Patricia Santos: «Disfruto tanto enseñando que tengo que controlarme en verano; estoy enganchada»

–Hay quien es feliz dando la vuelta al mundo o estrenando un coche; usted, dando clase a sus alumnos...

–En el cierre de este curso, les decía que el regalo más caro que puede dar alguien es el tiempo, pero también el que puedes recibir. Creo que conocer gente, enriquece y, en ese sentido, mi trabajo me hace crecer. No solo yo enseño a mi alumnado, también ellos me enseñan a mí. Disfruto muchísimo enseñando, de hecho tengo que controlarme cuando llega el verano. Estoy enganchada a esta profesión.

–Dos veces elegida mejor profesora de España de FP, ¿hace méritos para una tercera?

–Los premios son una nominación de los alumnos y luego te valora el profesorado, pero me consta que hay gente que se prepara. Sí, sí, como lo oye. Yo que soy tan idealista, me parece muy poco ético. El premio es como un abrazo y tiene que ser el efecto secundario de un trabajo. En eso hay que centrarse. Yo ahora tengo sobre la mesa qué puedo hacer para enganchar a más estudiantes, me preocupa la falta de motivación de algunos y no dejo de darle vueltas para que eso cambie el próximo curso. Lo bueno de los reconocimientos es que te dan voz y te permiten seguir luchando por la mejora de la calidad educativa.

–Y de no haber sido profesora...

–Supongo que habría sido juez, que es lo que siempre quise. De hecho iba bien encaminada: acabé Derecho con media de sobresaliente y matrícula de honor. Entré en el departamento de Derecho Mercantil y ahí es donde descubrí mi vocación de docente. Me acuerdo del día exacto en que la sentí. Fue en cuarto de carrera, cuando para subir nota me presenté voluntaria para impartir un tema al resto de la clase. Cuando lo hice, pensé: ¡Dios mío!, pero si esto es lo que a mí me gusta, sin embargo, nunca le presté la atención suficiente. El derecho me encanta, pero la educación me apasiona. Yo he encontrado el equilibrio con el derecho educativo. Lo vi claro cuando fui asesora jurídica de las dos últimas delegadas de Educación en Málaga.

–Acostumbrada a enseñar, ¿qué le gusta aprender?

–De todo. No tengo vida suficiente para todo lo que quiero aprender, aunque me centro mucho en el ámbito de la psicopedagogía y la neurociencia. Me encanta todo lo que tiene que ver con el universo. Quizá sea una 'frikada' mía, pero todo lo relacionado con los agujeros negros me apasiona.

–Insiste en asociar la FP al talento y al éxito. ¿Ya están superados los prejuicios?

–No, pero seguimos trabajando para conseguirlo.

–¿No está hasta el gorro de la cantinela de que los profesores tienen tres meses de vacaciones y viven mejor que nadie?

–Eso es por el desconocimiento que hay. No tenemos tres meses. Todo el mes de julio estamos a disposición de la Junta y la mayoría lo dedicamos a formarnos. En realidad, el mes de vacaciones es agosto. Habitualmente, tenemos mucho trabajo extra y hace falta un poco de educación de familias. Quien tiene un docente cerca lo sabe. No echamos 40 horas semanales, trabajamos los fines de semana y de alguna forma tenemos que recuperar ese tiempo extra. Ahí no se contempla el trabajo de elaboración de materiales, correcciones, seguimiento del alumno... Yo que soy tan intensa, lo necesito para recargar pilas, porque en cuanto llegue septiembre, estoy 'a full'.

–Y usted que se ha acercado al mundo de la caracterización y el maquillaje en sus proyectos educativos, ¿quién cree que se llevaría en España el Goya a la mejor careta?

–¡Uf! Quizá aquellos políticos que no son coherentes con los principios que defienden.

–En más de una ocasión ha reconocido ser de «lagrimilla fácil», ¿qué le ha hecho llorar últimamente?

–El discurso de despedida de mis alumnas este año. Fue muy emotivo. Luego me tocó hablar a mí y recuerdo esas últimas palabras: No os digo un adiós, sino que valió la pena... (se emociona). También me tocan la fibra las películas. Soy muy empática y me meto mucho en la piel de los demás y eso me hace tener la lagrimilla fácil.

–Y la educación, ¿está para llorar en este país?

–No lo creo. Yo soy más de resiliencia, de las que abren el frigorífico y si hay un pimiento y un tomate, me invento algo. Pese a ello, hay que invertir en ratio. Los recursos materiales 'sin ton ni son' no tienen sentido. Los personas son lo más importante que tiene la educación, por eso hay que invertir en ellas. Yo llego a un sitio y lucho con lo que tengo y busco donde haya que buscar, pero la queja permanente no sirve para nada. No podemos anclarnos en la excusa para no hacer nada.

–¿A dónde le gusta escaparse en verano?

–Me encanta Cádiz. Le tengo mucho cariño porque fue mi bautismo docente. Luego estuve 11 años en otros puntos de la provincia.

–Soñemos... Si tuviera todo el tiempo del mundo, dinero para no preocuparse y disponibilidad absoluta, ¿cómo cambiaría su vida?

–Pues mire, todo el dinero del mundo no cambiaría mi vida. Me gusta trabajar en zonas de difícil desempeño y si tuviera tiempo y dinero invertiría en proyecto educativos a lo largo del mundo.

–¿Qué foto haría en Málaga para que diera la vuelta al mundo?

–Es difícil. Málaga está tan bonita que no sabría elegir. Desde luego la mejor opción sería un 'collage', pero si tengo que optar por una sola, quizá me haría una foto 360º en una terraza de calle Alcazabilla para que así se viera el Teatro Romano, la Alcazaba y si es un día claro, hasta el Puerto.