funciones y asumen los costes laborales, muchos de estos trabajadores tienen las horas contadas.
En Málaga, las comunidades grandes, con personas muy mayores, o especialmente solventes son las que continúan apostando por este servicio. «Para nosotros es una enorme comodidad, porque nos transmiten de forma rápida y directa cualquier incidencia», admite Manuel Jiménez, presidente del Colegio de Administradores de Fincas de Málaga y Melilla, quien pone en valor el trabajo que realizan estos conserjes echando una mano desinteresadamente a los vecinos. «Sin embargo, esas confianzas parece que cada vez molestan más; ahora todo levanta suspicacias», advierte Jiménez, quien lamenta que esta figura laboral sea cada vez más «impopular».
Son las diez de la mañana y Amparo Cañamont (Córdoba, 1966) se apresura a apagar el primer 'fuego' del día. Unos operarios se han presentado sin previo aviso para pintar en una vivienda ahora vacía y ante el desconcierto inicial, amenazan: «Si nos vamos, ya no sabemos cuándo podremos volver», así que Cañamont tira de teléfono para hablar con la propietaria y solventar el contratiempo. En los Boliches, frente al paseo marítimo de Fuengirola, la labor de esta empleada resulta crucial, porque los pisos (en su mayoría de cordobeses que los habitan en verano, fines de semana y puentes) o están alquilados por extranjeros o están cerrados a cal y canto. Pero desde hace tres años en que se hizo cargo de la portería, donde también tiene su vivienda de escasos metros cuadrados, Cañamont vigila quién entra y quién sale, «por la seguridad de los que viven y los que no», afirma esta trabajadora que, con las llaves del 90% de los vecinos, no deja nada al azar. «Soy como una cámara de vigilancia personal», compara la trabajadora, que solo tiene palabras de agradecimiento para una comunidad que la acogió con los brazos abiertos tras la jubilación de la anterior portera y una situación personal complicada.
Divorciada, en paro desde hacía unos años y sin posibilidad de acceder al subsidio para mayores de 52 años por insuficiencia de cotización, a punto estuvo de solicitar el Ingreso Mínimo Vital para salir adelante con sus dos hijos. Pasó de tener una vida acomodada a hacer de todo, desde cajera, panadera o jardinera a trabajos de limpieza. «No se me caen los anillos». Pero su oportunidad llegó de manos de un paisano cordobés, gerente del gimnasio al que ella iba «en los buenos tiempos», y propietario de un piso en esta comunidad de Los Boliches. «Sabía de mi situación y siempre me tenía en mente, así que al jubilarse la anterior portera, su esposa (él falleció) me ofreció el trabajo», recuerda esta trabajadora que se vino a Málaga con «los ojos cerrados». Su llegada fue un soplo de aire fresco: limpieza de escaleras, basura, correo, mantenimiento, control del bloque… «Eso y lo que surja, aquí estamos para lo que haga falta», expresa. De ello da fe la administradora de fincas de esta comunidad de propietarios, Mari Ángeles Peña, que destaca lo «resolutiva» que es Cañamont y lamenta que el oficio de portero se esté perdiendo: «La inmediatez que proporcionan no tiene precio». No niega el coste laboral para una comunidad, pero está convencida de que compensa por la confianza que genera con los vecinos y la ayuda que representa para ellos, especialmente si son mayores. En este sentido, el coste anual para una comunidad puede ser hasta tres veces mayor.
Aunque tiene su horario, Cañamont está las 24 horas operativa, «solo desconecto los datos del teléfono el ratito de la hora de comer para que no entren mensajes, pero me pueden llamar sin problema». Y eso fue lo que ocurrió una noche en que unos vecinos se dejaron la llave del coche en el interior de la vivienda cuando iban a recoger a su hijo al aeropuerto. «Salieron con prisas y tiraron de la puerta con la llave puesta también», relata Cañamont, a la que acudieron en busca de ayuda. «Saben que me tiene para lo que necesiten, así que cogí mi caja de herramientas y después de muchos intentos logré abrirles sin tener que recurrir a un cerrajero».
Cañamont trata así de devolver con su trabajo y buena disposición un poco de lo que esta oportunidad ha supuesto para ella. No solo laboralmente, sino también personalmente. No duda en reconocerlo tampoco. La vivienda de la portería es pequeña, «como un tranvía», describe al estar en línea el dormitorio, la cocina y una pequeña sala de estar. «Ahora es habitable después de una buena mano de pintura, limpieza a fondo y unos muebles reciclados. Tener casa a un paso del mar, aunque sea así de modesta, es un lujo en los tiempos que corren», confiesa.
