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Grabado antiguo de un festejo taurino en la plaza Mayor de Madrid, similar a los que se celebraban en la plaza de la Constitución de Málaga
Cuando la plaza de toros estaba (también) en la plaza de la Constitución

Cuando la plaza de toros estaba (también) en la plaza de la Constitución

El espacio se construyó en apenas dos días y se aprovechó durante tres siglos: el primer festejo se organizó para celebrar la toma de la vecina Granada por parte de los Reyes Católicos, los toreros eran los nobles y aristócratas y las reses salían desde la calle del Toril, hoy calle Larios

Domingo, 8 de abril 2018

Aunque la memoria remota de más de uno pueda llevar a la conclusión de que la plaza de toros de la Malagueta ha sido (casi) el único lugar en el que se ha celebrado la fiesta de los toros y que ambas historias han corrido de la mano desde que el coso abriera sus chiqueros en el año 1876, la afición por la tauromaquia en la capital es mucho más antigua en el calendario y llama la atención descubrir que hasta la construcción de esta plaza que hoy conocemos hubo nada menos que otras seis. Cada una de ellas tuvo su protagonismo a lo largo de los siglos, porque las primeras crónicas sobre la fiesta de los toros en la capital datan de finales del XV. Aunque lo curioso en este caso no es descubrir que ya con los Reyes Católicos comenzó a gestarse el germen de una tradición que sigue hasta nuestros días, sino ver dónde tenían lugar estos festejos.

Y el escenario no era otro que la plaza de la Constitución, conocida en aquellos tiempos como la plaza de las Cuatro Calles y aprovechada -nunca mejor dicho- como el epicentro de toda la vida social, cultural, administrativa y política de la época. Incluidas las corridas de toros. En torno a sus cuatro fachadas se distribuían el Ayuntamiento o la Casa Consistorial, la cárcel y otras dependencias institucionales como la casa del corregidor que durante siglos tomaron el pulso a una ciudad que estrenaba el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna y con los reyes Isabel y Fernando como protagonistas, también en Málaga.

De hecho, las gestas de los monarcas en la Reconquista están detrás de aquella primera fiesta taurina en la plaza de las Cuatro Calles. En concreto, en la toma final de Granada. Según el archivero municipal Francisco Bejarano Robles, el día 4 de enero de 1492 se recibió en el cabildo malagueño, ya bajo la autoridad cristiana -la conquista de Málaga había tenido lugar unos años antes, en 1487-, una carta del rey Fernando anunciando la toma de la vecina ciudad y de la entrega de la Alhambra y de todas las fortalezas que hasta el momento habían estado «en poder de los moros». Las autoridades locales organizaron las correspondientes celebraciones para dos días después, el 6 de enero festividad de Reyes, con la primera lidia de toros en la plaza de las Cuatro Calles, una procesión hasta el santuario de la Victoria y la orden de que los vecinos pusieran por la noche en las puertas y ventanas de sus casas luminarias para conmemorar la gesta.

El acondicionamiento de la plaza central de la ciudad para reconvertirla en coso taurino se hizo en apenas dos jornadas: carpinteros y albañiles trabajaron a destajo para dejar a punto los trabajos, que consistieron en el cierre de la plaza con tablones de madera y unas tirantas especiales a modo de barreras. Las cuatro esquinas de las calles que desembocaban en la plaza -hoy Compañía, Especerías, Granada y Larios - quedaron cerradas a través de galeras con portillos que se abrían y cerraban para que los ciudadanos entraran y salieran del festejo. Como curiosidad, las autoridades dispusieron en el escrito que organizaba la corrida de toros que todos aquellos elementos de 'quita y pon' «se den a guardar a los vecinos más cercanos, que habrán de responder de ellos y entregarlos cuando se les pida». Y la famosa fuente de Génova, que presidió la plaza hasta principios del siglo XIX, era protegida por una estructura de madera que la cubría desde el pilón inferior hasta la taza intermedia.

Grabado de Málaga correspondiente al año 1487, de E. de la Cerda.

