No hay más contraste en ninguna época del año que la noche de Halloween y la mañana del Día de Todos los Santos y, sin embargo, son la misma celebración. El culto a los muertos visto desde dos ópticas muy distintas. La anglosajona, que ha ... calado en la sociedad española desde hace más de una década, se burla del más allá y lo caricaturiza; y la tradicional ibérica, que simboliza el tributo a los que se han ido, los que no están pero se les sigue recordando porque fueron. Y estuvieron.
Publicidad
Centenares de familias han llenado hoy martes el cementerio de San Gabriel, Parcemasa, para homenajear a los suyos. Los coches, en caravana, entraban en el camposanto, mientras que los operarios habían habilitado conos durante todo el recorrido para que los automóviles siguieran un orden. El recogimiento era patente. Flores en las manos junto con un trapito, el que usan para limpiar las lápidas, el pequeño altarcito que muchos le tienen a sus seres queridos.
Pese a lo que la jornada significa hay un lugar, un enclave dentro del cementerio, en el que todo parece más festivo. Justo al inicio de las tumbas, una familia de etnia gitana honra a un abuelo y a un nieto, y llenan el pequeño mausoleo de rosas rojas que cortan las mujeres. «Mira, la mía es la que mejor hace los arreglos», dice Miguel Santiago, señalando a su esposa y el lugar donde está su suegro Rafael y su cuñado Joaquín, que parece que nos miraran a través de sus retratos. Dolores Camacho, la abuela, que tiene 36 o 37 nietos, no está segura, afirma que aquí nunca faltan las flores y que venir, que venga el que quiera, que ella no se va a olvidar nunca. «Si ya no se puede hacer otra cosa», añade.
Más adelante Trini Montañez, junto a Francisco Martín, también prepara unas flores violáceas y rosas de tela. "Vengo porque me siento mejor y siempre le dedico algo antes de irme. Mira, qué bonita, la Virgen del Carmen", como dice señalando al nicho. "Mi madre era muy devota".
Una familia de mujeres se mira con cariño, se abraza, y tienen un precioso y emotivo momento de recogimiento ante la tumba de un adolescente. Nacho Villatoro, que se marchó en 2011, con 15 años. Nuria García acompañada de su madre Ana María, su tía Mariví, su hermana Yolanda, y su pareja Goyo Fonseca. "Venimos mucho", dice, "Nacho tenía problemas de corazón y murió de muerte súbita en el colegio", explica contando que tenía una cardopatía grave congénita y que soportó tres operaciones con una entereza inusual. "Siempre iba al hospital sonriendo, con muchísimas fortaleza; cuando se murió yo decidí que su hermana iba a vivir lo más feliz posible y arropada, y después de llevarla a Halloween, me venía aquí por las mañanas", cuenta Nuria, que se siente feliz de que su hijo tenga este pequeño reconocimiento. Pero no sólo le rezan a Nacho, "hace nada acabábamos de ponerle 'Sigo aquí', de Bambino". Sus tías recuerdan que quería ser futbolista y que en su última etapa era del Barça, así que aunque sugieren que ahora podría ser del Madrid, ya no hay discusión alguna, como afirman entre sonrisas y alguna lágrima.
Publicidad
Vecinas de nicho, tres mujeres que honran a David Durillo. Su madre, Ana Muñoz, explica cómo han acondicionado el lugar donde descansa su hijo, que murió de leucemia, con 7 años, en 2003. Vino frecuentemente, al principio, todos los días, a modo de ritual. "Lo limpio todo, arreglo las flores. A mí me reconforta, me voy más tranquila para casa" explica mientras enseña los pikachus que rodean la lápida y la pequeña vela de calabaza de Halloween.
Rozando la una de la tarde no cabe un alfiler, coches esperando a que otros se marchen para aparcar. La parada del autobús está atestada de personas. "Ya hemos cumplido", le dice una señora mayor a otra.
Publicidad
Los rayos de sol caen con fuerza en esta llanura. El llamado último camino, pero hoy la inmensa mayoría, afortunadamente, saldrá por su propio pie. Antonia Robles, en los primeros patios del camposanto, le dedica esta mañana a su abuelo paterno, Miguel Robles, que murió en 1976, pero a ella no se le olvida.
Las conversaciones se suceden camino abajo, de vuelta, y la paz se mece en el jardín de los recuerdos, donde el visitante apenas tiene noción de que está en un cementerio de no ser por las sutiles placas bajo los árboles. El ritual del Día de Todos los Santos muestra su marchamo intrínsecamente español y cuenta con más seguimiento del que piensan las nuevas generaciones. Las puertas nunca se cierran, pero la oscuridad sucederá a la luz y la peregrinación acabará entre los cipreses. En la cabeza resuena ese poema de la niñez, que se repite siempre que se vuelve a este lugar: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.