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Rafael Ruiz Liébana. Migue Fernández
Las pasiones según Liébana

Las pasiones según Liébana

El niño que sorprendía en la pizarra con sus dibujos iba para mecánico, pero se le cruzó un trono y la madera fue desde entonces su patria sin fronteras. El mejor intérprete del barroco según Málaga ha hecho casi de todo en arte cofrade, y también avionetas acrobáticas que ha pilotado. Una antológica recorre la obra de un tipo renacentista para el que ni la Toscana ni el barroco tienen secretos.

JOSÉ VICENTE ASTORGA

Domingo, 3 de febrero 2019, 00:34

Es un malagueño con cuna en Almería porque allí nació en el 38, un año después de emprender sus padres un camino incierto tras la desbandá. Volvieron a la ciudad desvencijada de posguerra sin demasiadas expectativas, como se habían ido. «Vivíamos en la ... Trinidad más pobres que las ratas», aboceta una infancia, feliz pese a todo, en una casa junto a la sacristía de Santo Domingo. Su padre, trabajador eventual del puerto, se esforzó mucho para pagarle un colegio privado (el de San Pedro y San Pablo) donde ya alertó con sus dibujos de pasajes bíblicos en la pizarra. Fuera del pupitre cuenta que se sacaba unas perras gordas para las chucherías pintándoles escudos de fútbol a otros niños. Fue el más remoto de los muchos trabajos alimenticios que le esperaban antes de consagrarse. El principio fue el dibujo, centro de su arte. «No se puede ser escultor o tallista sin saber dibujar, y si además no te mueve la pasión por lo que haces, si no te enamoras de tu trabajo como si fuera de una mujer», sentencia sobre su idilio con las tres dimensiones, siempre con su taller sin horas abierto a todos. Talla, escultura, dorado, estofado, fundición, diseño, retablos, óleo... nada se le ha resistido a quien se sigue viendo como aprendiz marcado a fuego por la divina Italia. «Conozco mejor la Toscana que Málaga», se vanagloria de compartir con cinco siglos de retraso la huella de gigantes con Miguel Ángel en cabeza. «Sólo me falta vestirme como en el cinquecento para ser uno de ellos», se reencarna vecino de Siena o Florencia, a las que viaja desde hace cuarenta. Aterrizó allí de la mano de los artesanos florentinos que le proveían de oro fino para sus trabajos cofrades, con los que mantiene una gran amistad.

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