El público también se distribuía por la plaza en función de las clases sociales, como no podía ser de otra manera: el pueblo se situaba de pie en el contorno de la plaza y protegido por los listones de madera, mientras que las autoridades municipales, militares y eclesiásticas y la aristocracia se repartían los balcones de la Casa Consistorial y los edificios anexos. Cuentan algunas crónicas, incluso, que la disposición de 'balcones corridos' que aún hoy vemos en la plaza de la Constitución respondían a las reclamaciones de las clases más acomodadas, que se repartieron escrupulosamente -y no sin ciertos conflictos- el privilegio de ver los toros desde lo alto, a modo de barrera de lujo pero sobre el suelo. Y a pie de calle, a la misma altura que el resto del pueblo, disfrutaban del festejo los presidiarios de la mencionada cárcel siempre que tuvieran buena conducta y a través de las ventanas con barrotes, algunos de ellos a ras de la propia plaza. A menudo, junto a ellos se colocaban los sirvientes.

Plano de la distribución de la entonces plaza Mayor de Málaga (o plaza de las Cuatro Calles) Archivo Municipal

Ahora bien, ¿de dónde salían los toros? ¿cómo se organizaba el espacio para las reses? La respuesta revela otro dato poco conocido hasta el momento: la calle Larios -la cuarta de las vías que desembocaban en la plaza- aún no existía (se construiría nada menos que cuatro siglos después, en el XIX) y de hecho en aquella época recibía el nombre de calle del Toril o callejuela de los toros: justo por ahí salían las reses, sometidas a una estrecha vigilancia por parte de los alguacilillos para garantizar la seguridad ciudadana y que a la hora de la lidia eran conducidas a la plaza a través de un zigzagueante pasillo construido en madera.

A pesar de que la imagen del toro saliendo al centro de la plaza pudiera resultar similar a la que conocemos hoy, (casi) nada del resto de la fiesta guarda semejanzas a la lidia actual. Para empezar, los 'toreros' fueron durante muchos años los propios nobles y aristócratas, que asumían la lucha contra el toro como una batalla contra el enemigo donde todo estaba permitido: la lidia se hacía siempre a caballo y espada en mano, y si no podían dar muerte al animal recurrían a un par de lacayos auxiliaban a pie a su señor y cumplían con la suerte suprema, es decir, con la muerte del astado. Esa falta de normas a la hora de tratar al toro dejaba estampas absolutamente espeluznantes, incluso hay crónicas que recogen que cuando el animal ya estaba cansado o medio muerto se les cortaban los tendones de las patas y se acababa con él «como se podía».

En cualquier caso, al público no parecía impresionarle el espectáculo; al menos no el que abrió la tradición de los toros en la plaza de la Constitución aquel 6 de enero de 1492. En el mismo escrito de Bejarano Robles se hacía alusión a que la «bravura de los toros, el arrojo y destreza de los caballos obedientes a la maestría de la mano, han regocijado al público». Y se aplaudía en concreto la 'faena' del aristócrata local don Fernando de Natera, que «alanceó en brioso corcel, de gran arrojo, un toro bravo».

Grabado de M. de Mesa (1839), donde se ve la fachada principal del Ayuntamiento, entonces en la plaza de la Constitución. Libro 'Las Casas Consistoriales de Málaga' Archivo Díaz de Escovar

Esa forma de toreo a caballo se prolongó hasta el siglo XVIII, cuando empezó a popularizarse la lidia a pie y ya los nobles comenzaron a pasar a un segundo plano en los festejos, entre otras cosas porque la llegada de los Borbones y de Felipe V, de origen francés, al trono, rebajó mucho la euforia de los aristócratas por vivir el festejo desde esa primera línea ya que al monarca no le gustaban los toros e incluso llegó a afear esa participación tan activa en la muerte del animal por parte de sus nobles.

Sea como fuere, la plaza de las Cuatro Calles fue durante tres siglos el epicentro de una afición cada vez mayor por la fiesta de la lidia. La hechura y el diseño del espacio la convirtieron en el escenario ideal cada vez que la ocasión lo requería, aunque llegó un momento en que el aumento del interés por parte del público y la necesidad de una mayor seguridad llevaron a las autoridades locales a plantear el fin de los espectáculos taurinos en la céntrica plaza y la 'mudanza' de la afición cerca del convento del Carmen, donde a finales del siglo XVIII se construyó una plaza de madera con capacidad para 5.000 personas. Pero ésa es ya otra historia.

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