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Su atractivo era evidente. Entre tanta playa negra con denominación de origen, aquel trozo de orilla de reluciente arena blanca era una imagen caribeña que sedujo a varias generaciones de bañistas. Particularmente, a los más jóvenes en aquellos años 80 que la convirtieron en su punto de encuentro costero cuando había que plantar la toalla, pese a que, vista de cerca, aquella orilla no escondía su carácter artificial, ni su aspecto de decorado de película. Amén de que aquel arenal tan brillante y de grano grueso no era precisamente cómodo al tacto. Pero esos detalles no impidieron que la de la Arena Blanca de Pedregalejo se convirtiera en la playa de la movida.
«Si querías ser alguien tenías que ir a la Arena Blanca», cuenta el escritor y crítico de cine Miguel Ángel Oeste, que precisamente ha rescatado este paraíso perdido en su última novela, 'Arena' (Tusquets), que llegó a las librerías el pasado martes. En sus páginas se respira el verano de 1992 y se muestra que este trozo de playa era el preferido de los bañistas más jóvenes. «En realidad Pedregalejo fue el epicentro en aquella época de la marcha y la movida, de tal forma que la playa de la Arena Blanca era un vértice imprescindible durante el día que por la tarde y por la noche se desplazaba a La Chancla y a la discoteca Bobby Logan», relata el autor, que vivió el éxito espontáneo de esta zona en la que además creció.
Delimitada por dos espigones que la convertían en una pequeña cala y situada justo delante del chiringuito Miguelito el Cariñoso, el origen de esta playa está a comienzos de los 80 cuando la Dirección General de Costas y Puertos creó el paseo marítimo, construyó malecones y amplió las playas de la zona Este de la capital. Aquella regeneración del litoral no estuvo lista para el Mundial de Fútbol de 1982 -Málaga era subsede-, pero sí entraron en funcionamiento al verano siguiente. Lo que no está claro es la procedencia de aquella arena, porque mientras las playas colindantes -hasta los astilleros Nereo, por un lado, y hasta el arroyo Jaboneros, por el otro- eran negras y se rellenaron con arena autóctona, aquel trozo se cubrió con una tierra exótica, aunque de calidad discutible para el placer playero.
«La sensación es que era arena de obra», cuenta Miguel Ángel Oeste, al que da la razón otro asiduo de aquella playa, Daniel Esparza, autor de libro 'Málaga Surf: Historia del Surf y Bodyboard (1970-2000)'. «Desde luego no era arena del desierto como ocurría en otros casos cuando se quería hacer una playa de este tipo, sino que era un grano gordo y poco agradable», confirma Esparza, que señala que la playa quedaba un metro más abajo de la altura que tiene hoy y había que bajar unas escaleras desde los espigones.
Pero la estética le pudo a cualquier inconveniente en la práctica. Y es que la playa destacaba por su luminosidad frente a las colindantes de las Acacias o la situada delante de La Chancla, y su arena blanca se hizo tan irresistible que acabó tomando este nombre por 'votación' popular. «Era el punto de reunión de la pandilla... en aquella época en la que no existían móviles, sabías que en verano ibas por allí y te encontrabas con todo el mundo», añade Antonio Gómez, vecino de Pedregalejo.
«En la playa de la Arena Blanca se dio un fenómeno curioso y es que iba todo el mundo de aquella generación, los pijos, los surferos, los del Palo y los de los barrios de Málaga... y había una convivencia auténtica. La gente se relacionaba y se mezclaba, pero ahora veo que ya no es así», constata el escritor Miguel Ángel Oeste sobre el efecto que creó aquella cala más propia de las Bahamas. «Era nuestro oasis tropical, porque además cuando entraba el terral y pegaba el sol se acentuaba el color verde del agua en la orilla con aquella arena. ¡Era tan exótico que para nosotros era como estar en el Caribe!», rememora Daniel Esparza, que añade que en aquel arenal tenía además su espacio el pionero del surf en Málaga, Pepe Almoguera, y las olas que entraban tras la construcción de los espigones la convirtieron en la preferida de los locos por las tablas.
Por aquello de la cercanía, los estudiantes de los colegios de Pedregalejo y El Palo tomaban posesión de la Arena Blanca incluso los días de diario cuando se acercaba el buen tiempo en primavera ya que «nos quedábamos en la playa después de clase y hasta estudiábamos y hacíamos los deberes allí en grupo«, recuerda Eva Sorzano, exalumna de la Presentación. Incluso el último día de colegio de mayo «se convirtió en tradición ir a la playa a bañarnos», cuenta Marta Panizo, antigua estudiante de las Esclavas y que guarda las fotos -como se puede ver en este reportaje- de aquellas niñas de uniforme metiendo los pies en el agua.
Para comer lo normal era llevarse el bocata, aunque era más seductor el mítico campero de Ana, amén de un café o una copita en La Chancla o el Kanaloa. Y para sacar partido al sol, la Nivea con mercromina y la crema de zanahoria, apunta Sorzano, sin olvidar las gafas de espejo, los bañadores de pierna lata, las melenas rizadas, las tablas de surf y la moto que algunos metían hasta la arena. Por algo, aquella playa fue la más moderna, concurrida y exitosa para el 'pasteleo' en los años ochenta. Hasta que el efecto del viento y de las olas fue diluyendo aquella arena blanca y mezclándola con la negrura del resto. Un aspecto caribeño que acabó por perder todo rastro albino con la remodelación del litoral de Pedregalejo en 1990. Curiosa metáfora para aquella playa de la Arena Blanca que desapareció como la movida. Al doblar la esquina de la década.
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