Cuentan los antiguos historiadores malagueños, que el pimpi era un tipo popular, una suerte de guía turístico que acudía al puerto a ayudar a la tripulación en el desembarco y que acompañaba a los viajeros por la ciudad enseñándoles los rincones y comidas más típicas ... de la Málaga. Algo parecido a lo que hace El Pimpi, en mayúsculas, con los visitantes que arriban a la ciudad desde hace medio siglo: ofrecerles un cachito de Málaga en forma de bodega. El histórico restaurante cumple la próxima semana 50 años, y se prepara para festejar sus bodas de oro con todos los clientes, soplando velas y deseando felicidad y otros 50 años de amor.
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El Pimpi abrió sus puertas el 5 de agosto de 1971 de la mano de los empresarios y amigos Francisco Campos y Pepe Cobos. Pero nació, como tantas otras cosas que terminan triunfando, gracias a un cúmulo de casualidad. Ambos trabajaban en Bodegas Campos, en Córdoba, y decidieron expandir el negocio en la vecina Granada. A ese viaje inicial les acompañó el legendario escritor Antonio Gala, que era muy amigo de la familia, pero cuando llegaron a la ciudad de la Alhambra no les gustó la casa que les habían ofrecido y decidieron venir a Málaga a comer.
Casualidades del destino, los empresarios aparcaron en la calle Alcazabilla, por donde antes pasaban vehículos, y se fueron andando hasta el restaurante Antonio Martín, en La Malagueta. En mitad del almuerzo, una persona que pasaba le interrumpió para pedirle un autógrafo a Antonio Gala y se interesó por el motivo del viaje. Entonces les dijo que él conocía un viejo caserón del siglo XVIII que reunía los requisitos que ellos buscaban y se fueron a echarle un vistazo. Cuando comprobaron que estaba justo donde habían estacionado, comprendieron que era la señal que estaban buscando y nunca más abandonaron la capital.
Aunque ahora sea un emblema de la ciudad y parada obligatoria para los miles de turistas que visitan la provincia, los inicios no fueron sencillos. Elena Cobos, la hija de Pepe y una de las actuales responsables del negocio, recuerda que su padre y Paco pasaron tantas penurias que tenían que compartir un menú porque no tenían ni para pedir dos. La situación era tan crítica que apenas dos años después de comenzar la andadura, Bodegas Campos les pidió que abandonaran el proyecto. Afortunadamente para ellos y para Málaga, confiaron y decidieron seguir en solitario. «Comenzaron con 17 personas y hoy somos 140», dice con orgullo Elena.
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En aquellos tiempos, Pepe y Paco hacían prácticamente de todo. Pepe se encargaba de captar a los turistas, se iba a la entrada de la Catedral y les vendía las bondades del negocio y del típico vino moscatel. También recorría los hoteles de la Costa en busca de fortuna, y de vuelta a la bodega se metía detrás de la barra a servir vinos y a pinchar discos. «Iba todas las semanas a Candilejas y compraba seis o siete para que disfrutaran los clientes», recuerda Elena.
Sin querer ahondar en los momentos más complicados –«como ocurren en cualquier negocio»–, apunta que el gran salto de calidad se produjo el 11 de septiembre de 2001, justo el día del ataque terrorista contra las Torres Gemelas. Explica que su padre lo estaba viendo por televisión e inmediatamente le llamó para soltarle una frase que fue el inicio de todo: «Elena, hoy el mundo ha cambiado y si no nos reinventamos vamos a morir».
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Ese cambio de chip les empujó a modernizar el negocio, a mejorar la cocina –ahora cuentan con una enorme huerta propia–, quitar los vasos de plástico y empezar a ofrecer productos típicos de Málaga. «El Pimpi estaba un poco de espaldas a la ciudad y nos acercamos más a la gente», resume. Entonces, «las instituciones, los malagueños y los turistas empezaron a demostrarnos más cariño y nosotros se lo devolvimos».
En aquella época también empezaron a reforzar la rama solidaria y cultural que llevaban desarrollando desde sus orígenes. La necesidad de devolver a la sociedad parte de lo recibido les llevó en a crear la Fundación El Pimpi en el año 2017, cuyo objetivo es apoyar la cultura y las tradiciones de Málaga y ayudar a resolver los problemas sociales más urgentes de la ciudad. Para esta labor también han creado el festival Soles de Málaga, que sólo durante los dos primeros años logró recaudar 256.000 euros.
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El siguiente hito en la historia de El Pimpi malagueño se produjo en diciembre de 2017 con la entrada de Antonio Banderas en el accionariado de la bodega. El actor malagueño adquirió la participación de Francisco Campos, y junto al actual gerente Pablo Gonzalo le ha ayudado a reforzar su imagen internacional.
¿Y el futuro? El lema que han elegido para celebrar este 50.º aniversario es, precisamente, 'Málaga, te querré otros 50 años más'. Los actuales responsables no quieren mirar atrás ni para tomar impulso y se centran en seguir aumentando la calidad del negocio. Aunque ya tenían sobre la mesa diferentes proyectos empresariales para seguir creciendo, el Covid les ha obligado a echar el freno para centrarse en garantizar la viabilidad económica del negocio y de las personas que allí trabajan –185 antes de la pandemia–. Para seguir al menos otro medio siglo.
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