De este modelo de porterías van quedando cada vez menos. Así lo constatan desde el Colegio de Administradores de Fincas. «Las comunidades están recurriendo cada vez más a empresas de servicios y las que disponen aún de la vivienda del antiguo portero las están alquilando o las utilizan para celebrar las reuniones de vecinos», aclara Jiménez.
Este mes de marzo, Fernando Heredia, cumplirá 25 años como conserje en el edificio Torre Alameda. A estas alturas, «conozco aquí hasta el gato», indica este trabajador al frente de una portería con un trasiego incesante de personas. Porque más allá de los vecinos de toda la vida, hay numerosas consultas médicas y de abogados, lo que le obliga a estar permanentemente alerta. «Algunos vienen y preguntan por algún especialista, pero luego compruebo en la pantalla del ascensor que no han ido a la planta que les he indicado. Más de una vez he tenido que echar a alguien por un comportamiento inapropiado», relata Heredia, que también ha comprobado en esa portería cómo ha evolucionado la sociedad.
En esa especie de laboratorio sociológico, este trabajador ha comprobado cómo tras el fallecimiento de los vecinos mayores, el trato con sus hijos ya es muy diferente, «más distante». También lo comprueba con ese público externo que acude a las consultas: «Entran al bloque y algunos no dan ni las buenas tardes; y si les preguntas a dónde van, si puedes ayudarles, hay quien me ha contestado con un 'a ti que te importa'», lamenta Heredia, quien asegura no acostumbrarse a esa mala educación.
En esa nueva relación con el vecindario, también se ha quedado por el camino gran parte de la confianza. «Antes tenía la llave de todos los propietarios; ahora de nadie, pero tampoco la quiero. Demasiada responsabilidad», zanja Heredia, quien no elude custodiarla en momentos puntuales, pero no permanentemente. «Hace años, las necesidades eran otras. Los hijos me avisaban preocupados si sus padres no les cogían el teléfono y yo con las llaves podía entrar en la vivienda y comprobar si estaban bien o socorrerlos si se habían caído, pero eso ya ha cambiado. Ahora, todos tienen internas y ya no precisan de mi ayuda».
En cualquier caso, este conserje pone en valor el trabajo que realizan y cree que será difícil que el oficio desaparezca, «porque una empresa no suple toda nuestra labor ni el control y conocimiento que tenemos de las instalaciones. Como yo conozco este bloque, no lo conoce nadie», recalca Heredia, quien trabajó como jefe de mantenimiento en una empresa antes de ser contratado en esta comunidad.
En estos tiempos, en los que el mercado de la vivienda está más activo que nunca, estos trabajadores se convierten en fuentes informativas de primer nivel para muchas inmobiliarias. Necesitan pisos que vender y acuden a ellos para saber, a cambio de una comisión, si algún propietario lo va a sacar a la venta. Pero tampoco quiere oír hablar de eso. «Una vez me engañaron y salí escaldado», resume.
Si hay comunidades donde realmente sean apreciados estos trabajadores son aquellos con propietarios de avanzada edad. Su trato cercano y el nivel de confianza que alcanzan con ellos, los convierten casi en su mano derecha. Si están ellos en el bloque, están tranquilos y se sienten seguros. Así lo relata Juan José Martín, que lleva 11 años como conserje en este bloque de viviendas de La Malagueta, una zona en donde cada vez más comunidades se suben a la tendencia de contratar empresas multiservicios.
«En mi bloque, el 80% de los vecinos son personas mayores, que saben que pueden contar conmigo si me necesitan», asegura este trabajador quien en plena pandemia no dudó en coger el coche a las tres de la madrugada y acudir a su lugar de trabajo para ayudar a un vecino que se había caído y no podía levantarlo su esposa. «No vivo en el bloque, pero son personas que tienen a los hijos viviendo fuera de Málaga y si me requieren, me van a tener», avanza Martín, a quien el 70% de los propietarios le confía las llaves de su casa. Trabaja en una comunidad solvente y también agradecida, que sabe reconocer la entrega de este trabajador a media jornada. «Son muy generosos y en Navidad recibo más de aguinaldo que de sueldo».
Habla orgulloso del trabajo que realiza y de las satisfacciones que le da. «Aquí me tratan todos con mucho cariño. Me han visto casarme y también nacer a mi hija».
En este sentido, Martín entiende que las comunidades de vecinos quieran prescindir de los conserjes y porteros (viven en el bloque) por el coste laboral que conlleva, «pero estas sociedades nunca podrán crear los vínculos personales tan valiosos que nosotros tenemos con nuestro vecindario. Y eso no tiene precio».
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