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El mensaje que Paz Hurtado espera desde hace dos meses llegaba, al fin, pasada la una de la mañana:
«Hermana, ya estamos en Málaga».
Lo firmaba Ferozuddin Hussaini, el comerciante afgano al que la empresaria ha salvado la vida. Decir que en esas cinco palabras está el negocio más importante que han cerrado jamás no hace justicia a esta historia. Porque detrás de esas cinco palabras hay también cinco vidas: la de Hussaini (35), la de su mujer Shogofa (34), la de su hermana Sonia (19) y la de sus hijos, Atina (4) y Ali Arshad (2). Las cinco, ya seguras -y sobre todo libres- en Málaga después de dos meses frenéticos de llamadas, contactos y negociaciones a varias bandas con los que Paz Hurtado, presidenta ejecutiva de Hutesa Agroalimentaria SA, cumple la promesa que le hizo a su importador en Kabul a mediados de agosto, cuando éste le envió un mensaje implorando que los sacara de allí.
De allí a aquí han pasado 60 días y muchas cosas que a ella se le olvidan cuando se abre la puerta del nuevo hogar de la familia y Ali Arshad corre a enredarse a su pierna con su coche azul de juguete. Cuando Atina sonríe por primera vez en mucho tiempo apretando fuerte, fuerte en su manita dos panes de leche. O cuando Shogofa la envuelve con una pashmina que le pudo comprar en Kabul, probablemente con lo poco que les quedaba antes de que los talibanes confiscaran sus cuentas. Cuando Sonia, en fin, se le agarra al cuello porque tiene 19 años, porque es mujer-joven-guapa y porque eso en Afganistán la habría condenado.
Pero sobre todo cuando ve a Hussaini y se abrazan: «Al fin estamos en casa», le susurra él. Harían falta esas cinco vidas para explicar la conexión innata, de puro instinto, entre dos personas que apenas se han visto un par de veces en diez años pero que ahora se comportan como si se (re)conocieran desde siempre.
La familia llegaba al fin a Málaga esta madrugada, y aunque los más pequeños acaban de quitarse el pijama y aún se restriegan los ojos, él quiere encontrarse con quien los ha salvado del horror: Paz Hurtado y Ferozuddin Hussaini tenían una relación comercial desde que en 2012 él se convirtiera en el distribuidor en Afganistán de las aceitunas de mesa que exporta Hutesa a medio mundo. Desde mediados de agosto y aquel WhatsApp, se tratan también «como hermanos» .
«Nunca podré agradecerle lo suficiente. Desde que le envié el mensaje y la respuesta fue en positivo empezó nuestro viaje hasta aquí», cuenta Hussaini, que en apenas 12 horas se ha quitado la enorme losa del estrés y la angustia de no saber si lo conseguirían. Parece cansado, como si la ausencia de ese peso le obligara a buscar un nuevo equilibrio para no caer. Ahora sabe que, si lo hace, hay una red al otro lado: «Paz no ha dejado de ayudarnos, de día, de noche, en todo momento...», la mira haciendo buena esa certeza íntima de que hay lazos, pero sobre todo lealtades, que van más allá de los negocios y de las cuentas.
Hace frío esta mañana en la zona de Málaga donde la familia de Hussaini trata de recomponer, con la asistencia primera de Cruz Roja, los pedazos y la vida. Atrás, el miedo de ver cómo con la vuelta de los talibanes al poder, estos empezaron a ir casa por casa buscando a los colaboradores de empresas extranjeras como la de Paz: «Yo trabajaba con ella y estábamos en el foco. Vinieron a buscarme; tuvimos que cambiar de casa cinco o seis veces. Éramos el enemigo», sigue el relato este padre de familia de clase media-acomodada que podría ser el de cualquier padre de familia media-acomodada que tiene la mala suerte de estar en el lugar equivocado cuando todo hace crack.
Con el teléfono convertido en el cordón umbilical con la empresaria, Hussaini recuerda todos y cada uno de los pasos hasta la nueva vida en Málaga. Desde el momento en que su hermana Sonia tuvo que dejar sus estudios de Económicas en la Universidad de Kabul hasta el día en que cerraron «la guardería de los niños». O cuando su mujer y su hermana se confinaron en casa porque «no tenían burka» y las escasas salidas, para cambiar de escondite, se hacían de noche con dos hijos pequeños. Las lágrimas y los gritos ahogados en terror de ambos cada vez que veían a un talibán por la calle, «porque iban con armas y se asustaban mucho». La huida desesperada a la frontera de Torkham, el único puesto abierto entre Afganistán y Pakistán y los diez controles en los que les preguntaban con insistencia «si éramos colaboradores de empresas extranjeras». Las dudas de si Sonia podría pasar o no.
