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Lleva medio siglo fotografiando Málaga, primero con cámaras rudimentarias y ahora con pequeñas «virguerías» digitales que le han destrozado la espalda pero le han alegrado la vida. Porque para Pepe Sánchez Ponce, más conocido como Pepe Ponce, salir a hacer fotos continúa siendo una pasión ... a la que no está dispuesto renunciar, aunque haya descubierto que ejercer de abuelo le reporta tantas o más satisfacciones que captar la mejor imagen. Lejos de jubilarse, ahora tiene dos proyectos en marcha.
–Ha costado hablar con usted. ¿Vive ajeno al teléfono móvil?
–El confinamiento ha provocado algunos cambios y yo me quedo con la parte buena: no quiero teléfono. Nunca lo he querido, aunque lo he tenido por trabajo. Ahora lo meto en un cuarto, le quito el sonido y no lo cojo hasta que me acuerdo de él.
–¿Ha podido fotografiar la Málaga vacía por la cuarentena?
–Algún bandazo me he dado para retratarla. Me ha sorprendido lo que he visto. Creo que no somos conscientes de lo que está pasando.
–¿Un fotógrafo llega alguna vez a jubilarse?
–Yo no. Lo mío es pasional. No puedo vivir sin salir a hacer fotos. Ahora estoy preparando un proyecto basado en imágenes intervenidas digitalmente sobre las obras del Metro, pero con sutileza: que apenas se perciba.
–¿Pero intervenir en la realidad o alterarla no es desviarse del objetivo del fotógrafo?
–Eso pensaba yo, pero el fotógrafo no tiene por qué reproducir fielmente lo que ocurre. Es como un pintor, que cuando dibuja un paisaje modifica la realidad para que no sea una copia exacta. Nuestro trabajo es reproducir la realidad, pero hay otros puntos de vista.
–¿Cuántos años lleva detrás de una cámara?
–Me da susto pensarlo. Empecé en los sesenta. Cuando veo imágenes antiguas, pienso: «Yo estaba allí». Recuerdo que durante un tiempo me dediqué a visitar todos los pueblos de la provincia. Ahora miro esas fotos y creo que ha pasado un siglo.
–¿La fotografía está condenada a la nostalgia? Todo lo que fotografiamos acabará desapareciendo.
–La fotografía es una técnica reciente, aunque ya esté al alcance de cualquiera. Muchos lo ven desde el punto de vista de la fiesta: sacar la lengüita, ponerse monas... Ayer, en el puerto, dos chicas se tiraron media hora haciéndose fotos una a otra. Yo retrato la realidad ajena a mí.
–¿Nunca se ha hecho un 'selfie'?
–Alguna vez, en grupo, han hecho uno y me han dicho: «Venga, Pepe, ponte». Pero yo no me retrato. ¡Si cuando hago fotos hasta me molesta mi propia sombra!
–¿Qué le interesa retratar?
–Mire, yo coleccionaba postales. Y no me gustaba que salieran los grandes monumentos. Me parecía que eran inamovibles, siempre iguales. En cambio, las fotos que más me gustaban eran las que hacían fotógrafos que se metían en espacios prohibidos: en los corralones, en los barrios humildes... Una foto a lo grandioso, como la Catedral, la puede hacer cualquiera, pero lo otro no.
–Creo que acaba de definir el periodismo.
–La fotografía no habla, pero siempre cuenta cosas. Está por encima del fotógrafo.
–¿Hay algo que detecte el objetivo que el ojo no?
–Muchas veces hago fotos como un pistolero, porque se trata de captar un instante, pero luego, en casa, ves un montón de cosas de las que no te habías dado cuenta.
–Usted habrá visto a los políticos hacer auténticas contorsiones para salir en la fotografía.
–Los políticos necesitan que les reconozcan. Por eso hacen un esfuerzo enorme por estar en primera línea. Los actos suelen tener poco encanto fotográfico, pero sucede algo curioso: si te fijas en el público, hay personas que siempre están ahí. Y acaban de concejales o con cargos importantes. Hay que mirar los alrededores. Podría hacerse hasta un estudio sociológico.
–¿Por qué inspira más confianza la discreción que las ganas de chupar cámara?
–Porque dice mucho de una persona. La ostentación y el pavoneo dan un mensaje claro. En los actos se percibe claramente quienes quieren aparecer de forma permanente. ¿Y qué hacen? Nada, sólo salir en la foto. No me interesa eso. Es terrible el esfuerzo que muchos hacen.
–¿Ha conocido usted a algún político discreto?
–Aunque los alcaldes son una especie aparte, Pedro Aparicio no hacía nada por aparecer en la foto. Pero de eso te das cuenta con el tiempo. Muchos políticos son actores magníficos.
–¿Cómo se fotografía una boda después de haber hecho cientos?
–Cuando haces cosas con cariño, la gente lo valora. Eso se ve hasta en las bodas. Los novios y los niños son maravillosos porque todo el mundo los acepta; te dejan que los subas donde sea, siempre procurando captar detalles, gestos entre familiares... porque al final es lo que queda.
–Vaya pelotazo han pegado sus hijos (que recientemente vendieron la mayoría de acciones de su empresa Freepik a un fondo sueco).
–Están trabajando mucho, con cariño y esfuerzo. Procuran que la gente que trabaja con ellos esté contenta; no son tiranos ni piensan que tienen poder... Han aprendido mucho de Google. Cuando alguien se siente cómodo y libre, se vuelve más apasionado y funciona mejor en el trabajo.
–¿Qué se siente al tener unos hijos millonarios?
–Procuro no meterme en eso. Mi padre tenía un pequeño comercio y sé lo que cuesta levantar un negocio. Cuando veo que alcanzan esos niveles y tienen esa cantidad de gente trabajando, me pregunto cómo puede ser. Me he preocupado por la crisis y les he preguntado, pero me dicen que todo va bien. Mi mujer, que es la que cuando eran pequeños ha estado con ellos desde por la mañana hasta por la noche, porque yo estaba trabajando, no quiere que salga en ningún lado porque le da miedo la envidia. Pero no tienen apego al dinero.
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