El miedo a que ocurriera lo mismo que hace un mes, cuando a cien metros de la puerta de embarque del aeropuerto de Kabul un terrorista voló las entradas y tuvieron que volver a la casilla de salida, ya sin nada.
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El alivio llegó el pasado domingo, cuando al fin se vieron al otro lado, en Islamabad, y la embajada de España les comunicó que el avión a Torrejón de Ardoz saldría en la madrugada del martes. Hoy es viernes, pero parece que ha pasado toda la vida en tres días. Ha pasado también el cumpleaños de la pequeña Atina, que cumplió los 4 justo el martes, día de la Hispanidad y día en que puso el pie en España por primera vez. Soplando la vida y apagando todo lo demás.
Ha pasado también el miedo atroz de Sonia, pero no sus planes: «Me gustaría volver a estudiar aquí, seguir con mi carrera y sobre todo aprender la lengua, que suena muy bonita. Adaptarme a las costumbres, en ese momento todo será diferente», dice la joven ajustándose la mascarilla empañada. Los talibanes se espantarían con su pelo largo hasta la cintura y con el bonito mono rojo que se ha puesto para abrazar a Paz, pero eso, aquí, no es noticia. Sí lo es que aún tiemble cuando recuerda que hace apenas un puñado de días los talibanes la buscaban por Kabul «porque era joven y había que hacer algo conmigo».
Paz se dirige a ella con el pequeño Ali aún agarrado a su pierna y la abraza. «Ella es un ángel para nosotros», termina de romperse Sonia. Ninguna de las dos sabía si esas alas iban a resistir, pero lo han hecho: «Esto ha sido lo mejor que he hecho en mi vida», repite de nuevo la empresaria quitándose la importancia de la gesta casi imposible y dándosela a todos los que han permitido ese abrazo. Uno de ellos es Julio Andrade, exconcejal del Ayuntamiento y director de la oficina de Naciones Unidas con sede en Málaga, que contempla la escena del reencuentro sintiéndose uno más.
Entre esos otros «muchos más», Andrade habla de los «invisibles»: «Esto ha sido posible gracias a muchísima gente que se ha jugado el tipo y ha dado lo mejor de sí para que la familia de Hussaini esté aquí, sana y salva». Hacer un primer contacto que sabes que te va a responder y que a su vez hace un segundo contacto que sabes que te va a responder y que a su vez hace un tercer contacto que sabes que te va a responder... Y así, cientos. A veces en 24 horas.
Hussaini y Paz lo miran y asienten. Toca dar las gracias «al gobierno de España, al Ministerio de Defensa y de Asuntos Exteriores, a Cruz Roja, a ACNUR, a la CEOE, a los consulados... a todos, todos; por favor, que no se olvide ninguno», enumera la protagonista de un caso inédito en España: el del empresario de pequeña o mediana empresa que ha puesto su experiencia y su patrimonio al servicio de la negociación más importante de su vida. De lo segundo ella no habla, pero Andrade sí: «Yo que he visto los contratos y las cantidades que ha tenido que dar por adelantado, te digo que el caso de Paz es único». Que todo hay que contarlo.
Lo que queda por delante también lo asumirá ella. El colegio de los niños, la vivienda o el coche que ya ha puesto a disposición de la familia. También el empleo para él, su mujer y su hermana en la fábrica de HUTESA en Fuente de Piedra, a la que Hussaini llega «sintiéndola mía». Ya lo era desde hace una década, pero ahora, dice, es el otro pilar «fundamental» de su vida.
Ahora toca descansar. Y seguir con el negocio: «Me marcho, que tenía una reunión importante a las nueve y la he retrasado a la una porque esto es lo-importante», dice Paz queriendo espantar con algo de normalidad el nudo que lleva en la garganta y que no la deja casi hablar. Conociéndola en los negocios, no es difícil imaginar a esta mujer hecha a sí misma colgada del teléfono y moviendo cielo y tierra entre oficinas comerciales, consulados y gobiernos. Moviendo Roma con Santiago o Fuente de Piedra con Kabul, qué más da.
Antes de montarse en el coche, Paz se gira a Shogofa y le pone delicadamente la mano en el pecho, a la altura del corazón. «Calma, calma; que ya estáis en casa. Cuidaos mucho. Nos vemos el lunes». Se agacha para darle un beso al pequeño Ali, que sigue enroscado en su pierna. Con él, la frase que termina de darle sentido a todo: «Cariño, vete a jugar».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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